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El escándalo de la carne de caballo revela los peligros de la gran industria alimentaria

Rafael Carrasco, director de la Agencia Dossier21/02/2013
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El escándalo de la carne de caballo se extiende como la pólvora por toda Europa, sin que aún se sepa quién la mezcló con carne picada de vacuno ni hasta dónde llega el fraude. Este enésimo escándalo alimentario viene a demostrar los riesgos de “transnacionalizar” la elaboración de alimentos como si fueran coches. Expertos, productores y comercializadores españoles de carne y derivados cuestionan la actual industria y la distribución alimentarias en su conjunto y recuerdan la conveniencia de una trazabilidad real de los productos y de canales de comercialización más cortos y controlables.
La sociedad gala Comigel es una de las intermediarias de carne que distribuye sus platos congelados para Findus y otras marcas en 16 países de Europa. Comigel adquiere la carne a otra empresa francesa, Spanghero, que a su vez compra la carne en Rumania. Según el ministro francés de Consumo, Benoît Hamon, Spanghero “compró la carne congelada a un comerciante chipriota, que subcontrató el pedido con un comerciante en Holanda, que a su vez había adquirido la carne en un matadero y un taller de corte en Rumania”. Según otras fuentes, la carne de caballo rumana había sido negociada por comerciantes en Chipre y Holanda antes de ser adquirida por una empresa del sur de Francia y elaborada por otra en Luxemburgo.

La alerta por este fraude se extiende ya por Alemania, Bélgica, Holanda, Irlanda, Reino Unido, Polonia, Rumanía, Suecia, Luxemburgo, Francia, Italia y, también, por España, donde Nestlé acaba de anunciar que retira de los supermercados ravioli y tortellini Buitoni suministrados por un proveedor alemán (H.J. Schypke) y que contienen, junto a carne de vacuno, proteína de caballo por encima del 1%. A finales de enero, un estudio de la OCU advertía que dos de las 20 marcas de hamburguesas industriales analizadas contenían carne de caballo y alertaba de “un claro fraude al consumidor”.

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Seguir hoy el camino completo a un alimento elaborado, con responsabilidades claras para cada eslabón de esa compleja cadena –lo que se denomina 'trazabilidad'–, es prácticamente imposible cuando intervienen una docena o más de agentes. “Está claro que si un alimento es producido como un coche –explica Pedro García Mendoza, director de la tienda de alimentos sostenibles EsDeRaiz–, con piezas que vienen de cinco o seis países y toda clase de agentes interviniendo en el proceso, pueden pasar estas cosas. Por eso, tenemos que reivindicar el producto local y los canales cortos de comercialización: yo compro mis hamburguesas a un ganadero de Segovia, por ejemplo, y, cuando el cliente me compra a mí, no hemos intervenido en el proceso más que dos agentes, y así –aparte de los sellos de calidad y el conocimiento directo de las personas– es mucho más difícil que se añadan cosas raras al alimento”.

“En nuestro caso, hay una trazabilidad individual y viendo el número de lote de un paquete de carne se puede saber perfectamente de qué animal concreto procede”, explica Rodrigo Redondo, biólogo y gerente de Gavisa, una explotación vacuna ecológica asentada en Cenicientos (Madrid) y que produce, entre otras cosas, hamburguesas y carne picada bien distintas a las que han aparecido mezcladas estos días con proteína equina. Sus animales son sacrificados y despiezados en un pequeño matadero de Alcaudete de la Jara (Toledo), e inmediatamente se envían a hostelería, a tiendas, a particulares o a algún distribuidor. Como cualquier carne ecológica, nunca se mezcla con la de terceros y, como máximo, hay tres eslabones en la cadena comercial antes de llegar al consumidor.

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“Si cada eslabón de la cadena alimentaria hace bien su trabajo –advierte Juan Bay, químico agrícola y experto en la industria agroalimentaria–, no tiene por qué pasar nada, pero, si dicha cadena tiene, digamos, 10 eslabones, y algunos de ellos se desarrollan en países distintos del nuestro, la trazabilidad del alimento es más difícil de asegurar; la falta de rigor de algunas empresas, cuando no la avaricia económica directamente, y un cuerpo de inspectores de sanidad insuficiente en países como el nuestro, hacen que la posibilidad de fraude se dispare y se produzcan casos como éste de la carne de caballo o más graves”.

“En Sanchonar –explica Santiago Rodrigo, veterinario y propietario de esta explotación segoviana dedicada a la cría y sacrificio de pollo de corral y ecológico–, llevamos la trazabilidad desde el día del nacimiento. Todos los alimentos suministrados llegan al gallinero con su correspondiente certificación y muestras para ser analizados. Disponemos de matadero propio y somos nosotros mismos los que sacrificamos, envasamos y comercializamos nuestros pollos de forma artesanal. Envasamos cada pieza por separado y la etiquetamos de forma individual. Y después, lo distribuimos casi todo personalmente a nuestros clientes”.

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