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Diálogo y filosofía para los problemas del campo

Miguel Ángel Mainar Jaime15/03/2024

Simplificando, y a la vista de los mensajes que constantemente se emiten desde buena parte del sector agroalimentario, lo que más enerva en estos momentos a los agricultores y ganaderos se enmarca en una triple percepción: la desafección creciente de la sociedad, la influencia cada vez más poderosa de colectivos críticos con el agrarismo del siglo XX y la proliferación de normas que limitan la capacidad decisoria de los profesionales del campo con respecto a sus prácticas productivas.

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Existen más motivos para dormir mal, pero por tradicionales, históricos diríamos, el campo está acostumbrado a convivir con ellos. Hablamos de los precios, de los fenómenos meteorológicos y de tantas otras dificultades inherentes a la actividad agraria. No forman parte del nuevo catálogo de problemas, aunque ambos, problemas viejos y nuevos, se nutran mutuamente y converjan en la crisis actual del agro.

Pero mientras para los clásicos existe teoría y práctica de gestión, para los contratiempos alumbrados en la presente centuria o que han alcanzado su madurez en ella no se ha encontrado medicina. Impera el desconcierto, se confunden los enemigos, se disipa la energía en vanos intentos de volver al orden conocido y, probablemente, los árboles no dejan ver el bosque.

La cuestión es compleja, porque no se trata de un problema material, fisicoquímico, sanitario o cualquier otro de fácil comprensión o abordable desde un punto de vista científico-técnico. Ahora hay un trasfondo filosófico e incluso metafísico que también puede y debe tener un enfoque científico, pero en su seno los elementos intangibles tienen mucho más protagonismo.

La sociedad está cambiando. Lo hace, además, con gran rapidez, impulsada por el vertiginoso desarrollo tecnológico, por la comunicación urbi et orbi, continua, inabarcable, y por la disolución, al menos en parte, del pensamiento único, desarrollista e industrializador, de las últimas décadas. También, por la espada de Damocles que el cambio climático ha colocado sobre nuestro pellejo y por el ardor activista de núcleos de pensamiento que hasta hace poco eran meramente testimoniales.

Hay cambios y son profundos. Cambios culturales, de valores, cambios éticos, y ha llegado el momento de preguntarse si el sector agroalimentario es consciente de ello y de cómo ha de asumir la nueva situación, que, sin duda e independientemente de otros enfoques, deberá observarse desde una perspectiva ético-filosófica si se quiere acertar con la respuesta.

El ingeniero agrónomo Manuel Pimentel, quien fuera ministro de Trabajo y ahora, entre otras cosas, escritor y editor muy vinculado al sector agrario, lo expresa así en su libro 'La venganza del campo': “La sociedad no toma sus decisiones por cuestiones técnicas, sino que principalmente lo hace por las ideológicas y morales. Si se quieren cambiar las dinámicas habrá que trabajar, y mucho, en pensamiento, relato y discurso”.

Hay cambios y son profundos. Cambios culturales, de valores, cambios éticos, y ha llegado el momento de preguntarse si el sector agroalimentario es consciente de ello y de cómo ha de asumir la nueva situación

De la ética a la moral

La cuestión es que lo que empieza como un planteamiento ético de adscripción individual, pongamos por caso la negativa a consumir proteína animal, puede acabar siendo una norma moral, de comportamiento generalizado. Un código de conducta para la población. De ahí la importancia de participar en los debates éticos e ideológicos desde su origen y el error de ignorarlos o menospreciarlos.

Jesús Díaz del Campo, profesor de Ética y Responsabilidad Social Corporativa de la Universidad de la Rioja (UNIR), nos pone en contexto técnico: “Los términos ética y moral comparten origen etimológico y por ello a veces se identifican. Pero la realidad es que, aunque existen semejanzas entre ellos, también hay diferencias: mientras que la moral se puede definir como el conjunto de normas y valores que regulan el comportamiento de un ser humano, la ética es la reflexión filosófica y racional sobre el comportamiento moral del ser humano y sobre esas normas y valores que lo regulan”. Así pues, mientras la moral nos indica qué debemos hacer, la ética nos invita a reflexionar sobre por qué debemos hacerlo.

¿Podría llegar a considerarse algún día el consumo de carne animal, por ejemplo, una práctica inmoral? Javier Luna, presidente del partido animalista Pacma, ya lo considera, porque, afirma, “trata a los animales como cosas, como meros elementos de una cadena de producción”. La posibilidad real de que esto ocurra, sin embargo, si existe, está muy lejana y a Marcos Garcés, agricultor y ganadero joven de Teruel y colaborador de la Cadena SER, no le provoca ningún escalofrío. Lo que ocurre, dice, es que hay mucho desconocimiento, “cuando sepamos explicar bien las cosas se entenderá mejor lo que hacemos”, asegura.

