Mallorquina, sensatez mediterránea
Filosofía lama
1 de diciembre de 2010
Con solo pasear con la vista hacia arriba por cualquier ciudad mediterránea, se puede descubrir que aquel elemento tradicional sigue ahí y que la conciencia medioambiental pesa en el hecho de que las lamas vuelvan a estar de moda. Como si nos diéramos cuenta en una situación de crisis y dependencia energética, de que cualquier tiempo pasado fue mejor con el entorno. En cualquier caso, y a efectos de uso, el momento actual se lo pone fácil a este tipo de persiana, o contraventana o celosía, según a quien se pregunte por ello.
De la celosía a la mallorquina
En su libro Vocabulario de arquitectura y construcción (Bisagra Editorial, 1999), el arquitecto Ignacio Paricio describe la celosía como ese “bellísimo” elemento que permite ver sin ser visto, como una de las soluciones para cubrir huecos de fachada que “permite una perfecta combinación de intimidad, visión y ventilación”. Pero explica también que presenta “la incomodidad de impedir una relación directa con el exterior, pues forma una especie de reja difícil de admitir en muchos locales contemporáneos”. Después vino la persiana que, por su sistema de manipulación daría nombre a diversas variaciones. En ese diccionario Paricio comenta que “la más tradicional es la que se forma disponiendo tablillas inclinadas dentro de una hoja practicable que en algunos lugares se llama mallorquina”.
El porqué de las cosas
“El primer valor de la arquitectura es dar cobijo a los habitantes”, explica la arquitecta Pilar Martorell, responsable del Área de Medio Ambiente de la Oficina Consultora Técnica del Col.legi d'Arquitectes de Catalunya y miembro de la Agrupació Arquitectura i Sostenibilitat (AuS). Partiendo de este principio, el debate se abre hasta horizontes lejanos de extraordinario interés. “En la época post-industrial, nuestros antepasados se sentían poderosos porque se descubrió el carbón, el petróleo, el aire industrial, las calefacciones, los ventiladores, los aires acondicionados... y se olvidaron un poco de los valores de la arquitectura tradicional, empezaron a depender de las máquinas”, explica. Por otra parte, los avances en comunicaciones propiciaron la globalización, la importación y exportación de ideas arquitectónicas que requerían una aplicación juiciosa, porque no todas respondían a las necesidades climáticas. “Se han hecho buenas arquitecturas”, explica Martorell, “pero también algunas barbaridades en cuanto a la incorporación de elementos arquitectónicos no acoplados a nuestro clima”.
Y pone como ejemplo el mal uso del vidrio: “los muros cortina en los países mediterráneos, hubo una especie de sarampión, que supongo que se tuvo que pasar, para aprender la lección”. Una lección que dice que las grandes fachadas de vidrio absorben el calor y el frío, y en países con climas variables como el nuestro, ello requiere un gasto energético adicional en calefacción y aires acondicionados.
Arquitectura solar pasiva
Las lamas nos devuelven al espíritu de antaño, cuando la necesidad era fuente de creatividad y sabiduría: “Nuestros abuelos conocían mejor sus casas que nosotros y les sacaban un mejor rendimiento. Nosotros llegamos a casa y le damos a la calefacción o al aire acondicionado y ya estamos bien”. En cambio, ellos “llegaban a casa y sabían que en verano tenían que abrir las ventanas por la noche, dejar las persianas cerradas, pero con las lamas orientables abiertas para que se refrescara la casa. Sabían que a las 3 de la tarde de un 20 de julio en Barcelona tenían que cerrar a cal y canto sus casas, porque si no, entraba el calor”.
El uso de mallorquinas y otro tipo de elementos a base de lamas en los edificios responde a lo que se denomina arquitectura solar pasiva, aquella que aprovecha los elementos de los edificios para responder a necesidades energéticas. Son elementos que no requieren ningún tipo de energía para hacer su función.
No escape a este vergel de prestaciones que las mallorquinas en particular y las lamas en general, tienen mayor coste que otro tipo de persianas y que su limpieza no es simple. “A los que habitamos los edificios, cuanto menos nos moleste el edificio, mejor. Y cuanto menos tengamos que limpiarlo, cuidarlo y mantenerlo, mejor. Es más barata una persiana de plástico con cinta que una mallorquina, pero las ventajas de esta última son mayores, porque es más versátil”, concluye la arquitecta.
Por tradición, las persianas eran de madera. Las paredes de fachada solían ser maestras, por lo que los huecos para ventanas no podían ser demasiado grandes. La llegada del hormigón armado permitió ampliar el espacio entre pilares e instalar grandes ventanales, donde las grandes persianas de madera eran inviables por su desmesurado peso. Y llegaron el plástico, el aluminio, el acero inoxidable: más ligeros y de mejor mantenimiento. Estos materiales también llegaron a la persiana mallorquina, como se puede observar en los edificios de viviendas actuales.
La recuperación generalizada en nuestro país de un material tan útil y ecológico como la madera pasa, en parte, por dar soluciones a su mantenimiento. “La madera no está en desuso”, afirma Pilar Martorell, “volveremos a ver mallorquinas de madera, siempre que las maderas vengan de bosques sostenibles”. De todas maneras, y a pesar de que “la madera es un material muy bueno para construir”, reconoce que “se deja de usar porque surgen otros materiales que no hace falta mantener tanto como la madera, que es un material orgánico”.
“Te paseas por Barcelona y está lleno de mallorquinas, sobre todo en edificios de una cierta antigüedad, que se hicieron cuando las calefacciones no estaban extendidas. Está bien tener máquinas, no tenemos por qué renunciar al confort. Pero tal como vamos, con la crisis y la dependencia energética que tenemos...”. Arquitectos como Pilar Martorell hacen una clara apuesta por mantener estos elementos funcionales a la vez que estéticos en la arquitectura de las ciudades con clima mediterráneo: “Cada vez se utilizan más en edificios, sean singulares o no. Si no la mallorquina, entendida como el portón de toda la vida, sí su principio bioclimático”.