Eficiencia de las vacunas frente al síndrome respiratorio bovino en granjas de cebo
El calostro es la primera leche de la madre, que aporta a los recién nacidos las defensas de su progenitora en forma de inmunoglobulinas G. Pero, con el paso de las semanas, esta inmunidad maternal se pierde y entonces las vacunas son una de las piezas claves para combatir, entre otros, el síndrome respiratorio bovino, una de las principales causas de enfermedad o muerte entre los terneros lactantes, junto con las patologías digestivas.
En este contexto, sin saber cuánto calostro han consumido y cuál es el estado inmunológico de los terneros que les llegan, los veterinarios y ganaderos de las granjas de engorde carecen de herramientas para optimizar la pauta de vacunación para los animales. Immunocalf, un proyecto demostrativo del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), está contribuyendo a mejorar esta situación.
A partir de un estudio con 200 terneros de lecherías y 270 terneros llegados a las granjas de engorde, las investigadoras que han llevado a cabo este proyecto querían confirmar un hecho que ya se había comprobado en los terneros de pocos días de vida: la inmunidad que les aporta el calostro de la madre interfiere en la eficiencia de las vacunas. “Queríamos ver si esto también ocurre cuando llegan a las granjas, y nuestros resultados indican que sí”, resume Sònia Martí, responsable de Immunocalf e investigadora del programa de Producción de Rumiantes del IRTA.
Para estudiarlo, el equipo del IRTA, junto con el Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Veterinaria de la UAB, se fijó en una enzima. “En un estudio previo, habíamos identificado que la gama-glutamil transferasa (GGT) era un buen biomarcador de la cantidad de calostro ingerida por el becerro después de nacer, cuando la medíamos a la llegada de los terneros a las granjas de engorde. Así pues, pensamos que también podría indicarnos la interferencia de la inmunidad maternal en la eficiencia de las vacunas”, apunta Martí.
En el marco del proyecto Immunocalf, se extrajeron muestras de sangre de los terneros para cuantificar su concentración de GGT y después se analizó la eficiencia de las vacunas que se les habían administrado. “Cuando los niveles de inmunidad maternal eran bajos, 14 días después de haberlos vacunado tenían concentraciones más elevadas de las inmunoglobulinas M que generan las vacunas”, detalla Martí. “Por tanto, estos resultados son un primer paso para poder utilizar la concentración de GGT en sangre como indicador de la interferencia de la inmunidad maternal en la vacunación de terneros no destetados”, añade.
Próximo paso: elaborar pautas de vacunación
Las vacunas que se administran en los terneros que llegan a las granjas de engorde son de dos tipos. Por un lado, se encuentran las parenterales, administradas por inyección, con un tiempo de efectividad más largo y habitualmente en dos dosis separadas en el tiempo. Y por otro están las intranasales, con un tiempo de efectividad más corto, pero sin interferencia de la inmunidad maternal.
A partir del análisis de la GGT en sangre, ahora se podrá afinar más qué vacuna es indicada de administrar y cuándo, para evitar que el síndrome respiratorio bovino afecte de manera grave a los terneros. “A grandes rasgos, si llega un ternero que tiene una inmunidad maternal alta, puede interesar tratarlo con una vacuna intranasal y posteriormente continuar con una parenteral. Si no tiene inmunidad maternal, podrías poner directamente una parenteral”, ilustra la responsable de Immunocalf.
Las investigadoras han diseñado unas fichas que indican los niveles de referencia en sangre de GGT que hacen más aconsejable una pauta de vacunación u otra. “Consideramos que esto podrá contribuir a reducir la mortalidad y la morbilidad de los terneros por síndrome respiratorio bovino ya reducir, también, el uso de antibióticos”, concluye Martí.