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Por qué le debe preocupar al sector productor el despilfarro de alimentos

José Mª Santos Rodríguez

Ingeniero Técnico Agrícola. Responsable del Área de Agricultura e Innovación de URCACYL

Promotor de DespilfarroAlimentario.org y miembro del Colectivo #LeySinDesperdicio

15/06/2023

El sector agroalimentario se encuentra actualmente en una grave encrucijada. Se le exige que produzca más cantidad para atender una demanda creciente, empleando menos insumos (suelo, agua, fertilizantes, fitosanitarios, energía, ayudas, etc…), con menores impactos medioambientales y a un coste cada vez menor. Es decir: sostenibilidad y eficiencia.

Paradójicamente, y al mismo tiempo, se está produciendo la barbaridad del despilfarro de alimentos, que implica tirar a la basura todos los recursos utilizados para su producción.

La FAO estima que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo no llegan al plato del consumidor, lo que supone 1.300 millones de toneladas… ¡cada año! De ellos, la UE contribuye con 90 M Tm, de los que 8 M Tm corresponden a España (1). Aunque la mayoría de los estudios suelen cargar la responsabilidad de este despropósito sobre el consumidor final, el despilfarro se produce a lo largo de toda la cadena alimentaria, incluyendo la fase de producción, donde prácticamente ningún informe cuantifica las pérdidas.

El Grupo Operativo EIP-AGRI apuntó en su estudio 'Reduciendo las pérdidas en granja' (2) que más del 10% de la producción agrícola europea se pierde en el campo. Otro informe titulado 'No hay tiempo que perder' de FeedBackEU (3) estima que se pierden 153,5 M Tm, incluyendo 54 M Tm en el sector primario (inferiores a las 138 M Tm de alimentos importados en 2021). A nivel mundial, el análisis de WWF (4) contabiliza 1.200 M Tm en la fase de producción que se añadirían a los 1.300 M Tm del resto de la cadena, cuya suma supone un 40% de toda la producción agrícola mundial.

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Qué supone para el productor

El sector agroalimentario se encuentra actualmente en una grave encrucijada. Se le exige que produzca más cantidad para atender una demanda creciente, empleando menos insumos (suelo, agua, fertilizantes, fitosanitarios, energía, ayudas, etc…), con menores impactos medioambientales y a un coste cada vez menor. Es decir: sostenibilidad y eficiencia.

Paradójicamente, y al mismo tiempo, se está produciendo la barbaridad del despilfarro de alimentos, que implica tirar a la basura todos los recursos utilizados para su producción. Así, se dedican 1.400 millones de hectáreas (M Has) a producir alimentos que nunca alimentarán a nadie, 250 km3 de agua dulce (una cifra similar al consumo de agua de todos los hogares del mundo) y millones de barriles de petróleo, a lo que hay que añadir fertilizantes, fitosanitarios, mano de obra, etc.

Además, las emisiones que producen los alimentos desperdiciados generan 3.300 M Tm de CO2 (8-10% del total) que, si contabilizasen como un país, sería el tercer emisor tras EE UU y China.

En estas circunstancias, el productor se ve obligado a intensificar su producción, incrementando las dosis de insumos o adquiriendo costosas tecnologías que, si bien permiten producir más, pueden incrementar los costes de producción y reducir los márgenes de cada unidad producida.

Esta intensificación presiona a estos recursos escasos (como el suelo o el agua), cada vez más inaccesibles y caros (como las energías), incrementando los problemas medioambientales (erosión del suelo, contaminación de aguas o emisión de GEIs) y poniendo en riesgo la producción en el futuro, incluso a corto plazo. Los recursos gastados, en general no renovables, dejan de estar a disposición para la producción de alimentos de las siguientes campañas y cosechas.

Si dejáramos de desperdiciar esas enormes cantidades de alimentos a lo largo de toda la cadena, seguramente no sería necesario ese incremento del 70% en la producción que la FAO estima para alimentar a la población mundial en 2050 y que genera cierta ansiedad en el sector y en la sociedad. Bastaría con incrementos mucho más moderados (entre un 17 y un 30%) y más factibles para el sector productor. Es más, aprovechando lo desperdiciado, se podría alcanzar ya mismo la erradicación de la lacra del hambre.

Incluso para el sector supondría un gran alivio, pues de no consumir recursos (para tirarlos), podría lograr de forma casi automática los aparentemente “inalcanzables” objetivos de sostenibilidad que plantea la estrategia 'Del Campo a la Mesa', como la reducción del uso de fertilizantes o fitosanitarios.

Yendo un paso más adelante debemos pensar que el sistema alimentario basa su eficacia (que no su eficiencia) en un volumen de producción abundante, al menor coste posible y con un precio (a veces demasiado barato) para el consumidor. Todo ello presiona al productor, que se ve obligado a reducir su renta si quiere ser competitivo. En demasiadas ocasiones esto aboca al abandono de la actividad, con las nefastas consecuencias que ello acarrea para el medio rural (despoblación, falta de relevo…).

El despilfarro de alimentos también implica el desprecio del trabajo del productor (algo que debería doler a cualquier profesional) y la banalización del propio alimento, cuyo precio no remunera el coste que ha sido necesario para producirlo, ni refleja el enorme e insustituible valor que tiene.

En definitiva, toda esta dinámica no beneficia al productor. Quizá haya otros que ganen con la sobreoferta que presiona los precios, con la venta de más insumos o la especulación de los alimentos rebajados a 'commodities' en las bolsas de futuros, pero no al agricultor o ganadero.

