“El sector cárnico debe afrontar los retos medioambientales y liderar un cambio de paradigma hacia escenarios del siglo XXI”
Entrevista a Josep Collado, secretario general de Fecic
La industria cárnica afronta meses de cambios. Tras unos años muy buenos, especialmente por las exportaciones a China, la demanda empieza a reducirse y los consumidores enfocan su interés hacia nuevas fuentes de proteína. De todo ello hablamos con el secretario general de la Federación Empresarial de Carne e Industrias Cárnicas (Fecic), Josep Collado, quien aboga por que las empresas cárnicas se adapten a las nuevas demandas y diversifiquen su producción, entendiendo la proteína alternativa como una oportunidad y no como una amenaza.
¿Cómo valora la situación actual de la industria cárnica?
Creo que estamos en un momento de cambio de paradigma en lo que se refiere al marco en el que se desarrollan las actividades del sector. En los últimos tiempos han ido apareciendo nuevos elementos alrededor que se han ido acumulando y están modificando el mercado. Algunos ejemplos son las variaciones del mercado chino, la disminución del consumo de carne y su imagen, las declaraciones de políticos… Pero creo que hay un elemento clave que puede reforzarnos y es el debate medioambiental y sobre el bienestar animal, temáticas que realmente creo que deberían estar en el centro de nuestro sector. Nos toca afrontar estos retos y liderar un cambio de paradigma hacia escenarios del siglo XXI.
Si hablamos de cifras, el sector vive un momento positivo. Desde 2019 hasta 2021 hemos vivido en una especie de burbuja artificial creada por la desaparición del 25% de la cabaña porcina mundial. Además, el crecimiento de la Peste Porcina Africana (PPA) redujo mucho el número de exportadores internacionales, especialmente cuando estalló en Alemania. Todo esto tuvo beneficios para España a corto plazo, pues hemos podido aumentar nuestra producción y exportación a niveles altos, pero ahora los mercados se están resituando y es el momento de hacer los deberes y volvernos a colocar fuera de esa burbuja de demanda agregada. A efectos de mercado, 2022 será el año de hacer esta transición, disminuyendo la producción porcina para adaptarnos a la bajada de la demanda y buscando nuevos destinos de exportación más allá de China –el sudeste asiático es la zona de mayor interés–.
Si queremos ser efectivos, esta recolocación general debemos hacerla ligando los nuevos niveles productivos con las medidas de sostenibilidad medioambiental.
Las declaraciones del Ministro de Consumo, Alberto Garzón, han desatado una polémica que hacía tiempo que no veíamos… ¿Qué tiene que decir Fecic al respecto?
Creo que generó un debate inexistente al que al sector ha sabido responder muy bien. Fueron unas declaraciones oportunistas frente a una campaña electoral concreta de un territorio totalmente vinculado al sector primario. Quiso crear una discusión que, al final, no ha aportado nada.
Las macrogranjas no existen en España, son un concepto que prácticamente solo existe en China por la reconversión de sus granjas hasta crear centros de producción enormes. Sin embargo, sí que creo que detrás de todo esto hay un modelo productivo que debe reorientarse. En España existe ganadería extensiva, pero este modelo es complicado en cuanto a rendimientos productivos. No olvidemos que debemos dar de comer a casi 50 millones de personas y las condiciones en extensivo no permiten lograrlo. Nuestro territorio es mayoritariamente de secano, con una gran producción agraria centrada en los cereales. Debemos aprovechar esto de algún modo para crear proteína cárnica y ofrecerla a la población porque, si no, del pasto no podremos sobrevivir.
Por otro lado, la patronal y los sindicatos alcanzaron recientemente un acuerdo para aplicar el nuevo convenio colectivo a la industria cárnica, tras una negociación en la que incluso los representantes sindicales amenazaron con ir a la huelga. ¿Está satisfecho con los resultados obtenidos?
Sí y no. Por un lado, hemos logrado una paz social muy conveniente para el sector. Por otro, creo que hemos firmado un convenio muy caro. Ante la inflación que vivimos, aunque se hayan subido los salarios –una muy buena subida comparada con las de los últimos años–, no acaba de ser suficiente para que se recuperen los costes y eso nos devuelve al punto de partida. Además, el sistema de deslizamiento (reducción de jornadas, permisos…) complica mucho alcanzar el rendimiento y la productividad necesaria para las industrias cárnicas.