Eduardo Moyano destaca tres retos éticos para el sector agroalimentario...

Eduardo Moyano destaca tres retos éticos para el sector agroalimentario: producir con el menor deterioro y el menor desperdicio posible, no caer en la explotación de las personas y respetar el bienestar animal.

Pero esta afirmación no deja de poner de relieve lo que algunos consideran el principal talón de Aquiles de los productores de alimentos: su deficiente comunicación. Mientras esto sea así y mientras no se participe activamente, reflexivamente y con buenos argumentos en el debate ético, la probabilidad de que el sistema alimentario actual sea percibido cada vez por un número mayor de personas como inmoral estará ahí.

Ejemplos menores ya existen. El consumo de alcohol al volante era asumido como algo normal hasta hace muy poco tiempo; hoy en día, la mayor parte de la población lo condena y lo considera intolerable. En este sentido, Luna es optimista y ve el crecimiento de los productos veganos en los lineales de los supermercados como una señal inequívoca de que el cambio ético se está produciendo; “hay un cambio de conciencia claro, en Suiza el 13 % de la población ya es vegana, algunas cadenas de alimentación incluso hacen campañas veganas”, indica.

Un principio ético se convierte en una prescripción social cuando es socialmente aceptado, explica con sencilla claridad Díaz del Campo. “Un ejemplo más o menos actual de ello lo tenemos en todo lo relacionado con la sostenibilidad y el cambio climático, en el momento en el que la sociedad toma conciencia de ello, exige que se tomen medidas en esa línea”, añade.

Y así pone el dedo en otra llaga: la exigencia medioambiental y la compleja relación que la sociedad mantiene con la naturaleza, que la quiere “cuidada, pero no salvaje”, en palabras de Eduardo Moyano, para quien un ejemplo de esta complejidad es la valoración que se hace de la actividad agraria, unas veces reconocida por su vinculación al medioambiente y otras, denostada por sus efectos sobre ese mismo medioambiente.

Moyano destaca tres retos éticos para el sector agroalimentario: producir con el menor deterioro y el menor desperdicio posible, no caer en la explotación de las personas y respetar el bienestar animal. En este último caso, aclara, no hace falta ser animalista, no es una preocupación exclusiva de estos.

Sociedades modernas, valores posmaterialistas

Este exprofesor de Investigación del CSIC es ingeniero agrónomo y sociólogo y ha participado y dirigido numerosos trabajos de investigación en estas áreas. Enmarca la evolución ética y moral que afecta al sistema alimentario en lo que se ha dado en llamar “avance de los valores posmaterialistas”, un cambio cultural que está teniendo lugar en las sociedades modernas y que ha trastocado la relación campo-ciudad y el lugar que la alimentación ocupa en los intereses ciudadanos. La gente se preocupa de otras cosas, señala, y en la materia que nos ocupa valora que los alimentos estén disponibles en la cadena alimentaria, sobre todo en su eslabón más cercano al consumo, la distribución, pero no reconoce tanto el origen primario de esos alimentos.

En consecuencia, los efectos del cambio de valores sobre el primer escalón apenas trascienden, porque “ahora son los agricultores los que tienen dificultades para hacerse oír”, reflexiona. Ahora… ¡En pleno proceso de transición ecológica!

Desde su explotación agrícola y ganadera, Marcos Garcés comparte esta visión y afirma que la sociedad se ha desligado de los productores (“come, pero no piensa en cómo se produce lo que come”) y que los productores “nos estamos explicando muy mal”.

También es autocrítico cuando afirma que el individualismo y la comodidad, responsable de un cierto inmovilismo, perjudican notablemente a un sector primario ya erosionado por la edad media de sus integrantes y la falta de formación. En estas condiciones reconoce que es muy difícil asumir los cambios y entender la evolución que está teniendo lugar.

Desde su explotación agrícola y ganadera, Marcos Garcés afirma que la sociedad se he desligado de los productores (“come...

Desde su explotación agrícola y ganadera, Marcos Garcés afirma que la sociedad se he desligado de los productores (“come, pero no piensa en cómo se produce lo que come”) y que los productores “nos estamos explicando muy mal”.

El cerco normativo no ayuda

Frecuentemente, lo que empieza siendo un cambio de valores acaba estampándose en los boletines oficiales de las Administraciones, bien porque la sociedad lo demanda o bien porque los colectivos que abanderan el cambio alcanzan un sustancioso número de posibles votos para quienes gobiernan en cada momento.

