El ahorro de agua en la jardinería
En jardinería, al contrario de las prácticas agrícolas, no es prioritario el aspecto productivo, sino el estético. Cuando menos, la adaptación de la jardinería actual a un menor consumo de agua representa un cambio fundamental en los jardines, en cuanto a la selección de especies y técnicas de implantación y mantenimiento. Con tal de sustituir las técnicas convencionales de una manera rápida y eficiente se cuenta con nuevas tecnologías provenientes de numerosos ámbitos de la ingeniería y la biología que habrán de permitir a corto plazo un cambio conceptual en la jardinería, más acorde con la conservación de los recursos naturales. Así, una jardinería de bajo consumo de agua habrá de establecer una selección adecuada de especies, una gestión agronómica apropiada, optimizar el manejo de las instalaciones de riego, etc. (Rice, 1988; Mifflin, 1990; O'Keefe, 1992). Con tal de conseguir este cambio, pues, hace falta equilibrar las necesidades de las plantas con el ambiente que las rodea, en cuanto a la gestión agronómica (suelo-riego) y al conocimiento de la planta, además de tener en cuenta la gestión de la actuación humana sobre el jardín, que se pone de manifiesto en un programa de diseño y otro de mantenimiento sostenible.
Gestión agronómica del agua: el suelo
Las características del suelo restringen el número de especies a utilizar en jardinería (Masaguer, 2000). Un jardín sostenible favorece el uso de especies que se adaptan a las condiciones de textura, márgenes de pH o salinidad del suelo, que siempre ha de ir atado a una gestión adecuada del riego y al establecimiento de sistemas de drenaje. Por ello es necesario un conocimiento muy detallado de las propiedades físicas y químicas del suelo. Por ejemplo, la arcilla y la materia orgánica contribuyen de una manera efectiva a la adsorción de elementos fertilizantes y permiten una aplicación de adobos menos agresiva desde el punto de vista medioambiental.
Aportación de agentes retenedores de agua
Los hidrogeles son productos que según las condiciones en que se utilizan pueden servir para aprovechar mejor el agua disponible. Hidrogeles, hidroretenedores o superabsorbentes son polímeros hidrofílicos que tienen capacidad de inflarse en presencia de agua y de encogerse en su ausencia, liberándola y poniéndola a disposición de las plantas. Los hidrogeles se pueden clasificar en tres grandes grupos: polímeros derivados del poli (ácido acrílico); polímeros derivados del alcohol polivinílico y derivados del almidón. En la agricultura y la jardinería se utilizan numerosos tipos de hidrogeles. Los más utilizados, por sus propiedades, son los hielos de poliacrilamida (Kulicke y Nottelmann, 1989; Orzolek, 1993).
Los hidrogeles se utilizan para aumentar la capacidad de retención de agua del suelo y para espaciar las frecuencias de riegos. El agua queda retenida en las redes del hidrogel a tensiones elevadas, lo que supone un gasto adicional de energía de la planta con tal de obtener el agua retenida por el hidrogel. Los hidrogeles no tienen efectos sobre las características físicas del agua ni sobre la porosidad total del suelo, pero sí, sobre la retención del agua (aumentándola) y la capacidad de aireación (disminuyéndola). Los hidrogeles absorben agua durante el riego y la liberan a medida que el suelo se seca alrededor del polímero, constituyendo una reserva de agua que permite aprovechar mejor el agua de lluvia y disminuir las frecuencias de riego (Figura 1). Los diferentes polímeros se distinguen por su capacidad de absorción de agua (que puede llegar a 1.500 veces peso), medida y distribución de medida de partículas, respuesta a la salinidad y coste. Los polímeros hidrofílicos en general pierden entre un 10 y un 15% de su actividad cada año. Las poliacrilamidas reticulables son las que tienen más duración (Blodgett et. al., 1993; Boatright et. al., 1997).
