¿El fin de la pólvora?
Para establecer unas conclusiones más o menos objetivas se debían tener en cuenta muchos puntos de vista diferentes. El análisis, pues, no se debía hacer únicamente bajo criterios estéticos, que serían quizás los más obvios, sino también funcionales, algo también bastante lógico, y finalmente culturales. Estos últimos, sorprendentemente, tienen más peso del que inicialmente podría parecer. En la sección ‘Experiencia’ del pasado número 42 veíamos cómo el uso que hacemos de la luz está a veces más marcado por la cultura que por la necesidad: utilizamos luces de colores en fiestas, ponemos una luminaria en un espacio concreto basándonos más en la concepción clásica del lugar que en el tipo de luz que necesitamos, ponemos luz fría en baños y cocinas, sin ninguna lógica, por herencia de sistemas del pasado, encontramos preferencias por determinadas temperaturas de color o distribuciones lumínicas en función de la cultura del país que visitamos por el simbolismo que se les da…
Resumiendo las conclusiones, vimos que, por un lado, las prestaciones que ofrecen las nuevas tecnologías hacen que salga más a cuenta abandonar sistemas obsoletos y optar por diseños totalmente nuevos y concebidos para usar estas tecnologías, que intentar readaptar muchos de los antiguos diseños, que fueron realizados bajo unas condiciones que ya han cambiado. Pero, por otro lado, vimos que, si se seguía totalmente esta tendencia, perdíamos o desvirtuábamos muchos objetos que conforman nuestra identidad cultural, y se nos despojaba de algo que nos define y diferencia.
Recientemente, este mismo debate se ha trasladado a un elemento en el que la luz también es protagonista: la pirotecnia.
El pasado 2 de octubre de 2022 vimos cómo en las fiestas de la Barceloneta (Barcelona) se optó por realizar un espectáculo con drones en substitución del tradicional castillo de fuegos, como concienciación por las personas altamente sensibles al ruido y por los animales de compañía.
Este no ha sido, ni de lejos, el único municipio que ha optado por este cambio. Por ejemplo, los vecinos del municipio madrileño de Brunete disfrutaron de una iniciativa de música y fuegos artificiales con drones en 2020, y en el paseo de ses Figueretes, en Ibiza, se optó también por este sistema el pasado 15 de agosto, en sustitución de los tradicionales fuegos artificiales. Lloret de Mar también se ha sumado a esta tendencia, organizando el pasado julio la segunda edición del Lloret Drone Festival. En el otro extremo del mundo, Japón realizó un espectáculo con drones cuyas 16.500 luces LED brillaron sobre el cielo del Monte Fuji. En Estados Unidos también se utilizaron drones para las celebraciones del 4 de julio en las ciudades de California, Arizona y Colorado en 2018, según publicó la CNN.
Los drones ligeros con luces LED pueden crear composiciones deslumbrantes en el aire simulando los tradicionales espectáculos de fuegos artificiales. Se trata de aparatos reutilizables que no producen contaminación acústica ni química. Por lo tanto, tampoco causan daños en la fauna de la zona, ni riesgo de incendios. Permiten crear shows personalizables porque cada uno de los puntos de luz actúa como ente independiente, pudiéndose ofrecer millones de combinaciones de colores. De este modo, se pueden producir una mayor variedad de efectos visuales que los fuegos artificiales y oportunidades casi ilimitadas para la narración artística en el cielo. Estos, además, se controlan con software específico manejado por el piloto profesional, lo que resulta cómodo y sencillo. El margen de error durante la ejecución es prácticamente nulo.
Esta creciente tendencia en diversos municipios, juntamente con toda la serie de ventajas que ofrecen los drones, respecto a la pirotecnia tradicional, hace pensar a algunos que la utilización de fuegos artificiales en celebraciones de gran envergadura está llegando a su fin y que pronto la pólvora será algo del pasado. No obstante, ¿será realmente tan rápido y efectivo este cambio?
Recientemente, en las redes sociales del municipio de Sitges, cuyos fuegos artificiales, dentro de la Festa Major, que en 2016 fue declarada Fiesta Patrimonial de Interés Nacional por la Generalitat de Catalunya, gozan de amplio reconocimiento, se realizó una consulta no vinculante sobre la posibilidad de incorporar drones como substitución a la pólvora. La respuesta prácticamente unánime fue un rotundo no. Los argumentos que más se utilizaron fueron relacionados, como era esperado, con los arraigos culturales, la pérdida de identidad, la atracción particular de este municipio por la pólvora y el ruido (en los fuegos artificiales, por ejemplo, se juega a imitar con el sonido de los petardos los ritmos de los tradicionales timbales del Ball de Diables).
Sin embargo, salieron también muchos defensores de las personas con sensibilidad especial hacia el ruido y de las mascotas, reclamando una mayor sensibilización con estos colectivos. La repercusión mediática que generó este caluroso debate denota el verdadero interés que despierta este tema y nos lleva a pensar que el fin de los fuegos artificiales tradicionales no se encuentra tan cerca ni será tan fácil como algunos vaticinan.
¿Será, como en el ámbito de las luminarias, el ‘equilibrio’ la solución (y palabra) mágica?