Si dejáramos de desperdiciar esas enormes cantidades de alimentos a lo largo de toda la cadena, seguramente no sería necesario ese incremento del 70% en la producción que la FAO estima para alimentar a la población mundial en 2050 y que genera cierta ansiedad en el sector y en la sociedad

Causas

Sería muy largo relacionar las causas que provocan este problema a lo largo de toda la cadena, pero sí podemos mencionar algunas de las más importantes, como inadecuado almacenamiento; transporte o procesados excesivos; roturas de la cadena de frío, confusión entre fechas de caducidad y consumo preferente; especulación y/o cambios en los mercados; compras superiores a las necesarias, falta de reaprovechamiento en cocina, rechazo de productos por estética o sobrantes en la restauración, entre otras.

En la fase de producción, obviando las mermas inevitables producidas por plagas o clima, se producen pérdidas por cuestiones de mercado (caída de precios), incumplimiento de contratos o acuerdos entre los eslabones de la cadena, sobreproducciones forzadas para evitar incumplir los contratos, innecesarios condicionantes estéticos, o en el caso más extremo, recurrir a la destrucción de producciones por falta de mercados o para mantener los precios.

Ante esta realidad se hace imprescindible analizar y cuantificar todas estas causas que, como hemos dicho, no se contemplan para el sector productor en los estudios oficiales. Gran parte de las causas están ligadas a normativas incompatibles con la prevención del despilfarro, a actuaciones de otros agentes de la cadena o a la falta de sensibilidad por parte del consumidor final. Es decir, lejos del punto de producción y de la responsabilidad del productor.

En este último punto merece destacar que una de las causas que generan más PDAs es el precio intermedio y final de los alimentos. Y es que la cesta de la compra sólo supone un 17% (datos INE 2019) de la renta familiar de un consumidor medio, lo que conlleva una depreciación de su inestimable valor real. Es decir, induce a confundir valor y precio, como se dice de los necios.

Prevención y concienciación

Tras este problema subyace una falta de conciencia sobre su gravedad (incluso en el propio sector primario) y la necesidad, urgente, de tomar medidas para prevenirlo, en la que tiene mucho que hacer y exigir el sector productor.

Para prevenir estas pérdidas y desperdicio, es necesario actuar en los primeros eslabones de la cadena, si es posible en la fase de producción, donde aún no se han añadido los costes de transporte, manipulación, procesado o distribución. Y en todos los casos, hacerlo siguiendo la jerarquía de aprovechamiento, en la que debe primar la prevención por encima de la transformación en otros productos o subproductos e, incluso, de la donación.

Ya hemos visto que el despilfarro a lo largo de la cadena termina perjudicando, sobre todo y especialmente, al propio productor, que ante esta realidad debe hacer valer su trabajo y el valor de sus productos.

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Ley sobre PDAs

Por todas estas razones, junto a la concienciación y prevención, es necesario y urgente contar con una ley sobre PDAs que esté a la altura del reto que supone. Una ley realista y ambiciosa a la vez, como lo es la ley catalana de 2020.

Tras Francia e Italia, España ha estado a punto de ser el tercer país en contar con una ley sobre PDA. El proyecto de ley estaba ya en el Senado, pero la reciente convocatoria de elecciones generales ha hecho decaer su tramitación.

Sin entrar en detalle, el proyecto era muy mejorable, pero establecía las bases necesarias para poner freno a este sinsentido de las PDA. Todos los agentes de la cadena, desde la producción al consumidor final, estaban obligados a medir, cuantificar y analizar el despilfarro alimentario en su eslabón, a fin de prevenirlo. Una estupenda oportunidad para acabar con esta fuente de ineficiencia e insostenibilidad en las explotaciones e industrias agroalimentarias.

En resumen

Al sector productor sí le debe preocupar el despilfarro de alimentos en toda la cadena alimentaria, incluyendo la fase de producción, a fin de poder seguir produciendo alimentos y hacerlo de forma lo más sostenible, ecológica, económica y socialmente que sea posible.

Y a la sociedad en su conjunto también le debe preocupar, especialmente en un momento como el actual, en el que vamos siendo conscientes de que los recursos son escasos, caros y de los que tenemos una dependencia casi total (petróleo, energía, materias primas), lo que pone en peligro incluso nuestra propia soberanía alimentaria. Aún más si cabe cuando los problemas en este sentido se nos acumulan (sequía, costes de energía, inflación disparada en alimentos, cambio climático, pobreza alimentaria, etc). Ante todo esto, la pérdida y desperdicio de alimentos es un contrasentido imposible de mantener.

Nos encontramos ante un enorme reto. Como se expone en www.DespilfarroAlimentario.org, nos hemos acostumbrado a disfrutar de alimentos sanos, nutritivos, seguros, variados, accesibles y demasiado baratos. Por eso se debe concienciar a la sociedad de que los alimentos son un milagro al que demasiados no tienen acceso, tanto en los países enriquecidos como en la mayor parte de un mundo malnutrido (2.000 millones de personas no tienen una alimentación adecuada, de los que 900 millones sufren hambre y 40 millones mueren por ello cada año). Desde esta perspectiva, el derroche de alimentos, en cualquiera de sus formas o fases, es una auténtica aberración. Y, además, insostenible.

Referencias

(1) Estrategia MAPA “Más alimento, menos desperdicio”. www.menosdesperdicio.es

(2) EIP AGRI “Reducción de pérdidas de alimento en campo” https://bit.ly/3zHhkj6

(3) FeedBackEU: https://feedbackeurope.org/ Estudio “No hay tiempo que perder”

(4) WWF. “Directo a la basura: el impacto de la pérdida global de alimentos en granjas” https://bit.ly/2WLxaKQ

Libro “Despilfarro. El escándalo global de la comida” https://bit.ly/3h4jWQI y video https://bit.ly/38Ke1LX (subtítulos en castellano)

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