Protección del suelo: uso de almohadillados
Durante los últimos años, se han aplicado las cubiertas de suelo (almohadillados) en jardinería como método para reducir la evaporación del agua y el mantenimiento. Esta práctica ha sido empleada tradicionalmente en la agricultura y la horticultura con esta finalidad. Como ventajas principales del uso de cubiertas en jardinería, además de los efectos estéticos, se pueden citar: evitar la evaporación del agua y mantenerla en la zona radical; reducir el calor o el frío; disminuir el efecto del viento; disminuir el reflejo del sol en las plantas; mantener el suelo en su lugar; limitar la formación de costras sobre el suelo y por lo tanto favorecer que el agua penetre, evitando que se pierda escurriéndose superficialmente (controlando, de esta manera, la erosión); evitar la emergencia de malezas y, en definitiva, reducir el mantenimiento. El uso de cubiertas o mulching en la jardinería constituye una de las prácticas más beneficiosas para el ahorro de agua. El grueso de la capa de almohadillado recomendado en la jardinería está en aproximadamente los 10 centímetros, variando según el material que se utilice. Los materiales más utilizados son los orgánicos, como los restos de poda de jardinería o las cortezas de pino (Ellefson et. al., 1992; Burés, 1993; McReynolds et. al., 1994) (Figura 2).
Gestión agronómica del agua: el riego
La investigación sobre las necesidades y restricciones del agua en jardinería es escasa, probablemente debido a la gran diversidad de especies y de las diferentes condiciones agroclimáticas que pueden afectar. Cuando menos, algunos autores, como Sachs y colaboradores (1975), realizaron un experimento en que regaban diferentes especies de jardín (Xylosma, Nerium, Cotoneaster, Carpobrotus, Hedera y Juniperus) a diferentes intervalos en California, observando que los riegos menos frecuentes mantienen en un aspecto aceptable a las plantas y contribuyen al ahorro de agua. Aunque el aspecto de estas plantas puede no ser tan perfecto como en plantas bien regadas, en un experimento de Thayer (1982), cuando se aplicaban restricciones hídricas en este tipo de plantas, la aceptación del público era más alta que, por ejemplo, en céspedes mal regados.
En un estudio de Cotter y Chavez (1979) se muestra que el consumo de agua en jardinería privada excede las cantidades necesarias por desconocimiento de las necesidades de riego de las plantas. Determinar las cantidades de agua a aplicar en jardinería es complejo. Levitt et. al. (1995) determinaron el uso real de agua de dos especies de árboles ornamentales de Arizona en contenedor y comprobaron que el Prosopis alba consumía más agua que el Quercus virginiana, cuando estaban sometidos a condiciones de riego no limitadas. Las listas de necesidades de agua de las especies se basan muchas veces en estimaciones sobre su hábitat natural, por carencia de datos reales sobre el uso del agua (Levitt et. al., 1995). Estos autores indican que muchas especies tolerantes a la sequía, en condiciones de agua no limitadas pueden convertirse en grandes consumidoras de agua.
Otros autores han incidido en el estudio de los coeficientes de cultivo para especies ornamentales en contenedor (Schuch y Burger, 1997; Lownds y Berghage, 1991). Staats y Klett (1995) hicieron un estudio en el que comparaban plantas entapisantes con césped (Poa pratensis). Los tratamientos de riego se basaron en aplicar porcentajes de la evapotranspiración, encontrando que las plantas entapisantes, igual que los céspedes necesitaban solo una fracción de la ET que bajaba a medida que la planta crecía en alguna especie. Con esto, parece que la aplicación de dosis inferiores a las consideradas óptimas (riego deficitario), que se ha ido aplicando con éxito en cultivos de producción en el campo, podrían ser utilizadas para el riego de plantas ornamentales.
Existen varios métodos para calcular las necesidades hídricas de los cultivos. El agua de riego necesaria depende de la evapotranspiración (ET). Los métodos de estimación de la ET se han desarrollado para varios cultivos y también para céspedes, en los cuales la determinación de la ET de cultivo (ETc) se basa en coeficientes de cultivo específicos. Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de cultivos agrícolas, los jardines consisten en mezclas de muchas especies diferentes, en diversos estados vegetativos y con diferentes grados de cobertura del terreno, así como hábitos de crecimiento. Costello (2000) desarrolló un método denominado del coeficiente de jardín (tabla 1), con tal de estimar este valor (KL) a partir de tres factores: el factor especie (ks), el factor densidad (kd) y el factor microclima (kmc), de forma que:
KL = ks x kd x kmc y ETL = KL x ETo,
siendo ETL las pérdidas por evapotranspiración de un jardín. A estos trabajos hace falta añadir otros que desarrollan aspectos tecnológicos como pueden ser el uso de sensores de humedad, tensiómetros y TDRs (Testezlaf et. al., 1999), con tal de aumentar la eficiencia del riego, así como el desarrollo de sistemas de riego (goteo, microaspersión, etc.) que optimizan el uso del agua.
