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Comerse el perfil

Ibon Linacisoro, Director15/10/2003
Cuando la industria del PVC comenzó a padecer los ataques del “poder verde” probablemente sufrió en su conjunto, pero también individualmente. Desde las empresas que se dedicaban a producir cualquier tipo de producto en este material hasta el último de sus trabajadores, se cuestionarían su futuro, pensarían en formas alternativas de ganarse la vida y, en muchos casos también, algunos se preguntarían por su salud. A lo largo de muchos años se han ido diciendo muchas cosas, muchas de ellas auténticas barbaridades, otras tal vez no tanto pero desde luego confusas, entrando hábilmente en el juego de las medias verdades, los argumentos simplistas enfocados con claridad a conseguir una identificación en sociedad de este material con la mala salud. Se han dedicado muchos estudios con base científica al análisis del PVC y sus consecuencias para la salud, desde el proceso de producción, pasando por su transformación y la utilización de determinados aditivos, hasta su eliminación o recuperación una vez finalizado su ciclo de vida. Las conclusiones de los mismos han sido muchas veces interpretadas como definitivas, desafortunadamente tanto por sus defensores como por sus detractores, contribuyendo más a la sensación de que uno debe creerse lo que quiera. Pero lo cierto es que hay datos incontestables y que se refieren a la absoluta confianza que el ciudadano debe tener con respecto a los productos de PVC que se pueden encontrar en el mercado. No en vano los controles son extremadamente exhaustivos, sino que además la propia industria del PVC decidió hace ya años adquirir un compromiso de forma voluntaria y garantizar que los procesos son limpios y saludables. En el informe especial sobre este material que publicamos en este número se explican algunas de estas cuestiones.

Sin embargo, las dudas siguen existiendo entre algunos consumidores. Nadie medianamente “verde” quiere comerse su perfil de persona sensibilizada con el cuidado del entorno. Y no es difícil escuchar de boca de personas totalmente ajenas a la industria máximas de elevado contenido científico como las que sugieren que el PVC es cancerígeno. Es lo que tiene ese animal medioambientalmente consciente que todos llevamos dentro. Que no necesita datos para mostrarse radicalmente en contra de, por ejemplo, utilizar PVC en las ventanas de casa, porque el decálogo del buen ciudadano verde incluye el PVC (y es sólo un caso entre cientos) entre sus bestias negras. Resulta ciertamente complicado saber cómo ese perfil de ventana de algunas casas produce cáncer a lo largo de su vida útil. No sabemos si uno debe comérselo o si su simple presencia le enerva a uno de tal forma que acaba por enfermar. Ante la duda, un consejo, aunque no sea norma de esta casa aprovechar este espacio para ello: evite comerse los perfiles de PVC de sus ventanas.

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