Los zapatos y las micciones de pie
12 de julio de 2012
El verano es ese momento en el que mucha gente empieza a perder los papeles. Comienzan las iniciativas peregrinas, como la fabricación de la paella o el bollo más grande del mundo, la exhibición del cuerpo formado en el gimnasio durante el largo y duro invierno o el entregado a las galletas y la bollería industrial pero, sobre todo, el verano destaca por los contenidos que nos encontramos en los medios de comunicación. ¿A quién le importa ahora el 21% del IVA sabiendo como sabemos que un estudio de la Universidad de Kansas ha determinado que, viendo el calzado, se pueden adivinar el 90% de las características de un desconocido? La noticia no es tonta porque si la hubiéramos sabido antes, habríamos podido valorar con más atino a nuestros gobernantes, los actuales y los del pasado. Es más, si ya con las primeras elecciones de la democracia esto se hubiera sabido, el país podría haber elegido en función de los zapatos y, tal vez hoy, estaríamos en otras. Si todo es cierto, y debe de serlo porque no sólo un grupo de investigadores le ha dedicado un tiempo y un dinero a este estudio sino que ha sido publicado por una prestigiosa revista que se centra en la investigación de la personalidad, la gente tiende a prestar atención a sus zapatos y a los del resto. Algunas de las conclusiones son espectaculares. Llama la atención esta que sigue: los zapatos más caros pertenecen a personas con salarios más altos. Tenemos también otras, más creíbles aún: las personas extrovertidas llevan zapatos llamativos, las más agradables se decantan por el calzado práctico y funcional, los botines son para los más agresivos y los más tranquilos se decantan por zapatos incómodos pero bonitos. Hay mucho más: las personas que tienen miedo del qué dirán optan por zapatos de marca nuevos y bien cuidados, los que son de izquierdas usan un calzado menos costosos y menos arreglado. Ya llevamos unos cuantos veranos en esto de la vida y el estudio, aunque muy bueno, llega tarde, lamentablemente. En Suecia, por ejemplo, hay una región que se está planteando obligar a los hombres a orinar sentados en los baños públicos. La argumentación oficial es que es bueno para la próstata y la vida sexual del varón, pero el ciudadano no es tonto y atisba las razones ocultas de semejante propuesta: en algún capítulo del estudio de la Universidad de Kansas, seguro, se habla de los zapatos de los que son un poco descuidados orinando. El estudio llega tarde, decíamos, porque de haber conocido la importancia del zapato, alguien habría podido saber más de la personalidad del personaje político que dedica su tiempo y el de los demás a realizar semejante propuesta.
Lo malo no es lo que está ocurriendo en España ahora, sino que esto mismo que está ocurriendo nos va a impedir fijarnos en lo importante, a saber, en los zapatos, porque nos obliga a fijarnos en nuestros bolsillos. Y cuando volvamos a mirarnos a los zapatos, cuando nos avergoncemos de cómo los tenemos, comprenderemos por qué los suecos quieren orinar sentados. Botines, zapateros y todos los demás, ¡cuántos disgustos podíais haber evitado!