Mapas de suelo para lograr una mayor eficiencia en la fertilización de la remolacha azucarera
La fertilización precisa y exacta es ya una realidad en la agricultura. Año tras año, y fruto de su experiencia, los agricultores comprueban que en sus parcelas hay zonas menos productivas que reciben más abono de la cuenta y otras áreas mejores, en cambio, no consiguen desarrollar todo su potencial por falta de nutrientes.
Desde la cooperativa Santa Bárbara de Cordovilla la Real (Palencia), socios de ACOR, han puesto en marcha esta campaña un proyecto para ser más eficientes en la fertilización de la remolacha. Los acompaña la empresa de ingeniería Agrae que ya ha realizado trabajos similares en maíz, trigo, cebada, alfalfa, patata, adormidera, girasol y colza.
El objetivo es conocer los nutrientes que tiene cada suelo de la parcela y aplicar el fertilizante que se necesita, ni más ni menos, lo justo en función de la producción que se espera obtener. Hay que tener en cuenta, como recuerda Jorge Miñón, doctor ingeniero agrónomo de Agrae, que el abonado supone entre un 15 y 20% de los costes totales del cultivo.
¿Y cómo lo hacen? Jorge Miñón explica que antes de la siembra “radiografían” el suelo hasta 90 centímetros de profundidad y toman valores de conductividad eléctrica aparente que permiten establecer el mapa de texturas de suelo. Junto a ello, recogen muestras de tierra en varios puntos para analizar los nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio, pH, materia orgánica, azúfre, boro… Todo esto se completa con el análisis de los valores de vigor de los cultivos de esa parcela en los últimos cinco años a partir de imágenes por satélite, para así establecer las zonas que históricamente han sido más productivas.
Abonadora Isobus
Este mapeo del suelo y su análisis ha permitido prescribir el fertilizante necesario para el abonado de fondo y para dos coberteras. Para poder aplicar estas prescripciones de fertilización variable es necesario una abonadora de dosificación variable con monitor Isobus que lea el mapa cargado y controle la máquina para abrir o cerrar la distribución de fertilizante según la zona de la parcela. La semana previa a la cosecha se efectuará un muestreo de campo para analizar la cantidad y calidad de la remolacha y generar nuevos mapas para evaluar los resultados.
El reto consiste en incrementar la eficacia en el campo. “Si gastamos menos fertilizante, o el mismo lo distribuimos mejor para obtener más producción o calidad, estamos siendo eficientes”, afirma Miñón, que añade: “Además, si reducimos el abonado también reducimos la huella de carbono y así contribuimos a la lucha contra el cambio climático”.
Las conclusiones y los resultados económicos de este proyecto se publicarán una vez se efectúe la cosecha. No obstante, ya han determinado que se ha gastado un 8% menos de fertilizante y la huella de carbono se ha reducido un 5%. Este servicio tiene un coste para el agricultor de unos 30-35 euros por hectárea, una cantidad que se reduce a más de la mitad en sucesivas campañas al disminuir los trabajos de análisis y seguimiento que son precisos.