Conocimiento de la planta
Gestión de la actuación humana: el mantenimiento
Muchas prácticas culturales pueden ayudar a ahorrar agua en el jardín, desarrollando plantas más endurecidas y con un sistema de raíces más eficaz en el aprovechamiento del agua. Para realizar un mantenimiento adecuado se debería tener en cuenta: el adecuado funcionamiento físico y químico de los suelos donde se ubican las plantaciones; la adecuada elección de las plantas (Figura 4), tanto desde el punto de vista de especie como de su formación; la correcta elección e instalación de un sistema de riego; el adecuado estado nutricional de las plantaciones; el control del estado fitosanitario de las plantaciones; el correcto uso de las instalaciones y del mobiliario que componen los jardines y parques; entre otras (de Vicente, 2000).
En la jardinería no hay suficiente con el establecimiento de la planta. El jardín es un elemento vivo, y como tal, debe mantenerse. Incluso en el caso de un jardín sostenible, que implica jardines de bajo mantenimiento, existen una serie de prácticas inevitables, como eliminar malezas, podar, adobar, controlar plagas y enfermedades y obviamente regar. El objetivo principal del mantenimiento de este jardín será evitar que derive hacia un jardín tradicional. Las prácticas inadecuadas pueden fomentar la demanda hídrica de las especies utilizadas. El jardín debe mantenerse en un estado óptimo y no se puede permitir una vegetación con consumo de lujo respecto al agua. La mayoría de plantas pueden considerarse como oportunistas en cuanto al agua se refiere: si se añade más agua, crecen más, desarrollan sistemas radicales ineficientes y necesitarán más agua. Así, este tipo de jardinería requerirá un menor aporte de fertilizantes, una poda superficial y menos agua. Como ventaja podemos indicar que una menor cantidad de agua contribuirá a disminuir los problemas de malezas y enfermedades (Ellefson et. al., 1992).
Un buen mantenimiento se basará en la observación de los cambios que desarrolla la vegetación no solo a largo plazo, sino también diariamente: marchitamiento, cambios de color, hojas arrugadas, pueden ser síntomas de estrés debido a la falta de agua, o bien síntomas de presencia de enfermedades o deficiencias nutritivas. Teniendo en cuenta el carácter y la gravedad se tomarán decisiones respeto a los tratamientos a efectuar o respecto a las necesidades de agua. El mejor tratamiento es el análisis periódico de la evolución en el tiempo, analizando los elementos con tal de actuar de forma racional (de Vicente, 2000).
Entre los trabajos de mantenimiento encontramos:
- Riego. Aunque se haya diseñado un jardín con necesidades mínimas de agua, durante las primeras fases de crecimiento de las plantas sería recomendable la instalación de un sistema de riego.
- Poda. Una poda fuerte favorece el crecimiento vigoroso de las plantas que también consumirán más agua. Es mejor que los árboles y arbustos tengan un crecimiento abierto, de aspecto más natural, que resulte menos estresante para la planta. Muchas veces se tiene la tendencia de plantar demasiadas plantas juntas para que el jardín que se acaba de establecer ofrezca un aspecto impecable y se debe recurrir a la poda frecuente una vez las plantas han adoptado su medida natural. Un jardín sostenible tiene en cuenta la evolución en el tiempo y cuando ha logrado su equilibrio debe poder mantenerse indefinidamente en este estado.
- Reposición de plantas muertas y limpieza. Tan importante como la plantación, es la reposición de bajas. La revisión, en intervalos de tiempos constantes, nos permitirá ir anotando el ritmo y el éxito de la plantación. Se deberán retirar todos aquellos restos de vegetación secos que podrían favorecer la expansión del fuego en caso de incendio y también se retirarán todas aquellas plantas que presenten umbrales de población perjudiciales para las otras especies.
