Entre Luces: exposición de luminarias en la Galería de Arte Fernando Pinós
La Galería de Arte Fernando Pinós de Barcelona presenta hasta finales de febrero la exposición Entre Luces, una recopilación de bellas lámparas de sobremesa, de pie, de techo o de aplique para la pared, desde finales del siglo XIX.
Desde sus talleres en Nueva York, Louis Comfort Tiffany fue uno de los mas creativos y prolíficos diseñadores, con nuevos y imitados métodos en la manufactura del vidrio. En l’Ecole de Nancy, Majorelle y Gallé crearon un universo decorativo lleno de plantas y insectos que cubren también los aparatos de iluminación, Gaspar Homar o Joan Busquets diseñaron algunos modelos de especial belleza, así como también se encontraban en tiendas de ebanistería, reproducciones o objetos decorativos como la Casa Masriera o Esteva, Hoyos y Cia de Barcelona.
Para la realización de la exposición se ha editado un libro, que se puede adquirir en la Galería Fernando Pinós o en la sede del Museu del Modernisme Català. (Tapa rústica. 128 páginas.PVP: 15,00€). La Galería se encuentra en la calle Consell de Cent, número 325 de Barcelona.
Lámparas y artefactos de iluminación con estilo
Teresa M. Sala, de la Universitat de Barcelona, escribe en el libro de la exposición:
No hay luz tan doméstica como la luz nocturna, ni espacio tan privado como el tenuemente iluminado por las lámparas, con estas palabras el arquitecto Luis Fernández-Galiano introducía uno de los ámbitos de una exposición sobre espacio interior refiriéndose a las luces nocturnas. Quiere decir que el espacio privado se reconoce en la iluminación nocturna que, según el momento, es la llama de una vela que tiembla, o las pantallas que proyectan formas cónicas incandescentes como faros domésticos. La luz transfigura lo que toca y la variedad de las lámparas no es tan importante como la variedad de las luces. Y así, las fuentes luminosas determinan una determinada atmósfera.
Escribir sobre un tipo de artefacto tan familiar como las lámparas parece que nos conduce a una reflexión sobre su propia aparición y función, que han ido variando a lo largo del tiempo. A modo de introducción, trazaremos algunas consideraciones, que en ningún caso pretenden ser una historia, ni tampoco una secuencia estilística. De hecho, queremos ofreceros algunos ingredientes con los cuales reflexionar y que pueden servir para un futuro estudio profundizado sobre la fascinante historia de la luz humana.
En el siglo XIX, el deseo de capturar la duración del día en la noche se hizo cada vez más fuerte, hasta que apareció la iluminación con luz de gas y cambió la manera de vivir y dormir. La luz y la oscuridad, tanto del día como de la noche, marcan las etapas del trabajo, del descanso y del sueño de los humanos. Y las luces y las sombras diurnas o nocturnas pueden crear un mundo de sensaciones y de percepciones muy diversas. Podemos seguir las trazas del concepto de ostentación hasta el de intimidad a partir del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, según lo que podemos denominar como el arte de vivir. La higiene y las nuevas condiciones de confort marcan las tendencias en los programas arquitectónicos y decorativos. En el Ensanche, las nuevas edificaciones tienen mejor ventilación y más iluminación natural.
El alumbrado de gas en las calles creó una sensación de seguridad, y permitía transitar sin miedo, mientras que en los espacios íntimos de las casas esta extraña nueva iluminación no requería la misma atención que las lámparas de aceite o las candelas, aunque producía algunos accidentes domésticos, al tiempo que consumía más oxígeno y las personas sufrían dolores de cabeza en las habitaciones mal ventiladas.
El escritor Edgar Allan Poe (1809-1849), en su ensayo Filosofía del mobiliario, nos habla de la iluminación en los interiores americanos de su época, y dice textualmente: ‘Estamos violentamente enamorados del gas y del vidrio. El primero es totalmente inadmisible en los interiores. Su luz áspera y desigual ofende la vista. Ninguno que tenga cerebro y ojos la usará. En cambio, una luz media, lo que los artistas denominan una luz fría -con sus correspondientes sombras cálidas-, obrará maravillas, incluso en una habitación mal provista. Nunca ha existido una invención más encantadora que la lámpara astral. Aludimos, se entiende, a la lámpara astral propiamente dicha, la de Argand, con su pantalla original de vidrio transparente y sus rayos de claro de luna tan suaves y uniformes’3. Esta lámpara, inventada por el físico suizo Argand, es un artilugio popularmente denominado quinqué, y producía una luz equivalente a 6 ó 10 velas. Desplazó rápidamente a todas las otras variantes de lámparas de aceite, y se fabricaron con una gran diversidad de formas decorativas. De todas formas, la iluminación interior era escasa, o por lo menos puntual, con determinados puntos de luz, tal y como vemos en las descripciones literarias del momento. Así, por ejemplo, Narcís Oller, en la novela La febre d’or, describe un interior acomodado donde hay ‘fulgores tornasolados de la magnífica araña’ o ‘miríficas lámparas de bronce colgaban del techo’, aunque domina la oscuridad de la casa ochocentista.
