Vinos de uvas ancestrales, una tendencia creciente para ganar exclusividad
Hay variedades ancestrales que ya sólo existen en colecciones de vid o bancos de germoplasma, y otras que perviven en el campo en viejas cepas sin identificar que tras ser analizadas arrojan como resultado su pertenencia a una variedad que se creía extinguida.
La variación de las condiciones climáticas y del suelo con el paso del tiempo, la aparición de determinadas plagas, los cambios en el paladar de los consumidores o las tendencias del mercado son algunos de los motivos que pudieron ocasionar que determinadas variedades de uva quedaran relegadas hasta su práctica desaparición.
Así lo explica a Efeagro el gerente de la Plataforma Tecnológica del Vino (PTV), Mario de la Fuente, doctor en ingeniería agronómica que expresa que el hecho de que dejaran de funcionar en un determinado momento no quiere decir que en el entorno actual no puedan cultivarse con éxito.
Y en un mercado en el que apenas una docena de variedades de uva copan el 80% de la superficie cultivada en España, poder diferenciarse con un vino que nace de una vid ancestral, en muchos casos autóctona de determinada región, ha motivado a los bodegueros a explorar esta alternativa.
Los vinos de variedades ancestrales se han convertido en las protagonistas de algunas ferias del sector y agricultores, productores y viveros están siendo muy activos en la búsqueda de patrimonio vitícola que ha quedado en desuso y estudiando qué potencial puede tener en el mercado.
Una apuesta de futuro
Se ha convertido en una “tendencia creciente”, reconoce Miguel Torres Maczassek, director general de una de las bodegas que más tiempo lleva en trabajando en la recuperación de uvas ancestrales, Familia Torres, quien, no obstantes, rechaza que se trate de una moda temporal y asegura que “es una apuesta de futuro”.
La bodega Familia Torres inició en los años 80 un proyecto de recuperación de uvas autóctonas de Cataluña que se habían perdido por la plaga de la filoxera a finales del siglo XIX y hasta el momento ha localizado más de 50 variedades. A seis de ellas les otorga potencial enológico suficiente y capacidad para adaptarse al cambio climático y cinco ya están presentes en vinos puestos a la venta por la bodega, dos de forma monovarietal.
“Es una manera de reivindicar nuestros orígenes y diferenciarnos, pero también una solución para adaptarnos al cambio climático, ya que hemos visto que algunas de estas variedades son de ciclo largo y resisten bien las altas temperaturas y la sequía”, cuenta Torres.
Todo ello pese a que se trata de un proceso lento, pues desde que se tienen constancia de una cepa antigua no identificada, hasta que la Administración autoriza su admisión en el Registro de Variedades, pueden transcurrir hasta 10 años de estudios y análisis. “Llevamos prácticamente 40 años invirtiendo tiempo y recursos y solo hemos presentado cuatro vinos al mercado”, expresa Torres.
Interés científico
Aparte de los mercados, el otro gran actor que interesado en la recuperación de variedades de vid es la investigación, como la que lleva a cabo el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra).
Este centro comenzó hace 10 años la búsqueda de material vitícola autóctono de la Comunidad de Madrid y posteriormente impulsó un proyecto junto a entidades científicas de toda España para recopilar y estudiar material de variedades de vid desconocidas o que se daban por perdidas, explica el director del departamento de investigación agroalimentaria del Imidra, Gregorio Muñoz.
De más de 2.000 muestras, hallaron casi un centenar de las que no se tenía constancia y con todo ese material estudian cómo se comporta cada variedad ante unas mismas condiciones de suelo, temperatura y humedad, de cara a comprobar su adaptación al cambio climático.