Con todo, creo que es necesario hacer una reflexión sobre este convenio. La negociación colectiva se ha hecho mirando por el retrovisor cuando tendríamos que haber puesto las luces largas. Me explico. Si miramos para atrás y nos basamos únicamente en el pasado, si en 2020 exportamos millones de toneladas de carne a China significará que el convenio que firmamos para 2023 será extraordinario porque el sector va como una moto. Pero esto no funciona así. Como he dicho antes, hasta 2021 vivimos una situación muy concreta que ya se está revirtiendo, por lo que el modelo de negociación del convenio colectivo debería tomar decisiones mirando al futuro, no al pasado. El contexto ha cambiado y ya no es tan favorable y si, además, a esto le sumas el aumento del precio del petróleo o de la energía, el convenio nos deja más sombras que luces.
Centrémonos en las proteínas alternativas, que son una nueva tendencia en el sector. ¿Por qué los productos plant-based están en auge en todo el mundo?
Podríamos estar horas debatiendo sobre el porqué de este auge, pero considero que hay dos elementos fundamentales: el cambio de modelo nutricional y la preocupación medioambiental.
Este cambio de modelo de alimentación lleva años viéndose en los países desarrollados con las caídas suaves pero continuadas del consumo de carne –algo que sucede de forma contraria en los países en vías de desarrollo–. Las frutas y verduras crecen, por lo que me resulta curioso a nivel personal que se prefiera comer una hamburguesa hecha de guisantes antes que comer guisantes en sí. Pero más allá de eso, lo importante es que desde la industria cárnica tenemos que aceptar que el consumo se reduzca –incluso la OMS lo recomienda– y tenemos que buscar nuevos consumidores en otros países.
En cuanto a la sostenibilidad, es evidente que existe una preocupación latente del consumidor por cuidar el mundo en el que vive. La deforestación, el bienestar animal, la contaminación… La innovación tecnológica nos permite ofrecer nuevos productos y es el momento de analizar en qué formato la gente accede a estos nuevos modelos de consumo. Sin duda, los productos que más están triunfando son los que imitan a la carne a través de componentes vegetales, por lo que debemos adaptarnos.
Y todo esto, ¿cómo lo están viviendo las empresas del sector?
Las compañías están trabajando en ello y ya contamos con muchas referencias en los lineales. El consumidor está dejando de comer tanta carne y está demandando estos nuevos tipos de productos, por lo que sector tiene que ofrecérselos. Al fin y al cabo, las empresas buscan que sus cuentas de resultados funcionen y, para ello, hay que poner en venta lo que el consumidor quiere comprar. Si nos fijamos en el pasado, no es la primera vez que empresas puramente cárnicas deben diversificarse y ofrecer otros productos (pizzas, elaborados, patés, tortillas…) y para muchas ha sido un elemento fundamental de éxito. Si las empresas cárnicas deben transformarse en empresas alimentarias, que lo hagan.
Me parece un error montar trincheras y defender exclusivamente los productos cárnicos, es algo que no va en sintonía con la sociedad. Si segmentamos la población, vemos que el consumidor joven es el que menos carne ingiere y la población de mayor edad, la que más. Si apostamos por consumidores de largo recorrido, los jóvenes, tenemos que adaptarnos a estos nuevos productos.
Si la industria cárnica es capaz de posicionarse como proveedor de los alimentos y formatos que el segmento de población más joven demanda, y además lo hace de forma sostenible, el futuro está garantizado. Creo que lo más importante es entender que unos productos no son excluyentes a otros.
¿Le parece bien que estos productos puedan utilizar nombres como “salchichas”, “hamburguesas”, “chorizo”…?
Me cuesta entender algunas posiciones maximalistas que, en ocasiones, tienen las administraciones. Un ejemplo de ello es precisamente este, el de las denominaciones. En España tenemos una legislación restrictiva en cuanto a nombres. No podemos poner en nuestras etiquetas “hamburguesa vegetal”, por ejemplo, y me parece un error. El consumidor seguirá adquiriendo ese producto si es lo que quiere, se llame o no “hamburguesa”. Al no ser una normativa armonizada a nivel internacional, acaba siendo contraproducente para los productores nacionales que están en desventaja frente a los extranjeros. Holanda y Alemania, entre otros, no tienen ninguna normativa al respecto por lo que sí pueden etiquetar sus productos plant-based como “hamburguesa vegetal” y venderlo en España. Al final, con esta especie de protección que las administraciones están llevando a cabo acaban quitando oportunidades de crecimiento y de negocio a nuestras empresas autóctonas.