Lo primero puede ser problemático inicialmente, pero acaba siendo asumido. Lo segundo genera descontento, frustración y crispación. Esto último es lo que puede estar ocurriendo con varias de las normas que afectan a los productores de alimentos, que se sienten preteridos por los poderes públicos, cuando no directamente atacados.

No obstante, Garcés niega rotundamente la existencia de antiagrarismo en la sociedad española y, en todo caso, lo circunscribe a “grupos muy concretos”; pero sí admite la existencia de una bolsa ecologista de carácter muy urbano “que arrastra muchos votos y provoca medidas populistas que generan rebote en la gente”. Otras acciones normativas, que podrían ser entendidas, se explican tan mal que lo que provocan es “un agobio que se traduce en cabreo”, añade. “Si encabronas a la gente y no la dejas entender lo que pretendes, no habrá consecuencias reales positivas, sino el efecto contrario de lo que perseguías”, sentencia.

Abundando en esta dirección, Moyano indica que el beneficio de las normas no se percibe a corto plazo, pero que, en todo caso, transiciones como la ecológica hay que hacerlas gradualmente, sin rupturas y de acuerdo con el sector; “si no, conducen a un fracaso”, coincide.

Diálogo y filosofía

Díaz del Campo señala que los periodos de transición entre valores se caracterizan por la incertidumbre y porque abren una época de polarización y hasta de odio. El resultado, como se puede ver en las redes sociales, es que pueden provocar enfrentamientos que hurtan la posibilidad de que se genere un debate basado en la reflexión y los argumentos; por el contrario, “puede primar lo emocional e incluso la manipulación”, advierte.

En este sentido, desde Pacma, Javier Luna admite que le gustaría sentarse con los ganaderos, pero percibe una reacción muy hostil por parte de estos y sabe que es muy difícil, imposible, el entendimiento. Su partido está en contra de la ganadería (tanto intensiva como extensiva) y los ganaderos “viven de ella”.

Pero hay otros diálogos posibles. La fórmula: más razón y menos pasión. Hacer el ejercicio, de acuerdo con el profesor de la UNIR, de reflexionar y debatir de forma saludable, “sin miedo a cuestionar nuestras propias creencias”. Es la mejor manera de que los nuevos principios y costumbres que se terminen imponiendo sean los mejores en ese momento y esas circunstancias, defiende.

Díaz del Campo: "Cada vez que se produce una crisis, recurrimos a la ética para intentar solucionarla...

Díaz del Campo: "Cada vez que se produce una crisis, recurrimos a la ética para intentar solucionarla. Por tanto, la figura del filósofo, y la esfera de lo racional, me parecen imprescindibles”.

Como instrumento, hay una ciencia especializada en la reflexión y la argumentación, la filosofía. A Moyano le parece “un poco fuerte” afirmar que hacen falta filósofos en el sector agrario, aunque coincide en que hay que quitar sitio a las emociones. Garcés, que conoce ejemplos de empresas que han incorporado filósofos a sus plantillas, no lo ve descabellado: “La filosofía te ayuda a entender dónde estás, nos hace falta en todos los ámbitos”. Lo ineludible, en su opinión, es que, al final, hay que vivir en sociedad, lo que implica “tener un proyecto común”.

Por tanto, con ayuda de filósofos o no, parece que hay que tirar de filosofía, salir de la trinchera y construir ese proyecto común asumiendo que será costoso e incómodo, que implica hacer un esfuerzo por explicarse bien y, sobre todo, por entender bien las explicaciones del otro. Y que difícilmente dará resultados a corto plazo.

“Es curioso que la ética, y por extensión la filosofía, nunca están de moda, pero nunca dejan de estar presentes. A menudo, la simple mención de la palabra ética o filosofía generan caras raras y se puede interpretar como una invitación al aburrimiento. Sin embargo, cada vez que se produce una crisis, recurrimos a la ética para intentar solucionarla. Por tanto, la figura del filósofo, y la esfera de lo racional, me parecen imprescindibles”, concluye Díaz del Campo.

“Estoy produciendo alimentos y de eso estoy superorgulloso”, afirma, finalmente, el agricultor de Teruel. Así que podríamos concluir que el objetivo del diálogo, para agricultores, ganaderos y productores de alimentos, será poder seguir así (superorgullosos) durante mucho tiempo. Y no por un solitario sentimiento de autoestima, sino porque les llegue el orgullo ajeno de una ciudadanía que ahora se percibe lejana.

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