Un ensayo en terreno de raña muestra beneficios agronómicos de la siembra directa en suelos pobres
Una de las características fundamentales de los denominados suelos ácidos es la poca disponibilidad de nutrientes. En los ecosistemas naturales, los que todavía no han sido explotados por el ser humano con fines agrícolas, esto no supone un problema para la vegetación, ya que está adaptada a estas pobres condiciones. Una vez que son alterados para cultivar, se modifica grandemente su dinámica y, en pocos años, pasan a ser improductivos. Esto ha sucedido, por ejemplo, en la raña de Cañamero (Cáceres). El profesor Rafael Espejo, de la Universidad Politécnica de Madrid, ha mostrado en la Universidad de Córdoba, con motivo de la celebración del Año Internacional de los Suelos, cómo a través del uso de enmiendas para enriquecer la base del suelo y el empleo de la siembra directa, estos suelos pueden recuperar capacidades productivas agrícolas respecto al laboreo convencional.
“Cuando un ecosistema se transforma en agroecosistema, hay que tener mucho cuidado con la forma de manejo, con el fin de que se altere lo menos posible la dinámica del suelo y, especialmente, la de la materia orgánica”, ha destacado Espejo, experto en Edafología y Química agrícola. Su grupo de trabajo ha trabajado durante un decenio en la raña de Cañamero (al sur de la provincia de Cáceres), un espacio de piedemonte característico de la península Ibérica que pasó de ser un ecosistema natural a ser explotado por la agricultura durante el siglo XX y comenzó a abandonarse a las pocas décadas porque dejó de ser productivo.
“En el ambiente mediterráneo, la agricultura se practica desde hace miles de años, por lo que es difícil tener ejemplos de la evolución de los suelos. Sin embargo, hay rañas, como la de Cañamero, que no se empezaron a cultivar hasta comienzos del siglo XX, es decir, mantuvieron su vegetación natural hasta entonces”, ha recordado el científico. Aproximadamente en los años 30, se desforestó y se puso en servicio el terreno. “El agricultor empezó a cultivarlo, pero cuando se acabó la materia orgánica y los nutrientes, se empobrecieron los suelos y el agricultor acabó abandonándolo al poco tiempo, en un margen de entre treinta a cincuenta años”.
En campos de cultivo experimentales en la zona, durante los últimos años de la primera década del siglo XXI y los primeros de la segunda, el equipo de Espejo empezó a aplicar enmiendas para enriquezar los suelos de esta raña. Se acudieron a subproductos industriales, como la espuma de azucarería, los fosfoyesos de Huelva o los yesos rojos, ya que los agricultores de la zona no podían acceder a recursos más caros.
Durante los siete años que duró el efecto de la enmienda, los campos de estudio se trabajaron por medio de laboreo convencional (esto es, con el ciclo de uso de aperos agrícolas convencionales como el arado o los cultivadores) y con siembra directa. Se sembraron cultivos como la beza, la avena o el centeno y se midieron diferentes variable, desde edafológicas hasta pluviométricas. Los científicos observaron que, tanto en la siembra directa como en la convencional, durante el efecto de la enmienda, se incrementaron los niveles de pH y calcio del suelo y los de materia orgánica, esto es, los suelos se enriquecieron.
Durante esta vida útil de la enmienda, se constató también que por medio de la siembra directa se obtenían mejores resultados agrícolas. “La siembra directa, al aumentar en mayor cuantía la materia orgánica, era útil para mejorar las condiciones del suelo y la productividad de los cultivos”, ha explicado Espejo. “La siembra directa es aconsejable siempre, pero en estos suelos pobres es vital”, ha resumido.
Además, Espejo ha recordado que los ecosistemas naturales con suelos pobres se han conservado, en algunos casos, durante millones de años. Esto ocurre en la zona tropical. Estos terrenos se siguen manteniendo con una frondosidad que, a primera vista, se podría pensar que están asentados en suelos ricos. Ocurre lo contrario. “Todo el ecosistema se mantiene gracias a la dinámica de la materia orgánica”, ha explicado.
Cuando se han intervenido estos suelos para crear grandes explotaciones agrícolas deforestándolos, el resultado ha sido un empobrecimiento rápido de los suelos. Esto ha sucedido en países como Brasil o Madagascar. “Y ya lo sabían los pueblos aborígenes, por lo que practican la agricultura itinerante”, ha explicado el profesor de la UPM. Estos pueblos cultivan el suelo alterando la superficie mínima de las selvas colindantes a sus asentamientos, donde queman la vegetación en una o dos hectáreas y emplean las cecinas de abono. Una vez que agotado el abono, se van a otra zona próxima. Al ser superficies muy pequeñas, la vegetación que bordea esa zona deforestada va recuperando hacia en interior y se restaura el equilibrio que la agricultura alteró.