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Perra, rara, falsa y con arrugas

Director15/07/2007
Hablamos de la perra de una amiga, que nadie se ofenda. Una amiga con un perro raro, una perra para ser más exactos... el animal, seguimos hablando del animal. La mujer, una santa. La tal amiga empareja con su media naranja, un señor en la cincuentena larga que tornea como nadie, mucho mejor aún desde que compraron esa nueva máquina. El señor de la amiga tenía ante sí un día completo que prometía ser uno más en la larga lista. Pronto, de buena mañana, empezó a torcerse, porque ya en el desayuno la amiga le explicó al señor que la perra, que ellos habían comprado por verdadera, había resultado ser falsa, otra amiga dixit. Era una de esas perras a las que les sobra la piel, de mirada cariñosa, pelo corto y muy limpia con sus cosas. Cumplía a la perfección sus funciones como perra, a saber, hacer compañía y completar la familia de esta familia sin hijos. Pero enterarse de que era falsa, de raza, no de actitud, que en esto le sobra nobleza, ya enrareció el regusto bucal con el que el señor acudía cada mañana a la estación. Si la perra cumple, se decía a sí mismo por el camino, ¿qué más me da a mí que sea falsa? Pero esa sensación rara no se la quitaba de la cabeza. Eran tiempos del Gran Absurdo, sin duda, pero no pensaba el señor que la falsedad de su perra se lo volviera a traer a la memoria.

Sus pensamientos en torno a la cuestión se vieron alterados por el griterío y la algarabía de la estación de tren. Renfe, de nuevo, le impediría llegar a tiempo a su trabajo. Él, como tantos otros, tenía un bono mensual y este nuevo retraso, una vez más, “se lo comía con patatas” en términos de a pie. Se preguntaba si sus clientes le tolerarían un retraso en la entrega del pedido semana sí, semana también. Incluso si algún cliente pagaría un servicio defectuoso, lejos de lo pactado. Se sintió indefenso y desprotegido en el Gran Absurdo.

En esas estaba su cabeza, cuando recibió otra mala noticia. Su mujer y la perra falsa se habían vuelto a casa con las orejas gachas y sin realizar una operación en una entidad bancaria, una de las grandes. Había pedido un día libre en su oficina para esa visita al banco y otras similares, esas que nunca uno puede hacer. Y no pudo y al no poder, tampoco pudo realizar el resto de recados previstos, porque el banco, en el que llevaba 15 años de cliente, tenía un problema enorme, de esos que sólo comprenden los burócratas, y no pudo darle los 3.000 euros que quería extraer de su cuenta. Y mientras se lo contaba su media naranja por teléfono, el tal señor pensaba, otra vez, en el Gran Absurdo. El señor de la ventanilla tenía un empleo porque ellos y otros muchos lo tenían, pero no reparaba en el problema que suponía para esta clienta acudir al banco en horas de trabajo. Pensaba el señor, el que empareja con nuestra amiga, en lo perra y rara que es la vida, en lo falsa que es su perra. Tal vez, llegó a pensar, las arrugas me impiden comprender esta era del Gran Absurdo, estos tiempos perros, raros, falsos y con arrugas.

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