Huertos urbanos, una herramienta educativa para fomentar el consumo de proximidad
Espárragos de Perú, aguacates mexicanos o naranjas argentinas. A menudo, la despensa de los españoles se llena con alimentos procedentes de los lugares más variados del planeta, acumulando miles de kilómetros a sus espaldas antes de llegar a nuestras mesas. Pero cada uno de esos kilómetros se traduce también en toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera por los buques de carga y los camiones empleados para el transporte de alimentos.
Según los últimos datos publicados por la Unión Europea en 2018, los sectores agrícola y del transporte marítimo y aéreo emitieron de forma conjunta 738 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Acción que se traduce en un 19,63% del total de las emisiones del bloque comunitario, siendo solo superado por la industria (793 millones de toneladas, 21,08%), el transporte privado (828 millones de toneladas, 22,01%) y el suministro de energía (1.088 millones de toneladas, 28,91%).
Como consumidores, un concepto que se ha de tener en cuenta es el de la huella ecológica, ideado en 1996 por los economistas William Rees y Mathis Wackernager. Se trata de un indicador de sostenibilidad que tiene por objetivo medir el impacto que nuestro modo de vida tiene sobre el entorno. El mercado agroalimentario global nos permite contar con prácticamente cualquier producto en cualquier época del año sobre nuestra mesa, pero su coste en términos de huella ecológica puede ser excesivamente elevado.
Desde hace un par de décadas, una alternativa a este modelo de consumo globalizado y poco sostenible es el consumo de proximidad. Además, los llamados huertos urbanos, espacios destinados al cultivo de frutas, verduras y hortalizas en las ciudades y, a menudo, gestionados de forma comunitaria, son una forma de enseñar a los más pequeños el valor de la agricultura. Solo en España, pasamos de 1.280 huertos con una superficie total de 252.995 m2 en el año 2000 a 28.865 huertos distribuidos en más de 3.103.254 m2 en 2017, según cálculos de la organización Ecologistas en Acción.
“La creación del huerto escolar es una de las iniciativas de las que más orgullosos nos sentimos. Por sencilla que parezca, es una excelente manera de transmitir valores a los más pequeños relacionados con un estilo de vida sostenible, un modelo de desarrollo económico sostenible y el respeto por el medioambiente”, explica Begoña Utrera, responsable del proyecto ‘Brains en Verde’ del grupo Brains International Schools.
Ventajas de educar en un consumo responsable y de proximidad
Es esencial inculcar a los más jóvenes la importancia de hacer un uso responsable y eficiente de nuestros recursos. Una de las claves para lograr este objetivo es apostar por el consumo de proximidad o kilómetro cero, es decir, por productos que se hayan producido en nuestro entorno más próximo (aproximadamente un radio de 100 kms) para reducir en la medida de lo posible el impacto medioambiental.
Fomentar estos hábitos de vida y consumo entre los más jóvenes también tiene ventajas particulares. En primer lugar, la apuesta por el consumo local les permite conocer su entorno más inmediato e, incluso, les podría brindar la oportunidad de visitar directamente a algunos de los productores de alimentos, como huertas locales o pequeñas granjas o explotaciones ganaderas.
El desplazamiento entre grandes distancias supone más embalaje y, por tanto, más residuos generados y mayor consumo de energía. Mientras que el consumo local es una forma de revitalizar las zonas rurales de nuestro entorno y las explotaciones ganaderas familiares que, de hecho, son las encargadas de producir el 70% de los alimentos del mundo, según el informe 'El campo en tu mesa' de la asociación Amigos de la Tierra (2015).
El consumo de proximidad es también una gran forma de educar sobre el consumo de temporada, donde priman los productos frescos y ecológicos, y que nos pueden ayudar a fomentar una dieta más sana y equilibrada. Por supuesto, el consumo de proximidad es una forma de introducir a los jóvenes en el consumo responsable de otros recursos como la energía y el agua, despertando en ellos una conciencia crítica con respecto al medioambiente.
De esta manera, también podemos transmitir a los más pequeños el concepto de economía circular, más orientado a la sostenibilidad y al reciclaje y reutilización de productos. Un modelo que poco a poco se está convirtiendo en el sistema de consumo global, aunque de momento solo representa el 8.6% de la economía mundial actualmente (según el Circularity Gap Report de 2021).
“El consumo responsable también puede utilizarse como método educativo. Implica aproximarse de una forma crítica y consciente a todo lo que consumimos, lo que a su vez supone un conocimiento de nuestro entorno, de los métodos de recolección y producción. Pero, por encima de todo, inculca unos valores que serán claves para los alumnos en su futura vida en sociedad”, concluye Begoña Utrera, responsable del proyecto ‘Brains en Verde’ del grupo Brains International Schools.
Brains en verde
El proyecto ‘Brains en Verde’ tiene como objetivo inculcar a los alumnos hábitos y actitudes ambientalmente más respetuosas, para que sean conscientes de que pequeños cambios en su día a día pueden ayudar a cambiar el mundo y mejorarlo.
Para no centrarse solo en una fecha concreta como el Día Mundial del Medio Ambiente, los alumnos realizan diversas actividades y retos a lo largo del año con los que abordan temas que abarcan desde el reciclaje hasta la reducción de la huella ecológica, pasando por el consumo de proximidad.
Además, la patrulla de ‘Brains en Verde’ es la encargada de cuidar cada día del huerto urbano del colegio. Esto supone una oportunidad excelente para que los alumnos puedan formarse a través de la educación sensorial, es decir, “palpar, ver oler y sentir” el huerto, además de añadir valor a otros proyectos como fomentar el trabajo en equipo o sus conocimientos de biología.