Gestión sostenible de los residuos
La incineración permite la oxidación de los residuos, de una forma teóricamente segura, gracias al diseño de los hornos (mezcla, temperatura, tiempo) y al tratamiento de humos (filtros, catalizador, etc). Los contaminantes potenciales son los metales, gases ácidos y combustiones incompletas, además de las cenizas, filtros usados y aguas de lavado. Las medidas correctivas abarcan la selección de los materiales incinerables, el control de la combustión y los efluentes.
Bajo consideraciones técnicas, la valorización energética de los residuos es una opción madura, aunque compleja, cara y peor que otras como la reducción en origen y la recuperación, en general, pero también por encima de la incineración simple y los tratamientos no destructivos generales como la inertización y el depósito, sobre todo si existen limitaciones a los vertederos –de espacio, geoambientales- que serían en todo caso el último resorte de la gestión de residuos.
El balance de la incineración es fundamentalmente negativo frente al reciclaje material, en la medida que no recupera la energía para la extracción de materias primas y fabricación, que hay que consumir de nuevo en el ciclo del producto (quemado como basura). Sin embargo, en el ámbito de la gestión integral de los residuos deben tratarse aquellos no evitables ni reciclables, de forma que la incineración sería tanto más apropiada para los remanentes del sistema, que por si sola alternativa al vertido en tierra (última opción, naturalmente, pues la descomposición de las basuras emite los mismos gases que la combustión teórica de la materia carbonada, además de metano, sin aprovechamiento energético, y contamina las aguas subterráneas por lixiviación).
En cambio, si los residuos permiten reemplazar al carbón o al petróleo como fuentes de energía, las alternativas de valorización favorecerían la lucha contra el cambio climático y otros impactos, aunque subsistirían todavía los problemas de los productos de combustión incompleta y las escorias (que requieren un tratamiento complejo).
Con estas premisas los siguientes aspectos resultan prioritarios: necesidad de los bienes, su longevidad y reciclabilidad (consumo responsable, envoltorios, etc), reducción drástica de contaminantes en los productos (evitando materiales en la mezcla como pilas, halogenados, etc), y quemar la menor cantidad de rechazos que hayan pasado la fase de clasificación y digestión.
Así, un sistema integral de gestión de residuos debe considerar las diferentes fracciones de la basura (reciclable, combustible y fermentable), separar en origen el vidrio, papel, metales, plásticos y nocivos, compostar o gasificar la fracción orgánica y valorizar energéticamente el resto, cuando resulte rentable. Pues ocurre que al funcionar eficazmente las opciones proactivas muchos hornos se quedarían sin “combustible” o tendrían que importarlo para seguir su negocio, desincentivando de alguna manera la prevención; por su parte, la separación previa favorecería la recuperación material, pero en este caso resultan críticas la logística y participación ciudadana (recogida selectiva), ya que las plantas de tratamiento en el propio vertedero presentan elevados costes tecnológicos y un menor rendimiento (a causa de la mezcla, ensuciamiento y deterioro).
Debe recordarse, finalmente, que el mejor residuo es siempre el no producido, lo cual nos lleva a un análisis crítico de las soluciones actuales, las necesidades subyacentes y los modos en que estas son cubiertas (funciones alternativas, productos durables, limitar peso y embalajes, etc).
Los problemas ambientales son sistémicos, de modo que precisan de una aproximación sistemática, desde la descarga hasta los procesos de fabricación, y más allá, hasta el suministro y diseño de los productos, los ciclos de vida, el complejo productivo y aspectos institucionales de la civilización industrial. Elementos como la transparencia, asignación de costes y una reforma fiscal ecológica para diferenciar las actividades económicas e incentivar las de menor impacto, resultan fundamentales en un nuevo contexto sociotécnico orientado hacia la sostenibilidad.
Asimismo, el desarrollo sostenible requiere planteamientos “holísticos” -mas allá de una mera optimización de procesos o servicios- lo que hace necesario trabajar sobre problemas, pero también sobre necesidades y conceptos de acumulación. El consumismo tiende a verse como el resultado de preferencias individuales, aun siendo determinadas por el sistema socioproductivo y la tiranía de las pequeñas decisiones (que impiden percibir los efectos agregados).
Dimensiones y conectividad medianas resultan condiciones favorables a la flexibilidad, y por ello a la capacidad adaptativa (que parece la única garantía frente a los errores evolutivos); la flexibilidad resultaría entonces un recurso precioso para la sostenibilidad, que dependerá del hecho de que se mantengan muchas variables en el punto medio de sus límites tolerables.