Ser o no ser, esa es la cuestión
¿Cómo podemos tomar buenas decisiones? ¿Quién no se ha hecho esta pregunta? Más aún cuando decisiones con resultados más que cuestionables no son infrecuentes en nuestro entorno.
Sin duda un factor esencial es el temor a las consecuencias de una decisión no acertada y una manera infalible de no equivocarse es no decidir. Sin embargo, tenemos que asumir que es imposible que todas las decisiones que tomemos sean acertadas. El miedo a decidir también puede derivar del deseo de mantener una ilusión: si me declaro y me dicen no, mi ilusión se destruirá. Nuestras decisiones no deben ser precipitadas y su fundamento tiene que ser razonable. Ahora bien, 'no mareemos la perdiz', no tengamos miedo a decidir, no deleguemos en otros decisiones que debemos tomar nosotros y, una vez tomada una decisión, no miremos atrás.
Se puede hacer una lista detallada de pros y contras, usar mapas mentales o cualquier otra técnica de análisis de problemas y está muy bien. Sin embargo, recuerdo la forma adecuada de hacer un batido de vainilla: se necesita una cantidad determinada de helado, otra de leche y batir un tiempo prefijado. Tan malo es batir menos tiempo como batir de más. Si dedicamos un tiempo excesivo a desmenuzar un problema consumiremos mucha energía, las ramas pueden hacernos perder de vista el bosque y correremos el riesgo de acostumbrarnos a algo que de entrada nos pareció negativo y a dejarlo correr.
Decisiones que impliquen cambios muy potentes en nuestra vida profesional o personal deben tomarse con gran convencimiento. Gran convencimiento no es equivalente a mucho tiempo de reflexión. Esquiando se dice que el tiempo que te quedas pensando si bajas o no ante una pala complicada es directamente proporcional a ‘la galleta’ que vas a darte cuando la bajes. Dicho de otro modo, si algo es importante y después de un tiempo de reflexión razonable, tienes aún muchas dudas, no lo hagas.
En párrafos anteriores he indicado que tan negativo es pensar poco sobre una decisión como darle muchas vueltas y he mencionado el concepto de 'tiempo de reflexión razonable'. Sin duda este tiempo variará según la decisión que debamos tomar y no conozco otra técnica más adecuada para su estimación que la que nos dicte nuestro propio sentido común.
Escuchemos a nuestro instinto. Las cosas son como son y no cómo las queremos ver. Nuestro instinto está más libre de condicionantes que la razón. Por ejemplo, si se va a acometer una inversión estando cortos de financiación, podemos llegar a auto-convencernos de que una solución es la mejor simplemente porque es la más barata, e incluso creernos que estamos comprando duros a peseta. En este caso, conviene hacer una primera reflexión lo más libre posible de condicionantes, a 'capacidad económica infinita', para entender verdaderamente cuál es la solución más rentable.
Seguramente Hamlet habría sido más competente aconsejando a un amigo. Por ello, una estrategia para afrontar un problema es considerar que estamos aconsejando a otra persona sobre el mismo asunto. De este modo tomamos distancia entre nosotros y el problema, siendo más sencillo pensar de forma lógica y reduciendo el riesgo de dejarnos llevar por la parte emocional.
Aunque sin duda ‘no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’ es una referencia muy a tener en cuenta, también lo es la estrategia de Scarlett O´Hara en Lo que el Viento se Llevó cuando decía: ‘No puedo pensar en eso ahora, si lo hago me volveré loca. Pensaré en eso mañana’. Habitualmente decisiones que tomamos por la mañana, cuando estamos más descansados, tienen mejores resultados. Las buenas decisiones requieren mucha energía mental, para ello necesitamos no sólo estar descansados sino, en general, satisfechos con la vida que llevamos y sentirnos bien con nosotros mismos.
A la hora de tomar decisiones es conveniente considerar que las personas que nos rodean son, por lo menos, tan inteligentes como nosotros y no ir de ‘listillos’. Refranes como ‘la avaricia rompe el saco’, ‘antes se pilla a un mentiroso que a un cojo’ o ‘si matas a un solo perro te llamarán mataperros’ reflejan como suelen terminar los ‘listillos’ y, también, lo que cuesta conseguir una buena reputación y lo fácil que es perderla. Recuerdo la historia de un empresario que vendía a un amigo un 10% más caro que a otros clientes porque “si con los amigos no se puede ganar dinero, con quien sino”. Obviamente su amigo, que no era tonto, se acabó enterando y, por maximizar un retorno a corto plazo, perdió cliente y amigo.
Como conclusión, en vez de considerar que decisión nos parece más segura, cómoda o económicamente ventajosa, en mi opinión el aspecto más importante en las decisiones que tomemos es que estén en línea con nuestros objetivos, valores y forma de ver la vida.
Roberto Hernando es Ingeniero Industrial y Master en Microelectrónica. Actualmente retirado, ha sido muchos años director de empresa, de los cuales los últimos 17 en Intermaher, del sector de la máquina-herramienta.