¡No sin mis gafas!
Somos unos seres que aprendemos más de los errores propios que de las experiencias transmitidas, y, este aprendizaje se hace más pronunciado cuando ya nos ha pasado; ¡una partícula, una salpicadura o incluso gas! ¡Desde ese momento, nos giramos sobre nosotros mismos y decimos… No sin mis gafas! A partir de ahí nos preocupamos por llevarlas puestas y saber si cubren los riesgos a los que nos enfrentamos.
Entre las obligaciones del empresario, se encuentra el proporcionar los EPI gratuitamente, velar por su uso y velar por su mantenimiento, distribuirlos de manera individual, ofreciendo la correcta formación en su uso y facilitando la información a los usuarios.
Cuando se piensa en gafas no solo tenemos que pensar en partículas que se proyectan a los ojos, sino también es necesario pensar en la luz del sol, las sustancias químicas, e incluso en la electricidad. Por este motivo es tan necesario definir correctamente a que nos vamos a enfrentar, para así poder proponer una solución eficaz y eficiente.
Llegados a este punto, necesitamos poder identificar una serie de puntos que harán más fácil la elección del EPI adecuado:
- Naturaleza del riesgo; soldadura, proyección de partículas, químicos…
- Siendo gafas integrales, pantallas, tonos de oscurecimiento…
- ¿Solo nos afectara a los ojos, cara o incluso cuello? (dirección en la que nos llega)
- Gafas, con protección lateral, pantallas con mentoneras…
- Las utilizaremos en sitio con cambios hidrotérmicos, sucios.
- Tratamientos antiempañamiento (cód. N), antirralladuras…
- Nivel de exigencia de las solicitaciones hacia la protección
- Velocidades de impacto, estabilidad térmica…
- Otros aspectos que influyen en la decisión son, por ejemplo; fisonomía del usuario, peso del artículo, la naturaleza de los materiales con los que se construyen (dotan de diferentes comportamientos), sostenibilidad en su fabricación…
Una mala elección puede provocar que los trabajadores no quieran usarlas o incluso que se materialice el riesgo.