¿Somos lo que vestimos?
Están leyendo el primero de una serie de artículos en los que se analizarán las repercusiones del uniforme tanto para quien lo lleva como para quienes le ven. Participarán psicólogos, sociólogos, expertos en indumentaria, y otros profesionales cuyas opiniones aporten nuevas perspectivas a todos los que estamos relacionados con el sector de la uniformidad.
Si alguna vez ha vestido usted un uniforme (da igual de qué tipo) sabrá que no es una prenda cualquiera. El uniforme produce ciertos sentimientos y comportamientos en aquel que lo viste y en aquellos que lo ven desde fuera. Puede producir rechazo, admiración, disciplina, concentración, seguridad, falta de iniciativa... Depende de la percepción del observador. De todos modos, está claro que los uniformes nunca pasan desapercibidos en nuestra sociedad. Es verdad, el uniforme es ropa. Pero es una ropa con personalidad propia. ¿Es la gente la que lleva uniforme o es el uniforme el que lleva a la gente?
El porqué de la uniformidad
Las razones, fundamentalmente, son dos: la práctica y la simbólica. Los pintores o los médicos, por ejemplo, utilizan uniformes de trabajo por razones prácticas de higiene, limpieza, etcétera. Sin embargo, los uniformes esconden un simbolismo que todos descodificamos al instante sin apenas darnos cuenta. “Si hablamos de uniformes estamos hablando de presentación social del cuerpo. La lógica social nos pide saber en todo momento quiénes somos dentro de la comunidad. Y los uniformes sirven para eso, para mostrar los parámetros de identidad, de orden social y de necesidad de intercambio”, explica Josep Martí, antropólogo del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Por tanto, los motivos que nos llevan a vestir uniformes no son nuevos: la lógica colectiva que nos hace llevar esta prenda es inmemorial.