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Burlasconi, por favor, privatiza el mar

Ibon Linacisoro. Director de Interempresas08/04/2011
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8 de abril de 2011

Seguro que todo el mundo lo recuerda. Hace algo más de un año un árbitro albanés optó por anular un penalti tras la amenaza del presidente del club afectado y alcalde de la ciudad donde se jugaba, que entró a “convencerlo” al terreno de juego. Según la prensa local, este episodio ocurrió durante el encuentro entre los equipos de Besa y Flamurtari, celebrado en la ciudad costera de Vlora. La noticia sorprende, pero más aún lo hace la indignación de los implicados: “Lo que sucedió en los últimos minutos de la primera parte del partido era realmente ridículo y vergonzoso”, declaró el entrenador de Besa, Shpetim Duro, después del partido. A estas alturas del partido, que un político nos convenza es algo cotidiano. En Castellón nos han convencido, por ejemplo, de que es mejor tener un aeropuerto sin vuelos que uno que genera ruidos molestos para los vecinos y cuya actividad, impediría a los mismos pasear por sus pistas. No como ahora, que las tienen todas para ellos. Tiene sentido, la verdad, como lo tiene el que los eurodiputados viajen en primera, con derecho a periódico y bocadillo. En Italia, una de las últimas de Burlasconi ha sido la privatización del Coliseo, pero la explicación es convincente: El Coliseo en manos privadas, por cierto de un zapatero (tiene su gracia), el magnate de la empresa Tod’s, que explotará uno de los monumentos más importantes del mundo a cambio de restaurarlo y mantenerlo. Pues también tiene sentido, qué quieres que te diga. Es más, abre la puerta a ideas innovadoras para salvar al mundo del desastre ecológico. Al Gore se ha forrado con sus conferencias para concienciarnos de la muerte inminente del planeta Tierra, pero no ha logrado nada. Viendo lo del Coliseo y viendo lo de Japón, vamos a ver, ¿por qué no privatizamos el mar? También tiene sentido, no me digas. El mundo le suplica a Burlasconi que busque un hueco para, junto a todas sus leyes para salvarse a sí mismo, nos haga una ley que permita privatizar todos los océanos. Una vez en manos privadas, la empresa en cuestión garantiza la ausencia de tsunamis o al menos su solución con menos angustia que la ocasionada en Japón. Podría incluso gestionar mejor los horarios de las mareas o adecuarlos a los horarios laborales, repartir equitativamente los bancos de peces u organizar por equipos a los piratas.

Los políticos no se burlan de nosotros, nos convencen. Según Burlasconi, preguntadas las mujeres italianas en una encuesta por si harían el amor con él, el 30% dijo que sí, y el 70% restante respondió “¿Otra vez?”. Es un salao y nos convence.

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