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Tribuna de opinión

¿Vivienda ‘sauna’ o vivienda ‘sana’ en pleno centro de la ciudad?

Albert Grau, gerente de la Fundación La Casa que Ahorra21/06/2017
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Éste podría ser perfectamente el encabezado de un anuncio en muchas ciudades del país, de hecho, cada vez en más centros urbanos de nuestro país. Los episodios extremos como las olas de calor están dejando récords de temperatura año tras año en lugares, y durante meses del año, en los que esto no había sucedido. Lamentablemente ya no nos referimos al hecho aislado de un año o un episodio puntual, como ocurrió con la canícula del 2003, que se calcula que dejó más de 70.000 muertos adicionales en la estación estival en toda Europa. No, esto ya no es algo puntual ni causado por encontrarnos en un ciclo más cálido o más seco de lo habitual. El cambio climático ha llegado para quedarse y, aunque debemos seguir luchando contra él, debemos empezar a adaptarnos.

Es un hecho palpable en todas las partes del mundo y por supuesto en nuestro país. Sin haber recibido todavía al verano, España atraviesa por su primera ola de calor que está registrando temperaturas incluso por encima de los 40°C en muchas partes del país y el pronóstico, un año más, es el de un verano más cálido de lo habitual. Las consecuencias son graves porque el calor afecta a nuestra salud, y especialmente a la de las personas más vulnerables como los niños o las personas de avanzada edad.

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Ante esto podríamos pensar que la solución está en refugiarnos del calor en nuestras casas, en nuestras oficinas o en nuestros colegios, pensamiento más que lógico y razonable. Pero esto no siempre es así, sirva como ejemplo lo que está sucediendo. A causa de la ola de calor que asola el país, la más temprana en 36 años, cerca de 50 alumnos de un instituto de la localidad de Valdemoro (Madrid), tuvieron que ser atendidos por mareos y otras dolencias causadas por el calor. Otros centros educativos del país han llegado a suspender las clases o se están movilizando para pedir soluciones a la administración para solicitar centros educativos sanos, saludables y confortables. Esta cuestión debería ser un derecho.

Pero el problema es palpable en cualquier tipo de edificio, no sólo en los centros educativos, también en las oficinas o en las viviendas. Imaginemos que no existiera una adecuada climatización en las oficinas de las grandes empresas, por ejemplo las del IBEX 35. Seguramente el rendimiento laboral se resentiría y algún directivo daría la voz de alarma en cuanto se reflejase en la cuenta de resultados y conociese la causa. Se adoptarían medidas de inmediato.

Ahora bien, ¿qué es lo que estamos haciendo o pretendemos hacer para solucionar estas condiciones? Permitidnos afirmar que, hasta ahora, dar un paliativo. Sí. Es como el que quiere tener siempre llena una botella que tiene agujeros por el fondo y necesita estar continuamente llenándola o el que pretende utilizar una bicicleta que tiene un pinchazo sin arreglar y cada día tiene que inflar la rueda. Eso es lo que hacemos en nuestros edificios para climatizarlos. Estudiamos, trabajamos y vivimos en edificios con ‘agujeros energéticos’ que nos obligan a estar continuamente climatizándolos y a pagar por ello. Y esto va a ir a más si no tomamos las medidas oportunas.

A raíz de las tristes noticias de los colegios y centros educativos donde han ocurrido estos sucesos, diferentes voces han reclamado medidas, entre ellas, la necesidad de dotar de aire acondicionado los centros. Por su parte, las administraciones se defienden, argumentando, entre otras cosas, que el aire acondicionado tampoco es una solución saludable. Pero, lamentablemente, no hemos escuchado a nadie reclamar ni proponer la mejora de las condiciones de dichos centros en base a mejorar su envolvente (aislamientos y carpinterías). Nos encontramos casi a las puertas de toparnos con que la reglamentación nos obligue a construir edificios NZEB pero casi nadie se plantea adoptar, ante un problema así, la solución de raíz, la más lógica y la que proporciona mayores beneficios ambientales, económicos y especialmente, en términos de confort y calidad de vida: reducir las necesidades energéticas de nuestros edificios hasta tal punto que no fuera, apenas, necesario el uso del aire acondicionado.

Y ante esta reflexión introducimos un término: resiliencia. Aislar los edificios donde vivimos, trabajamos o estudiamos, aumenta nuestra resiliencia ante los efectos adversos de los episodios extremos como las olas de calor. Una estrategia de adaptación al cambio climático no puede olvidarse de los edificios ni de actuar en ellos desde un sentido lógico; reducir nuestra demanda de energía para después dimensionar y utilizar los equipos e instalaciones de climatización que necesitamos, en su justa medida.

Es adaptación, pero también es mitigación del cambio climático, porque un edificio bien aislado reduce sensiblemente su consumo de energía y por tanto sus emisiones de gases de efecto invernadero asociadas al uso de la calefacción en invierno y de la refrigeración en verano. Probablemente quiénes tienen la capacidad de aportar soluciones no han tenido en cuenta los beneficios ambientales, la generación de empleo que se conseguiría con un plan de mejora de los centros educativos, ni los ahorros económicos que proporcionarían, y por tanto a la administración, al adoptar la solución más óptima. Y dando una vuelta de tuerca adicional, difícilmente se hayan planteado contabilizar intangibles como la mejora del rendimiento escolar, del profesorado o la protección de la salud de los niños y jóvenes y docentes. Sin embargo, es por estos factores intangibles por los que los profesores, padres y alumnos se han movilizado, y lo hacen para que las administraciones proporcionen las mejores soluciones y realicen apuestas decididas.

Para terminar, queremos mencionar un ejemplo de que las cosas se pueden cambiar y de que la movilización de la ciudadanía sumada a la voluntad política y al apoyo de otros agentes pueden conseguir grandes cambios. Holanda no siempre fue un ejemplo de movilidad ciclista, de hecho, sufrió una transformación absoluta. En todo el país se intensificó tanto el uso del automóvil que incluso se derribaban edificios en las grandes ciudades para ensanchar la calzada y adaptarlas al uso del automóvil. Pero confluyeron una serie de factores, entre ellos un incremento de las protestas ciudadanas por el inadmisible aumento de las muertes en carretera, que afectaron a adultos, pero también a muchos niños. A raíz de ello, con voluntad política, Holanda tomó las medidas necesarias para transformar el país y convertirlo en lo que es hoy, un referente para la movilidad ciclista y un modelo de sostenibilidad en materia de movilidad.

Es un ejemplo de que todo es posible, también lo es convertir nuestras viviendas ‘sauna’ en viviendas sanas mediante una estrategia de rehabilitación y mejora de nuestros edificios que paulatinamente realice esa conversión. La ciudadanía ya ha empezado a demandarlo y lo ha hecho por la falta de confort y para proteger su salud. Esperemos que se dé la necesaria voluntad política para solucionarlo.

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