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Una joya de muerto

Ibon Linacisoro, Director01/01/2006

Ya nada es como antes. Ni morirse. Resulta que, ya cadáver, si uno quiere, a uno le queman, perdón, le incineran, y en sus cenizas los familiares plantan un arbolito que se alimenta de los minerales de las cenizas de uno y crece, el árbol, crece y crece. Y quién sabe si en un incendio de verano el árbol que creció con las cenizas del muerto alimentando sus raíces vuelve a las cenizas e inicia de nuevo el ciclo de la vida sin fin. Con lo fácil que es comprar un abeto de plástico para las Navidades, ¿por qué nos complicamos tanto la vida?

Pero la cosa no termina ahí. El abanico de la oferta de ese engranaje infinito que es el consumismo parece haber encontrado en los muertos una fuente nueva de expansión. Resulta que, si uno piensa que plantar un árbol en las cenizas de un ser querido no es adecuado, puede hacerse un diamante. Sí, sí, dejemos ya la bisutería o aparquemos ya el piecerío de plásticos de colorines que adornan nuestras caras y cuerpos y apostemos sin complejos por el diamante. Una empresa suiza ofrece la posibilidad de transformar las cenizas en pequeñas gemas para inmortalizar el recuerdo del difunto. Esto que suena a broma o a fantaciencia no lo es y algunas funerarias españolas ya lo ofrecen. Se trata de sintetizar en diamantes el carbono que se sustrae de las cenizas a través de un proceso de transformación (grafitización) que incluye su sometimiento a altas temperaturas y presiones. La conversión del muerto al diamante tiene un precio, según como se mire, que puede ser caro o barato, no sabemos. Entre 3.700 y 15.000 euros. Es un dinero, pero si el muerto fue previsor y apalabró en vida su paso por el fuego y el posterior resurgir de las cenizas en un aparatoso diamante, el familiar agraciado con la joya se puede dar por satisfecho. ¿Se imaginan a un ser querido con cara de diamante en el dedo anular?

Si el abeto de plástico daría al traste con las cenizas como abono, una imitación de joya, un plastiquito apañado, acabaría a golpe de inyección con este sofisticado sistema para tratar a nuestros muertos. Hombre, es cierto, no es lo mismo llevar al abuelo en el anular que a un trozo de resina. Emocionalmente no es lo mismo, pero si nos ponemos prácticos... El plástico, lo decimos siempre, nos quita muchos muertos de encima. Abarata, aligera, ahorra esfuerzos, adorna incluso navideñamente cuando uno decide recurrir a uno de estos abetos que sustituyen a los de verdad. El plástico no muere en mucho tiempo. Y si muere, lo cambiamos y a correr.

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