Desde Fecic llevamos tiempo explicándolo, incluso lo hemos hecho en el Parlamento Europeo, pero no estamos obteniendo resultados reales. Sin embargo, estamos convencidos de que el tiempo nos acabará dando la razón. No podemos poner puertas al campo, tenemos que regular a través de un marco normativo que encaje con la realidad.
¿Es posible alimentar a la población mundial manteniendo el sistema productivo tradicional? Las proteínas alternativas pueden ser una vía…
Pueden ser una vía, sí, pero no la única. El modelo productivo actual tiene techo, es finito, por lo que debemos hacer un ejercicio importante de reformulación en algunos temas como, por ejemplo, la producción de cereales. Se estima que en 2050 el 90% de la producción mundial de cereales se destine a alimentación animal, algo totalmente insostenible. Debemos trabajar en obtener fuentes de proteínas económicas para ellos a base de otros productos como pueden ser los insectos o harinas animales. Si lo conseguimos, liberaremos un poco el modelo productivo actual.
Es imprescindible entender la relevancia de la sostenibilidad e integrar lo que la sociedad demanda. La industria debe ser inteligente y dar un paso adelante, buscando soluciones a la deforestación, la disminución del uso de soja para crear piensos, la bajada del uso de antibióticos, la reutilización de los purines para crear energía…
En este sentido, Desde Fecic hemos hecho una propuesta en el Congreso de los Diputados para poder aprovechar el agua regenerada para limpiar espacios sucios en la industria (camiones, corrales, zonas exteriores…). ¿Qué sentido tiene utilizar agua potable para este tipo de cosas con el alto estrés hídrico que vivimos en España? A veces parece que las administraciones van por detrás, algo que también hemos visto con el PERTE Agroalimentario que se acaba de aprobar. No hay ni una sola mención a las proteínas alternativas… Estas entidades deberían favorecer la innovación, por eso tenemos una iniciativa como los fondos Next Generation de la UE, diseñados para afrontar los retos del futuro… Y el futuro pasa por la producción de proteína y la gestión del agua.
¿Cómo entiende Fecic la convivencia entre las proteínas tradicionales y las alternativas?
La entendemos desde la normalidad absoluta. Recientemente hemos aprobado un Plan de Actuación de Proteínas No Cárnicas porque creemos que no hacerlo no sería inteligente. Aunque entiendo la defensa a ultranza de sectores como el ganadero, no podemos negar que el consumidor quiere comprar estas nuevas proteínas y desde el sector deberíamos liderar esta transición y proponer productos híbridos, por ejemplo. No debemos ver esta nueva corriente como una amenaza, sino como una oportunidad de crecimiento diversificado. Hay algo que no me canso de decir y es que no podemos ser el carbón del siglo XXI, tenemos que reinventarnos.
En el ámbito de las alternativas, ¿las pequeñas empresas tienen las mismas oportunidades que las grandes?
Por supuesto. La barrera tecnológica no es tan grande como para que solo puedan acceder grandes compañías. Además, para ayudar a quien lo necesite, desde Fecic formamos parte del Comité Ejecutivo de INNOVACC (asociación catalana de innovación del sector cárnico porcino) y hemos abierto una línea de innovación de nuevas proteínas que democratiza las oportunidades para todas las empresas.
Otro tema son las carnes sintéticas o de laboratorio. Estas sí que requieren de recursos y capacidades tecnológicas mucho más avanzadas, algo complejo para las empresas pequeñas. A pesar de ello, este tipo de productos todavía no están lo suficientemente desarrollados como para que sea interesante producirlos ya.
Hablemos de algo más polémico, ¿son realmente los productos plant-based más sostenibles que la industria cárnica?
Cualquier actividad económica genera impacto, contaminación y residuos. Lo interesante es entender cómo generar el menor impacto posible. Queremos producir una carne segura y nutritiva pero, a la vez, estamos buscando como reducir el consumo de agua y la generación de gases de efecto invernadero y otros residuos.
