La Denominación de Origen Toro cuenta con un Consejo Regulador que vela por las normas establecidas en el Reglamento, que garantiza la calidad del producto (Orden 29 de mayo de 1987 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación). Este Consejo avala la calidad a más de cincuenta bodegas amparadas, autorizándose la elaboración de vinos blancos, rosados y tintos estos últimos con la mención de “jóvenes”, “crianzas”, “reservas” y “grandes reservas”.
Además fomenta la plantación de la variedad autóctona, fija la densidad de plantación, la producción máxima y cuida de que en la elaboración de los vinos se sigan las normas y técnicas adecuadas, garantizando así la calidad de los vinos.
Otra de sus funciones es la defensa del buen nombre de la mención y la promoción de los vinos amparados en los mercados nacionales como exteriores.
Los vinos de Toro cuentan con una gran tradición. Sus orígenes son anteriores al asentamiento de los romanos.
En la Edad Media fue considerado un bien de gran aprecio, siéndole concedido privilegios reales que permitían su comercialización en ciudades donde la venta de otros vinos estaba prohibida.
Se llenaron con estos vinos bodegas reales y navíos que alcanzarían las tierras del nuevo mundo.
Durante el siglo XIX se exporta en grandes cantidades a Francia para suplir la falta de vino provocada por la plaga de la filoxera.
En los años 70 del siglo XX se dan los primeros pasos para crear lo que con el paso del tiempo llegaría a ser la Denominación de Origen Toro, cuya culminación llega en 1987.
En la actualidad el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Toro avala la calidad de 51 bodegas.
La evolución que ha experimentado en las últimas décadas les ha llevado a ser protagonistas del magma que arrastra la crítica de vinos tanto a nivel nacional como internacional.