En la trinchera, discreción
Redacción Jobwear04/09/2014
Aunque los rusos, japoneses y estadounidenses sabían por experiencia qué significaba luchar en la trinchera, las principales potencias europeas lo experimentaron en la Gran Guerra –de la que el pasado agosto se cumplen 100 años (1914-1918)-. Concretamente lo experimentaron en el frente occidental. Una línea sinuosa que se extendía desde el Mar del Norte hasta la frontera de Suiza con Francia fue la tumba de más de dos millones de soldados, tanto de los Aliados como del Eje. La artillería no entiende de bandos, y la Primera Guerra Mundial lo demostró, con más de nueve millones de muertes a sus espaldas.
Esos cuatro años supusieron el primer conflicto de alcance mundial que implicó a las grandes potencias y que destrozó y millones de familias, y demostró una vez más que el orgullo y la prepotencia de los más fuertes pueden provocar catástrofes impensables.
¿O quién iba a pensar que un ataque terrorista serbio a Austria haría que los ingleses movieran un solo dedo y dejaran de lado sus tés con pastas?
De Buckingham a las alambradas y de lo pomposo a lo funcional
Aunque, como dice Jacinto Antón, los primeros disparos de la Gran Guerra se vertieron sobre gente muy bien vestida, no fue así durante los cuatro largos años de combate.
Los uniformes de ambos bandos evolucionaron y la mayoría cambiaron a la par que los frentes de las trincheras se estabilizaban. El romanticismo textil desaparece imponiéndose una indumentaria que reflejaba la cruda realidad. Era necesario mantener activos y sobre todo vivos a los soldados, y para ello debían camuflarlos, librándolos de las prendas tan molestas como caras. La funcionalidad empezó a abrirse paso y terminó desvaneciendo el esplendor y la ostentosidad de los campos de batalla del verano de 1914.
Ejército ruso, 1914
Ejército ruso en la trinchera, 1916
Los primeros en recaer sobre la necesidad de un cambio fueron los franceses, que retiraron de cuajo todos los uniformes prebélicos, sustituyéndolos por el “bleu horizon”, considerablemente más discreto, para que el soldado pudiera pasar desapercibido en esa primera línea, aunque se tuvieron que ir puliendo detalles a medida que surgían las necesidades de los combatientes. Muchos pies amputados sirvieron para pensar en la posibilidad de darles calcetines, por ejemplo.
Dos años más tarde, la mayoría de los ejércitos habían dotado a sus soldados de uniformes de guerra para el campo de batalla, con casco de acero y la simplificación de la vestimenta y las ornamentaciones. Funcionales para el frío y el calor, la vestimenta era por capas y las botas se convirtieron en los grandes aliados de los soldados en las trincheras.
Puede que no todo fuera por la seguridad y comodidad de los soldados. También hay que decir que los fabricantes –sobre todo de países neutrales como España- se debieron poner las botas esos años, y era mucho más barato y fácil de producir el algodón que la seda. Dicho queda.
Esos cuatro años supusieron el primer conflicto de alcance mundial que implicó a las grandes potencias y que destrozó y millones de familias, y demostró una vez más que el orgullo y la prepotencia de los más fuertes pueden provocar catástrofes impensables.
¿O quién iba a pensar que un ataque terrorista serbio a Austria haría que los ingleses movieran un solo dedo y dejaran de lado sus tés con pastas?
De Buckingham a las alambradas y de lo pomposo a lo funcional
Aunque, como dice Jacinto Antón, los primeros disparos de la Gran Guerra se vertieron sobre gente muy bien vestida, no fue así durante los cuatro largos años de combate.
Los uniformes de ambos bandos evolucionaron y la mayoría cambiaron a la par que los frentes de las trincheras se estabilizaban. El romanticismo textil desaparece imponiéndose una indumentaria que reflejaba la cruda realidad. Era necesario mantener activos y sobre todo vivos a los soldados, y para ello debían camuflarlos, librándolos de las prendas tan molestas como caras. La funcionalidad empezó a abrirse paso y terminó desvaneciendo el esplendor y la ostentosidad de los campos de batalla del verano de 1914.
Ejército ruso, 1914
Ejército ruso en la trinchera, 1916
Los primeros en recaer sobre la necesidad de un cambio fueron los franceses, que retiraron de cuajo todos los uniformes prebélicos, sustituyéndolos por el “bleu horizon”, considerablemente más discreto, para que el soldado pudiera pasar desapercibido en esa primera línea, aunque se tuvieron que ir puliendo detalles a medida que surgían las necesidades de los combatientes. Muchos pies amputados sirvieron para pensar en la posibilidad de darles calcetines, por ejemplo.
Dos años más tarde, la mayoría de los ejércitos habían dotado a sus soldados de uniformes de guerra para el campo de batalla, con casco de acero y la simplificación de la vestimenta y las ornamentaciones. Funcionales para el frío y el calor, la vestimenta era por capas y las botas se convirtieron en los grandes aliados de los soldados en las trincheras.
Puede que no todo fuera por la seguridad y comodidad de los soldados. También hay que decir que los fabricantes –sobre todo de países neutrales como España- se debieron poner las botas esos años, y era mucho más barato y fácil de producir el algodón que la seda. Dicho queda.