No será hasta finales del siglo XIX cuando la vida de noche se volverá más brillante con la llegada de la lámpara incandescente. Es un invento que revolucionó las vidas de las personas de tal modo que ahora no podemos imaginar un mundo sin electricidad. Los aparatos de iluminación artificial tienen diversas formas según las épocas. De hecho, a lo largo de la Historia se han producido artefactos que tenían que ver con los inventos que han servido para iluminar la noche, y durante el siglo XIX encontramos fuentes luminosas de gas y eléctricas que conviven durante un tiempo. Son importantes como objetos decorativos y adoptan diferentes formas y estilos. Sin embargo, la instalación de luz eléctrica en las ciudades traerá como consecuencia un beneficio en la iluminación de los interiores. Esto se traduce en una mejora del confort y también en la proliferación de nuevos diseños de objetos lumínicos. En la época del Modernismo, muchos talleres ejecutaron aparatos de iluminación como lámparas, arañas, lámparas de techo, candelabros o farolas con sistemas a veces mixtos de gas y luz eléctrica. Si observamos pinturas o fotografías de interiores de la época podemos distinguir los diferentes tipos de artefactos antes mencionados. Los detalles de lo cotidiano están presentes en imágenes pintadas donde los efectos de la luz sobre los objetos nos recuerdan a la pintura holandesa del siglo XVII. Así, por ejemplo, escenas de mujeres leyendo con claridad e intimidad, característica de la iluminación nocturna. Uno de los pintores que supo plasmar, con una gran sensibilidad, los efectos insólitos de la luz artificial, fue el francés de origen suizo Félix Vallotton.
Los modelos de lámparas y luminaria que acompañan el texto son una recopilación de bellas muestras de sobremesa, de pie, de techo o de aplique para la pared, realizadas con diferentes técnicas y en diferentes épocas, desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Los estilos transitan por los gustos del Eclecticismo, el Art Nouveau y el Decó, donde sobresalen las pantallas con tulipanes de diferente tipo de vida o de nautilos, con un particular tratamiento del vidrio y del color, que consiguen percepciones multicolores, translucidez y claridad de diferente intensidad. Los diseños naturalistas de algunos modelos, como el de una magnífica mariposa colgando del techo, se combinan con terracotas de escritorio donde la mujer se convierte en la protagonista principal. En la École de Nancy, Majorèlle i Gallé crearon un universo decorativo lleno de plantas e insectos que cubren también los aparatos de iluminación. Gaspar Homar o Joan Busquets diseñaron algunos modelos de especial belleza, así como también se encontraban en tiendas de ebanistería, reproducciones u objetos decorativos como la Casa Masriera o Esteva, Hoyos y Cia de Barcelona. Por su parte, Louis Comfort Tiffany (1848-1933) fue uno de los más creativos y prolíficos diseñadores, con nuevos e imitados métodos en la manufactura del vidrio. La firma americana patentó la ventana de vidrio opalescente, que creaba unos efectos tridimensionales del nuevo material que tuvo un gran éxito. Desde sus talleres neoyorkinos prosperó una industria artística con un taller donde trabajaban más de mil personas, y donde dominaba su fascinación por la Naturaleza. Las lámparas fueron fruto de una feliz coincidencia con Thomas Edison, que le hizo pensar que las bombillas eléctricas se podían aplicar con éxito a luces de mediano y pequeño tamaño, con cristales de colores que tamizarían la luz de forma maravillosa. Muchos otros fabricantes se dedicaron a la producción de aparatos para iluminar.
Poéticas lumínicas que, para concluir, son bellas esculturas-bibelot de los rincones de las nuevas ubicaciones dentro de las casas o en alguna colección que las rescata del naufragio.
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