La arquitectura energéticamente eficiente para espacios de uso público despega en España
El uso responsable de la energía es un factor clave para proteger el medio ambiente, especialmente en los entornos urbanos, cada vez más poblados. Según los últimos datos del Ministerio de Fomento(1), referidos a 2017, el 13,2% del conjunto de municipios españoles pertenece a entorno urbano, ocupa el 20,5% de la superficie del país y acoge al 81,9% de la población nacional total.
Un entorno urbano en el que también se observa una cada vez mayor preocupación de la ciudadanía -transmitida y tomada en cuenta necesariamente por las administraciones públicas- por habitar espacios saludables, que proporcionen buenos niveles de confort térmico y acústico y ofrezcan la mejor calidad posible del aire en un contexto de contaminación creciente, especialmente en las grandes urbes.
Si tenemos en cuenta que los edificios generan más del 40% de la energía que consumimos, una construcción adecuada vendría a solucionar una parte importante de los problemas medioambientales. Y es en este punto en el que gana adeptos el Edificio de Consumo Casi Nulo (ECCN), aquél que apenas necesita energía para su uso manteniendo en su interior condiciones óptimas en todos los parámetros de confort y salubridad antes señalados.
Una de las vías más eficaces para hacer realidad este modelo de edificación viene de la mano del estándar Passivhaus, uno de los más completos y exigentes del mundo en sostenibilidad energética aplicada a la construcción y rehabilitación de edificios y viviendas.
El estándar Passivhaus solo certifica edificaciones que logran garantizar una demanda energética para calefacción y refrigeración menor o igual a 15 kWh/m² al año; una demanda de energía primaria menor o igual a 120 kWh/m² por año; y la práctica ausencia de infiltraciones de aire en el interior de la vivienda o edificio (menor o igual a 0,6 renovaciones/hora a 50 pascales de presión comprobada mediante ensayo Blowerdoor).
Un edificio con certificación Passivhaus garantiza así el consumo casi nulo de energía para la climatización, permitiendo un ahorro energético de hasta el 90% frente al de un edificio convencional. Además, evita defectos o patologías en los edificios que propician la formación de condensaciones o mohos, alcanza excelentes niveles de confort térmico y acústico, proporciona una altísima calidad del aire interior frente a polución y alérgenos y disminuye sensiblemente tanto la huella de carbono como otros daños ambientales derivados del consumo energético excesivo.
España avanza hacia la ciudad Passivhaus
Como explica Adelina Uriarte, presidenta de la Plataforma de Edificación Passivhaus (PEP), “hasta hace unos años podíamos asociar el estándar Passivhaus en nuestro país exclusivamente a edificios unifamiliares. Sin embargo ya se han construido bloques de viviendas plurifamiliares, existiendo en estos momentos multitud de proyectos de este tipo en ejecución en toda la geografía española. También algunas administraciones autonómicas han apostado tanto por la rehabilitación como por la construcción de su parque de viviendas de protección oficial bajo estándar Passivhaus. Y el cambio de escala se completa con un cada vez mayor número de edificios de otros usos, como oficinas, equipamientos, dotaciones, colegios, hoteles, etc.”.
Según las estadísticas de PEP, Navarra, País Vasco y Aragón son las comunidades españolas en las que más se ha apostado por la rehabilitación o la construcción de edificios bajo estándar Passivhaus para garantizar la edificación de consumo casi nulo en su entorno urbano y, especialmente, por lo que se refiere a los edificios de uso público. Entre las tres suman un 86% del total de los edificios certificados Passivhaus en entorno urbano del país. En la actualidad hay más de 77, unos 231.000 m2 proyectos Passivhaus, en desarrollo en España.
“Lejos de lo que pudiera parecer, acometer bajo estándar Passivhaus este tipo de proyectos no es un problema. En algunas cuestiones presenta incluso ventajas porque, en general, los edificios de mayor dimensión tienen un mejor factor de forma, lo que permite que los niveles de aislamiento no difieran tanto con respecto a los de un edificio estándar. Sí es importante la correcta definición del perfil de uso del edificio, así como un correcto diseño de sus instalaciones para optimizar las mismas, ya que deben hacer frente a demandas energéticas sensiblemente inferiores a las que estamos acostumbrados. Instalaciones más reducidas suponen también un mantenimiento más sencillo y económico de las mismas”, explica Uriarte.
En este sentido, en los grandes edificios y espacios de uso público, pese a su mayor complejidad, es mucho más fácil reducir la inversión inicial de un edificio pasivo -estimados entre el 3% y el 8% en el peor de los casos-, pudiéndose incluso llegar a una inversión inicial nula. En cualquier caso, el ahorro energético a lo largo de la vida útil del edificio -sobre todo en determinados usos más intensivos- es mucho mayor que en un edificio no pasivo, por lo que los habituales períodos de amortización (entre 5 y 10 años) se alcanzan sin problemas.