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Los precios de las clementinas caen un 50% mientras los costes han crecido un 19% en dos décadas

11/11/2010

11 de noviembre de 2010

El hundimiento de los precios en origen y no tanto los altos costes de producción es la causa fundamental de la crisis de la citricultura. Así lo reco­ge un estudio elaborado por Pedro Caballero, res­pon­sa­ble del de­par­tamento de Economía Agra­­ria del IVIA. En el informe, presentado ayer en el transcurso de la XI jornada de Jóvenes Agri­cultores de Ava-Asaja, se ana­liza la evolución de ambos parámetros en las últi­mas dos décadas. Efectivamente, entre 1990 y 2009 las cotizaciones citrícolas se desploma­ron un 50% mientras que los costes crecieron en el mismo perio­do un 19%, en el caso de las clementinas y un 38%, en el de las naranjas. Al respecto, Caballero destacó: “Supone una debilidad haber sido capaces de dominar tan­­to la comercialización y tan poco el precio”. En este sentido, el informe refleja có­mo la ga­nan­cia del mercado en la UE se ha rea­lizado a costa del hundimiento del campo. Durante las dos décadas ana­li­zadas, las expor­ta­ciones han pasado de 1,5 millones de to­neladas a más de 3,1 has­ta alcanzar una cuota en la UE del 84,5% en mandarinas y del 49% en na­ran­­jas. Mien­tras tanto, y pese a la estructura mi­ni­fun­dista valenciana, los cos­tes de producción han cre­cido pero con mo­de­ra­ción, con au­men­tos anuales muy por de­ba­jo del IPC, cosa que nun­ca ha su­ce­dido con los pre­cios en origen, que se han reducido a la mitad en dos décadas.

El investigador atribuye tal hecho a la incapacidad negociadora del comercio citrícola fren­­te a una demanda cada vez más concentrada pe­ro también a la excesiva de­pen­dencia del mercado comunitario (al que se dirigen el 93% de las exportaciones) y a la creciente com­­­­petencia en precio provocada por los acuer­­dos de la UE con terceros paí­ses mediterrá­neos. An­te tal situación, Caballero au­gu­ra que en breve solo que­da­­rán dos per­files de pro­pie­­tarios: los profesio­na­les, con explo­ta­cio­­nes dimensionadas y los ‘neu­tros’, que solo po­drán aspirar a cubrir mínimamente sus cos­­tes de producción. “Las polí­ti­cas se tie­nen que di­ri­­gir a garantizar la supervivencia de es­tos últimos porque, una vez com­probado que es com­­plicado concentrar la propiedad, hay que incentivar la mecanización de estas explo­ta­cio­nes y hay margen para la mejora en pequeñas par­ce­las, incluso a partir de 10 hanegadas”.

Por su parte, Jenaro Aviñó, director de Ava-Asaja y colaborador en el reciente dic­tamen del Co­mi­­té Económico y Social Europeo (CESE) sobre la cadena alimentaria, detalló el estado del debate iniciado en la UE sobre los cambios le­ga­les necesarios para, entre otras metas, equili­brar la ca­pa­ci­dad negociadora de los agri­cul­tores con la gran distribución. Tras avanzar que Bru­selas tiene previsto im­plan­tar tales me­didas en 2014, Cristóbal Aguado, presidente de Ava-Asaja, reclamó ace­lerar su tra­mi­ta­ción porque “en tres años el proceso de aban­do­no de campos podría ser ya irreversible”.

Por último, Raúl Compés, profesor de la UPV de Economía Internacional, abor­­­dó las ‘Estrategias para afrontar los grandes desafíos de la agricultura’. El doctor vin­­­­­­­­­culó el fu­tu­ro del campo a cuestiones demográficas y advirtió que para alimentar a los 9.100 millones de personas que habitarán el planeta en 2050 será necesario aumentar la pro­­­ducción un 70%, la superficie cultivada entre un 10 y un 20% y los rendimientos un 80%. Com­­­pés coin­ci­dió con Caballero en la necesidad de reclamar medidas para estabilizar los mer­­­cados e in­clu­so proteger a los agricultores de la competencia desleal de terceros. En es­te sentido, el pro­fesor destacó dos tendencias que pronto se consolidarán en el eti­que­ta­do: la ‘huella de car­bono’ que informa sobre las emisiones de gas de efecto invernadero ge­ne­­ra­das para la ela­boración y transporte del producto así como el ‘Food miles’, que indicará la dis­­tancia a la que la comida es transportada desde su lugar de producción al de co­mer­cia­li­zación.