Iglesia del Colegio Apostólico de los Padres Dominicos en Valladolid, una secuencia de sensaciones arquitectónicas
Daniel Villalobos
Profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Valladolid
Representante de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Valladolid en la Fundación Docomomo Ibérico
03/02/2023El espacio conmueve por su significado religioso o, alejados de cualquier creencia, su espacialidad atrapa la emoción de todo visitante sensible de este “trozo de aire humanizado”, como así definía Fisac a la arquitectura. Resultado que, por sus “valores simbólicos y de innovación espacial”, le sirvió en 2011 para su declaración de edificio BIC (Bien de Interés Cultural) como Monumento por el Consejo de Gobierno de Castilla y León.
Vista del patio del Colegio Apostólico de los Padres Dominicos, con las dos galerías claustrales en ángulo. Foto: Luis Argüelles / Fundación Docomomo Ibérico.
Aunque en esta breve referencia nuestra atención se centra en cómo el arquitecto consiguió tan brillante resultado espacial, lo primero que sorprende al visitante, antes de entrar en el Colegio, es la condición escultórica del ábside del templo, el volumen majestuoso de su pared curva de piedra blanca de Campaspero, con una altura de 25 metros. Allí, en lo alto del ábside, como proa del complejo arquitectónico y punto nodal del eje de simetría que ordena todo el conjunto, el arquitecto mandó colgar la escultura realizada por Jorge Oteiza del fundador de la Orden, Santo Domingo de Guzmán.
Tras esta primera sensación y como preámbulo antes de la entrada a la iglesia, el patio con dos galerías claustrales en ángulo, de geometrías óseas, guarda la sorpresa. En su acceso desde una de las cuatro esquinas, consigue romper cualquier evidencia de la ordenación simétrica de todos sus edificios respecto al eje de ordenación, dirigiendo su visión en diagonal hacia la atención del pequeño jardín situado en la esquina opuesta, jardín de una heterodoxa inspiración híbrida, consecuencia de la admiración de Fisac por los jardines de la Alhambra y la influencia de su reciente viaje al Extremo Oriente realizado a principios de 1953. Una vez junto a la fuente, el camino serpenteante del agua hasta caer en el estanque señala el reflejo del escultórico campanario que vuelve al visitante hacia la entrada principal del Colegio y al acceso a la iglesia.
El ábside del templo presenta una condición escultórica, gracias al volumen majestuoso de su pared curva de piedra blanca de Campaspero, con una altura de 25 metros. Foto: Luis Argüelles / Fundación Docomomo Ibérico.
Allí comienza la visita a la iglesia, la experiencia espacial más intensa proyectada por Fisac hasta este momento. Como al patio, los accesos se realizan desde las esquinas de la nave, abriendo las puertas en el arranque de los muros laterales. Bajo el sotocoro, lo primero que impresiona es la grandiosidad del espacio, además de las dimensiones que se perciben, su luz que colorea el aire con una alta carga simbólica mediante la que el arquitecto intentó exaltar al visitante, espiritualizar al creyente, o seducir al agnóstico por el atractivo de un bellísimo recipiente arquitectónico. Percibido a los pies de la iglesia, desde el oscuro y horizontal sotocoro, es un espacio dirigido hacia el altar, una gran ara de piedra bajo el muro blanco y vertical de su ábside. Tras recorrer con la vista el espacio dirigido hacia la cabecera y modelado con los dos oscuros muros de ladrillo convergentes, se encuentra con la intensidad de una luz de origen oculto que remarca nuestra atención.
Este espacio que se define mediante el acercamiento de los muros que van cerrando la nave hacia su cabecera curvada y elevándose en altura, fue largamente madurado por el arquitecto manchego, fruto de un proceso con su origen en 1950, en la iglesia no construida para el Instituto Laboral de su ciudad natal, Daimiel; como también lo era la iglesia en 1951 de Nuestra Señora de la Asunción en Escaldes (Andorra). En los tres templos su condición espacial se consigue de la misma manera con la disposición de los muros y la situación oculta de las vidrieras que le iluminan. Por este modo, desde la entrada, el espacio se alarga y a la vez se eleva.
Este mecanismo, como juego geométrico cuya consecuencia es la variación de la percepción de las dimensiones de espacio, tiene una inspiración barroca, ya empleada por arquitectos del siglo XVII en Roma, como en la Galería del Palacio Spada de Borromini, o por Bernini en la Scala Regia y en la Plaza de San Pedro; incluso con influencias de Arquitectura Moderna como la Iglesia de Vallila de 1929, construida para Helsinki por el arquitecto finlandés Alvar Aalto, que Fisac había conocido en su visita a España en 1951, uno de los mejores arquitectos del movimiento moderno nórdico, hacia donde Miguel Fisac posó su atenta mirada.
El espacio del templo se define con el acercamiento de los muros que van cerrando la nave hacia su cabecera curvada y elevándose en altura. Foto: Luis Argüelles / Fundación Docomomo Ibérico.
Colegio Apostólico de los Padres Dominicos
- Denominación actual: Colegio Nuestra Señora del Rosario
- Ubicación: Calle Arca Real, 209 - Valladolid
- Autor: Miguel Fisac Serna
- Fechas: 1952 - 1957
- https://docomomoiberico.com/edificios/colegio-apostolico-de-los-padres-domimicos/
- Fotografía: Luis Argüelles / Fundación Docomomo Ibérico