Cuando la tecnología va más allá de la tecnología
Comunicaciones Hoy11/01/2016
Ramsés Gallego, Security Strategist & Evangelist, Dell Software
Vivimos en un mundo de constante cambio donde los dispositivos móviles en nuestros bolsillos hablan con el entorno, donde nuestro hogar se convierte en un ‘hub’ conectado permanentemente a Internet, donde las ciudades, en su deseo de ser ‘smart’, comparten información para proporcionar servicios de valor al ciudadano. Y es en ese mundo de cambio constante donde cabe la reflexión acerca del valor de la tecnología, de la constatación de la realidad que la tecnología no es un fin sino un medio para aportar beneficios al individuo como empleado, como paciente, como estudiante, como trabajador...
La tecnología que utilizamos modifica sustancialmente la manera en la que vivimos, trabajamos e incluso nos comportamos y donde su impacto -a veces negativo- tiene consecuencias inequívocas en nuestro día a día.
Es por ello por lo que la gestión, la orquestación, incluso el gobierno de nuestra vida digital, a nivel individual y colectivo, como padre/madre y como trabajadores requiere de un nivel de concienciación no visto hasta ahora, especialmente en las dimensiones de privacidad, protección de información sensible y defensa de la identidad. Es por ello por lo que los países -y, por fin, Europa como región- se ponen de acuerdo en las medidas de seguridad y en los límites en el uso de la tecnología. Porque la tecnología puede hacer cosas mágicas pero lo esencial es el universo de riesgo, el factor de exposición de una compañía y sus empleados; eso es lo realmente importante y es instrumental conocer cómo los dispositivos móviles, la nube, el análisis masivo de datos (big data) y el entorno Social Media, ampliamente dirigidos por la tecnología, tienen beneficios indudables... pero también amplían y amplifican nuestro perímetro de riesgo.
El uso que hacen las compañías y, por extensión, nosotros como trabajadores, de ámbitos como la geolocalización, las tiendas online con millones de apps que hacen cosas fantásticas, la voluntad de estar siempre conectado (“always-on”), y de vivir el entorno educativo, corporativo, hospitalario, familiar en tiempo real, hacen de la tecnología un compañero de viaje constante y casi siempre listo para aportar información relevante, de aportar valor. Y es ése precisamente el fin último de la tecnología, de las bonitas soluciones desplegadas en los centros de datos y que se comunican constantemente con nosotros a través de nuestros dispositivos: la aportación de valor, hacernos mejores como trabajadores, más productivos, más ágiles, más capaces.
Porque, al fin y al cabo, la tecnología, en realidad, va más allá de arquitecturas robustas, de bonitos cuadros de mandos, de interfaces atractivos. La tecnología va más allá de nosotros como sociedad, como organizaciones, como colectivo humano. La tecnología, que aporta las cuestiones fundamentales de protección y seguridad, de agilidad y visibilidad, de automatización y control, es, en realidad, un agente de cambio. La tecnología, afortunadamente, va más allá de la tecnología.
Vivimos en un mundo de constante cambio donde los dispositivos móviles en nuestros bolsillos hablan con el entorno, donde nuestro hogar se convierte en un ‘hub’ conectado permanentemente a Internet, donde las ciudades, en su deseo de ser ‘smart’, comparten información para proporcionar servicios de valor al ciudadano. Y es en ese mundo de cambio constante donde cabe la reflexión acerca del valor de la tecnología, de la constatación de la realidad que la tecnología no es un fin sino un medio para aportar beneficios al individuo como empleado, como paciente, como estudiante, como trabajador...
La tecnología que utilizamos modifica sustancialmente la manera en la que vivimos, trabajamos e incluso nos comportamos y donde su impacto -a veces negativo- tiene consecuencias inequívocas en nuestro día a día.
Es por ello por lo que la gestión, la orquestación, incluso el gobierno de nuestra vida digital, a nivel individual y colectivo, como padre/madre y como trabajadores requiere de un nivel de concienciación no visto hasta ahora, especialmente en las dimensiones de privacidad, protección de información sensible y defensa de la identidad. Es por ello por lo que los países -y, por fin, Europa como región- se ponen de acuerdo en las medidas de seguridad y en los límites en el uso de la tecnología. Porque la tecnología puede hacer cosas mágicas pero lo esencial es el universo de riesgo, el factor de exposición de una compañía y sus empleados; eso es lo realmente importante y es instrumental conocer cómo los dispositivos móviles, la nube, el análisis masivo de datos (big data) y el entorno Social Media, ampliamente dirigidos por la tecnología, tienen beneficios indudables... pero también amplían y amplifican nuestro perímetro de riesgo.
El uso que hacen las compañías y, por extensión, nosotros como trabajadores, de ámbitos como la geolocalización, las tiendas online con millones de apps que hacen cosas fantásticas, la voluntad de estar siempre conectado (“always-on”), y de vivir el entorno educativo, corporativo, hospitalario, familiar en tiempo real, hacen de la tecnología un compañero de viaje constante y casi siempre listo para aportar información relevante, de aportar valor. Y es ése precisamente el fin último de la tecnología, de las bonitas soluciones desplegadas en los centros de datos y que se comunican constantemente con nosotros a través de nuestros dispositivos: la aportación de valor, hacernos mejores como trabajadores, más productivos, más ágiles, más capaces.
Porque, al fin y al cabo, la tecnología, en realidad, va más allá de arquitecturas robustas, de bonitos cuadros de mandos, de interfaces atractivos. La tecnología va más allá de nosotros como sociedad, como organizaciones, como colectivo humano. La tecnología, que aporta las cuestiones fundamentales de protección y seguridad, de agilidad y visibilidad, de automatización y control, es, en realidad, un agente de cambio. La tecnología, afortunadamente, va más allá de la tecnología.