Ay pepino, Pepiño, PPete
23 de junio de 2011
Lloro por el pepino, tan denostado. Lloro por la huerta española, que a mí me mola, y por Cornelia Prüfer-Storcks, la senadora que habló de la bacteria del mal con un desconocimiento tal, que más me lleva a la pena que a una frase de condena. ¿Por qué, Cornelia, la emprendiste con el pepino, del que tanto gozo nos vino, sin haber sido prudente? ¿Qué te pasó por la mente?
Lloro por Pepiño, José Blanco López - Pepe, pues no tiene parangón, no lo tenemos repe. Lloro por desconocimiento y no entiendo el momento que atravesó Rubalcaba cuando afirmó “Pepiño, esto se acaba”. ¿Qué será de nuestro Blanco? ¿Terminará en algo tan español, como estar los lunes al sol?
Y lloro por el PPete, que siempre está con el “¡Vete!”. Lloro por un partido que llegará al poder sin siquiera saber si aquí hay algo qué hacer o si es mejor emigrar a cualquier otro lugar. Lloro sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.
Malos tiempos para la lírica, malos también para el optimismo, en una España que mira con miedo a los rescates de otros, con un mapa político de color cambiante y una clase política enzarzada en su micromundo e incapaz de iluminar el túnel para que encontremos la salida y, peor aún, en una Europa liderada por una Alemania que parece recelar de los españoles. Lo del pepino no viene más que a confirmar que el refranero español es sabio: A perro flaco todo son pulgas. En este maremágnum del desasosiego el indignado es el ciudadano estándar, el que hasta ahora aprovechaba los corrillos para mostrar su indignación pero que ha encontrado un foro más amplio donde, al menos, comparte sensaciones. Los de Pepiño, los de PPete, los del PPOE como dijo el de Amaral, haced algo por arreglar, exceded los límites de vuestro micromundo y eliminad a los indignados eliminando la indignación.