- Tratamientos fitosanitarios: control de plagas y enfermedades. Un jardín sostenible combina una amplia multitud de especies vegetales. Esto favorece el desarrollo de insectos beneficiosos, que contribuyen al control de plagas y evitan la propagación de enfermedades que tienen lugar en los jardines dónde se utilizan pocas especies. Es recomendable solucionar los problemas desde la base: un suelo inadecuado, un abono excesivo, el riego indiscriminado o una mala selección de plantas pueden ser factores que contribuyan al desarrollo de enfermedades y plagas.
- Abono. Se debe basar en el análisis del suelo y controlar las dosis de aplicación. Es preferible utilizar abonos de liberación lenta que no son transportados hacia al subsuelo tan rápidamente como los fertilizantes tradicionales y que resultan más económicos a largo plazo. Se debe reducir la dosis una vez las plantas estén bien establecidas en el jardín.
- Reciclaje de los restos vegetales. Los restos de poda son los materiales que se generan en el mantenimiento de la jardinería pública, parques y jardines privados y constituyen los residuos directos de la jardinería. De hecho, aunque se les denomine genéricamente restos de poda, no solo son restos de poda, sino también de hojas, plantas secas, etc., que hasta hace muy poco pasaban a engrosar los vertederos, problemática incrementada por el gran volumen de estos materiales. Por tratarse de materiales orgánicos generados en zonas muy concretas (por ejemplo, un jardín determinado), estos pueden recuperarse, reciclarse mediante el compostaje y reutilizarse como fuente de materia orgánica por la misma jardinería, incorporándolos al suelo y cerrando de esta forma su ciclo (Burés, 1997) (Figura 5).
Los orígenes de la xerojardinería
El problema principal en cuanto a la implantación
de estas técnicas de ahorro de agua es muchas
veces la carencia de sensibilidad de la población
respecto al propio ahorro que
se extiende más allá de su uso en jardinería.
Generalmente, la introducción de cualquier innovación
en jardinería se intuye como un encarecimiento
del precio del jardín. El agua todavía tiene un coste muy
bajo como para justificar el cambio es decir
La introducción de la xerojardinería tuvo lugar en 1981, tras fuertes sequías que tuvieron lugar en el oeste de EE UU. Ken Baile, educador de conservación de agua del departamento de Aguas de Busot de Denver (Colorado), formó un grupo de trabajo con el objetivo de reducir la cantidad de agua consumida en jardines urbanos. Su objetivo era establecer un programa cooperativo de conservación de agua en jardinería (McCarthy, 2000). Este grupo creó el término 'Xeriscape', que viene del 'xeros' (seco) y del inglés 'landscape' (paisaje, jardín). En un año la información sobre lo 'Xeriscape' se extendió rápidamente. A los estados de California, Florida, Texas, Nevada y Arizona se establecieron programas de 'Xeriscape'. En 1985 se estableció una organización sin ánimo de lucro, el Consejo Nacional para el Xeriscape (National Xeriscape Council, Inc.). Este Consejo Nacional para la Xerojardinería cumplió en EE UU la función de divulgar este concepto, estableciendo algunas pautas de aplicación sencilla para su implementación. A principios de los años 90 se habían desarrollado ya actividades sobre 'Xeriscape' en la mayoría de estados de los Estados Unidos y empezaba a divulgarse este concepto a otros países.
BuresInnova ha llevado a cabo un proyecto de xerojardinería como el muro vegetal creado en el Centro Cívico Can Felipa de Barcelona. La obra, encargada por el Ayuntamiento de Barcelona, pretende presentar, implantar y desarrollar un muro vegetal sostenible aplicando técnicas de xerojardinería.
El jardín ecomatemático se caracteriza por la simulación de bosque mediterráneo que queda reflejada a través de la plantación de cuatro especies distintas: Helicrysum triaschanicum, Thymus citriodorus aureovariegata, Lavandula dentada y Rosmarinus prostrata.
La evolución de la pared vegetal se sitúa en el interior del tercer piso, con luz proveniente del noroeste.