La piel de los edificios
La primera casa fue una cueva. En ella el hombre primitivo encontró refugio frente al frío y el calor, frente a las fieras y encontró cobijo también ante la inmensidad del cielo que se abría sobre sus cabezas.
Con el tiempo descubrió la necesidad de buscar otros territorios donde cazar, donde encontrar pastos y zonas fértiles, alejados de las cuevas, lo que le llevó a buscar nuevos cobijos donde guarecerse. Para ello construyó edificios y como patrón utilizó lo que encontró más a su alcance: su propio cuerpo.
Las zapatas son sus pies. La estructura, su esqueleto. Por las instalaciones discurren sus fluidos. Las fachadas y cubiertas son su piel y en ellas, ventanas y tragaluces sus partes más débiles, más vulnerables, sus ojos. Los edificios respiran, transpiran y como organismo vivo que son, necesitan sus cuidados, su limpieza, su mantenimiento.
Cuando intervenimos sobre el edificio para mejorar su envolvente, sus fachadas y cubiertas, alteramos su funcionamiento, sus condiciones de confort acústico, térmico y de ventilación: su respiración, su transpiración. Frente a las incertidumbres crecientes de la energía cada vez se hace más necesario dotar a los edificios de una buena envolvente protectora que contribuya a disminuir su dependencia de sistemas activos que requieran combustibles para su funcionamiento: priorizar un buen abrigo (sistema pasivo) frente a una buena calefacción (sistema activo). Es aquí donde cobran un papel importante las rehabilitaciones energéticas de los edificios que cada vez son más frecuentes (y lo serán cada vez más) en nuestras ciudades.
Como organismo vivo y complejo que es, la intervención sobre el edificio requiere un cuidadoso estudio sobre las consecuencias que alterar su envolvente, mediante la incorporación de aislamiento o el cambio de sus ventanas, tiene en su funcionamiento. No basta con colocar un sistema de aislamiento térmico exterior, un SATE, o rellenar las cámaras de aire con aislamiento sin saber muy bien donde va a parar ni de qué forma afecta a nuestro edificio: se requiere un estudio riguroso de las implicaciones que conlleva en su funcionamiento y evitar la aparición de humedades y con ellas la formación de micro-organismos y patologías, enfermedades de los edificios.
Por otro lado actuar sobre las fachadas afecta de forma relevante su aspecto exterior por lo que se hace especialmente necesario aportar también un criterio estético a las intervenciones con el fin de no desvirtuar el conjunto de un edificio, de un barrio, de la ciudad...
Antes de intervenir sobre los edificios es necesario estudiar las implicaciones que la alteración de sus fachadas y sus cubiertas tendrán para su aspecto exterior y su correcto funcionamiento y para ello los arquitectos son quienes mejor pueden garantizar que el resultado sea el más adecuado.