Y desde la industria plant-based seguro que buscan lo mismo, pero no pueden afirmar que sean más sostenibles por la gran demanda energética que necesitan. Si la producción es pequeña, por supuesto que con 4 paneles solares será suficiente para cubrir esta demanda, pero con tantos millones de personas por alimentar, prácticamente se necesitaría una pequeña planta nuclear para cada empresa y eso, por supuesto, no sería sostenible.
Lo que tenemos que hacer unos y otros es encontrar la forma de producir lo mismo con el menor impacto ambiental posible. Confío en que la tecnología nos ayudará a conseguirlo.
Los ultraprocesados cada vez tienen menos adeptos entre los consumidores. ¿Por qué tienen tan mala fama?
Nadie ha definido todavía qué es un alimento ultraprocesado y esto es un problema. No existe un posicionamiento científico concreto, todo se basa en criterios varios pero no hay una legislación específica. Esto implica que los juicios que se hacen son ideológicos y poco serios.
Naciones Unidas emitió un informe en el que aseveraba que la gran mayoría de productos de proteína vegetal que simulan a productos cárnicos son ultraprocesados. Y esto es algo que rompe totalmente con el discurso de la mayoría de compañías exclusivamente dedicadas a este sector que hablan de sus productos como alimentos muy sanos.
Creo que el azúcar, la sal y las grasas son los 3 elementos clave sobre los que debemos trabajar todos si queremos mejorar nutricionalmente nuestros productos. De hecho, el sector cárnico hace años que ya estudia como reducir sal y grasas y está evolucionando sus productos en esta línea.
Habla de aspectos nutricionales. En este sentido, ¿qué opinión le merece Nutriscore?
Nutriscore es una iniciativa privada sin garantías de la comunidad científica. Aunque la intención es buena, está mal planteado. No hay ningún gobierno ni ningún Estado que garantice su proceso de desarrollo ni sus resultados. El proyecto se creó en Francia con unos objetivos muy intencionados que eran favorecer la producción láctea y de quesos. ¿Por qué en Nutriscore un queso es verde y un jamón es rojo? Si nutricionalmente son parecidos, ¿por qué hay tantas diferencias? No son milagros de los algoritmos, son resultados sesgados desde el inicio.
Es importante resaltar que si analizamos alimento por alimento, nos cargamos los principios nutricionales. No existen alimentos buenos y malos, sino dietas buenas o malas. El mismo producto ingerido por dos personas puede tener consecuencias totalmente diferentes por cuestiones de edad, de patologías previas, de actividad física, de complexión… Quedarnos exclusivamente con una etiqueta verde o roja, cuando la Coca-Cola Zero y el agua mineral tienen la misma calificación, ya nos indica que el planteamiento no es el ideal. Y mira que creo que la idea es buena pero tal vez deberíamos apostar por un modelo neutro que aconseje al consumidor para que tome decisiones correctas para su nutrición sin intereses comerciales.
¿Cree que el consumidor es consciente de todas estas segundas intenciones?
No, no lo es. Solo hacemos que marearlo y le tenemos perdido. Sin embargo, si consiguiéramos elaborar un etiquetado nutricional riguroso, bien explicado y fácil de interpretar –y que no perjudique a ningún miembro de la industria–, creo que puede ser una iniciativa muy interesante. También es verdad que la ciencia de la nutrición humana es relativamente joven y evoluciona constantemente, pero despierta mucho interés entra la población y debemos prestarle una especial atención para que los indicativos en los alimentos sean claros y sencillos.
Para terminar, ¿qué mensaje enviaría a las empresas de la industria cárnica?
Les quiero enviar un mensaje optimista porque creo que estamos ante una oportunidad muy interesante, siempre que sepamos “leer el partido”. Es verdad que si hacemos una foto aérea del sector, vemos ciertas nubes que emborronan el ambiente: nutrición, medio ambiente, competencia, declaraciones de políticos, legislación de envases... Por eso, aquellas compañías que mantengan sus sistemas tradicionales lo tendrán muy difícil, pero las que entiendan estas nuevas oportunidades originadas en este nuevo paradigma (sostenibilidad, demandas del consumidor, bienestar animal…) y adapten sus productos, modelos y mensajes pueden tener un futuro muy halagüeño.
Y, para mi lo más importante, creo que las empresas deben posicionarse y decirle al consumidor; “Te he escuchado y he entendido lo que quieres, mi marca trabaja para ofrecértelo y gira su proyecto entorno a tus demandas”.
Las oportunidades hay que aprovecharlas y desde Fecic queremos contribuir a ello.