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El primer paso es fomentar los programas de educación

¿Y si se pudieran minimizar los riesgos humanos durante un gran apagón?

José Antonio Afonso, responsable del segmento Commercial Building en Eaton España

16/07/2019

Hace un par de semanas se cruzó en mi camino un podcast de 2017, el ‘Gran Apagón’. Reconozco que estoy muy enganchado a su trama, una historia en la que una tormenta solar apaga todo el planeta e inutiliza los sistemas eléctricos, dejando a la gente sin comunicación y sin acceso a lo que, en el mundo industrial y eléctrico en el que vivimos, estamos acostumbrados en nuestro día a día. Esta narración apocalíptica me ha dado mucho que pensar en estos días, sobre todo tras los cortes de luz que han vivido Argentina, Uruguay y Paraguay, y que han afectado a más de 50 millones de personas, y creo que es especialmente interesante debatir sobre las opciones de seguridad en circunstancias de cortes de luz de este calibre.

Además de las generadas por la naturaleza, hay muchas razones por las que puede darse un apagón total en una casa, un edificio comercial, una ciudad e incluso en un país entero. Todas ellas pueden aglutinarse en el concepto “fallos”: fallos de seguridad o de acceso (sabotajes o problemas del sistema, por ejemplo), cortocircuitos en la instalación, incendios que dañen la maquinaria y la inutilicen, u otras situaciones del estilo. La gravedad de algo así no solo se relaciona con pérdidas económicas, sino que va mucho más allá, afectando de forma directa a quienes viven el ‘Gran Apagón’ en sus propias carnes.

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Para no ejemplificar con situaciones a gran escala como la del podcast, rebajemos el nivel a algo más palpable. Imagina la siguiente circunstancia: estás en un recinto ferial disfrutando de un espectáculo con algún ser querido. Lo más probable es que hayas accedido a ese espacio a través de puertas automáticas y unos tornos de seguridad, y que todo el interior funcione por electricidad – pantallas, luces, carteles luminosos o puertas interiores, entre otros elementos –. De repente, se va la luz y no vuelve. No sabes por qué ni qué ha pasado, pero todo tu alrededor está sumido en la oscuridad: no hay luces de ningún tipo, tu teléfono móvil no funciona, bien por falta de cobertura o bien por algo un poco más apocalíptico como el tema del ‘Gran Apagón’; no tienes forma reconocible de salir de donde te encuentras y estás rodeado de personas que, como tú, están igual de perdidas. ¿Qué crees que ocurriría?

Es sabido que la mayoría de las personas en una situación así entrarían en un estado elevado de confusión, más aún al tratarse de algo multitudinario donde el espacio privado es limitado y se tiene tendencia a seguir a las masas. Si nos fijamos en informes oficiales, la guía de buenas prácticas publicada por el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo1 señala que el comportamiento humano en situaciones de emergencia varía desde una actitud de calma hasta el pavor más absoluto, destacando que más del 75% de las personas manifiesta conductas desordenadas, ansiedad, gritos histéricos e, incluso, pánico.

Dada esta situación, encontrar fórmulas que minimicen los riesgos humanos durante una emergencia de esta magnitud es algo fundamental. En este sentido, el primer paso es fomentar los programas de educación. Por ley, las empresas imparten cursos de prevención de riesgos laborales donde, en algunos de ellos, se toca de pasada este tema. Esto es insuficiente, puesto que una correcta educación desde que somos niños, acompañada de continuos simulacros adaptados a cada franja de edad y centrados en evacuaciones durante situaciones de riesgo (como incendios o crisis en entornos cerrados y multitudinarios), puede no solo mitigar la mayor parte de los riesgos de un apagón, sino también salvar vidas.

Además, las organizaciones deben concienciarse de que todos los grandes edificios han de prever con antelación cualquier tipo de escenario perjudicial, desde largos cortes de luz hasta incendios, fugas de gas o inundaciones, y contar con un sistema de emergencia óptimo y eficiente, más allá de lo que estipula la normativa. Los mínimos están bien y sirven de base, pero hay que ir un paso más allá.

Por último, creo que es vital para cualquier edificio contar con los productos más innovadores en materia de seguridad y evacuación. Aspectos como una buena iluminación de emergencia, sistemas de evacuación adaptativa que aprovechen las nuevas tecnologías para señalar las vías de escape más óptimas en cada momento, o que empresas especializadas se encarguen de revisar que las rutas hasta las salidas sean verdaderamente accesibles – sin nada que se interponga en su camino y a las que pueda acceder todo el mundo – son claves para evitar accidentes que pongan en peligro la vida humana.

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