Opinión: Un modelo clónico
Durante la pandemia muchas fueron las voces defensoras que se alzaron -de todos los sectores- elogiando al comercio de proximidad. Desde las cuatro paredes en las que estábamos encerrados, los gurús del retail se replantearon el modelo comercial que se había impuesto en los años precovid y pregonaron, durante la paulatina vuelta a la normalidad, la necesidad de apostar por el comercio de proximidad y alejarse de las tentaciones de las grandes zonas y centros comerciales e, incluso, de los cantos de sirena, eternos, del ecommerce. Pero el compromiso duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, que diría Sabina. Y para variar, de esas buenas intenciones, nada de nada. Y tres años después. el comercio de proximidad lucha por sobrevivir bajo la sombra imponente de las grandes compañías internacionales.
El centro de las grandes ciudades ha sido históricamente un imán para el tráfico comercial, atrayendo tanto a residentes como, sobre todo, a turistas. Sin embargo, este atractivo se ha convertido en un arma de doble filo. Mortal. Las grandes cadenas, con sus inmensos recursos, han monopolizado estos espacios privilegiados, desplazando con la complicidad política a zonas casi irrelevantes a las tiendas locales y a los pequeños negocios que no pueden permitirse los elevados alquileres de estas áreas. Y el resultado, más allá de los constantes cierres de tiendas de barrio de pequeño y mediano formato, es un centro urbano homogéneo, dominado por las mismas marcas y cadenas que se pueden encontrar en cualquier ciudad y en todos los centros comerciales del mundo. Esta uniformidad totalmente clónica no solo empobrece la experiencia de compra, sino que también debilita la identidad cultural y comercial de nuestras ciudades.
La apertura de tiendas en domingo es otro desafío insuperable para el pequeño comercio. Las grandes cadenas, con su capacidad para operar los siete días de la semana, dejan sin opciones a los pequeños comerciantes que no pueden permitirse esta carga adicional. Además, el comercio electrónico ha acentuado esta desigualdad, ofreciendo comodidad y precios competitivos que son difíciles de igualar para las tiendas de barrio.
Este contexto tan desfavorable impone una presión constante -por parte de las multinacionales- sobre los pequeños y medianos negocios -regentados en la mayoría de los casos por detallistas locales- que se enfrentan a una competencia desleal y acaban condenados a una lucha diaria por mantener su supervivencia. Y el comercio deportivo es un claro ejemplo de esta problemática. En España, en 2023, cerraron más de 500 tiendas de deportes, muchas de ellas especializadas en actividades como, por ejemplo, del outdoor. A diferencia de países como Alemania, donde estas tiendas se ubican en las zonas más comerciales y transitadas del centro de las ciudades, en España los pequeños comerciantes del sector deportivo se han visto relegados a zonas menos accesibles o, en el mejor de los casos (y son pocos) a centros comerciales del extrarradio.
Además, las grandes marcas deportivas dominan ya los espacios céntricos con tiendas propias, dejando poco margen para las tiendas multideportes locales. Y esta segregación no solo afecta a los negocios, sino que también limita las opciones de los consumidores, quienes pierden la oportunidad de acceder a una oferta más diferenciada, diversa y especializada.
Los grandes descuentos y los saldos constantes también han llegado a las tiendas físicas y las webs propias de las grandes marcas, que hasta hace poco mantenían los precios oficiales. Marcas como Nike, por ejemplo, están batiendo auténticos récords de ventas gracias a sus constantes superofertas.
Llegados a este punto, sería bueno que las políticas urbanas y comerciales se reorienten para proteger y fomentar el comercio de proximidad. Las ciudades necesitan crear incentivos y condiciones favorables para que este perfil de tienda pueda competir en igualdad de condiciones. Si lo quiere. Y esto incluye regulaciones de alquiler más justas, restricciones sobre la apertura de grandes cadenas en ciertas zonas -y en ciertos días- y el fomento de eventos locales que atraigan a los consumidores a descubrir y apoyar a sus comercios y marcas locales. El problema es que algunas de estas necesidades son poco probables que se cubran; la política solo mira el corto plazo y el libre mercado empuja más que las buenas intenciones.
Por mucho que el modelo se pervierta y priorice los intereses de los grandes, nadie puede negar que el comercio de proximidad es vital para la salud económica, diferenciadora y social de nuestras ciudades. No solo preserva la diversidad y la identidad cultural, sino que también sostiene una red de relaciones humanas que son esenciales a nivel social. Proteger y revitalizar este sector debe ser una prioridad para garantizar un futuro urbano sostenible y equitativo. Y donde el poder no lo controlen solo los que tienen más fondo de armario…