Perra, rara, falsa y con arrugas
Sus pensamientos en torno a la cuestión se vieron alterados por el griterío y la algarabía de la estación de tren. Renfe, de nuevo, le impediría llegar a tiempo a su trabajo. Él, como tantos otros, tenía un bono mensual y este nuevo retraso, una vez más, “se lo comía con patatas” en términos de a pie. Se preguntaba si sus clientes le tolerarían un retraso en la entrega del pedido semana sí, semana también. Incluso si algún cliente pagaría un servicio defectuoso, lejos de lo pactado. Se sintió indefenso y desprotegido en el Gran Absurdo.
En esas estaba su cabeza, cuando recibió otra mala noticia. Su mujer y la perra falsa se habían vuelto a casa con las orejas gachas y sin realizar una operación en una entidad bancaria, una de las grandes. Había pedido un día libre en su oficina para esa visita al banco y otras similares, esas que nunca uno puede hacer. Y no pudo y al no poder, tampoco pudo realizar el resto de recados previstos, porque el banco, en el que llevaba 15 años de cliente, tenía un problema enorme, de esos que sólo comprenden los burócratas, y no pudo darle los 3.000 euros que quería extraer de su cuenta. Y mientras se lo contaba su media naranja por teléfono, el tal señor pensaba, otra vez, en el Gran Absurdo. El señor de la ventanilla tenía un empleo porque ellos y otros muchos lo tenían, pero no reparaba en el problema que suponía para esta clienta acudir al banco en horas de trabajo. Pensaba el señor, el que empareja con nuestra amiga, en lo perra y rara que es la vida, en lo falsa que es su perra. Tal vez, llegó a pensar, las arrugas me impiden comprender esta era del Gran Absurdo, estos tiempos perros, raros, falsos y con arrugas.