Opinión: Surfear un tsunami, por Albert Vinyals (Escodi)
Desde que empezó el confinamiento me siento con la presión de escribir un artículo sobre qué sucederá cuando esto termine y me encuentro con un gran problema: no tenemos modelos, ni situaciones similares con qué compararlo.
La tendencia es equipararlo con la reciente/presente crisis del 2008, pero claro, aquella situación duró unos seis años, sumados a los cambios estructurales que todavía se mantienen. Es más, muchas consecuencias económicas del confinamiento, vendrán porque parte de la población sigue en esta crisis: tanto por los recortes en sanidad, como porqué parte del sector empresarial carece del músculo financiero necesario para aguantar tantos días inactivos.
Tampoco puede compararse con guerras, posguerras o aislamientos como el de los pescadores a alta mar. Por lo tanto, estamos en una situación sin precedentes, donde las medidas clásicas no sirven. Todo es nuevo, inesperado, repentino y nos coge desanimados.
Estimación económica:
Para entender qué haremos los consumidores cuando esto acabe, podemos recurrir a la observación de países donde ha empezado antes. De entrada, lo que sabemos seguro es que la reclusión no terminará de repente, sino que será escalonada y con altibajos, tal como sucede en China.
También ayudan a predecir, las previsiones económicas y no son muy alentadoras. De entrada, a pesar de que el objetivo es invernar la economía, la consecuencia es una parada de país, lo que implica una caída de la capacidad económica. La OCDE cree que por cada mes de confinamiento se perderán 2 puntos del PIB. Esta parada tiene consecuencias más allá de los días de confinamiento, por eso diferentes previsiones económicas calculan que cerraremos este 2020 con pérdidas de entre 10% y el 20% del PIB.
Estimación comportamental:
En cuanto el comportamiento del consumidor, será muy diferente la entrada al confinamiento que fue abrupta y marcada por la ansiedad; de la salida, que será gradual y marcada por la desconfianza.
Puede compararse el comportamiento de compras con las fases que vivimos durante la crisis del 2008, que se asimilan a las etapas de los procesos de duelo o de asunción de una dolencia grave: negación, miedo, ira, depresión, negociación y adaptación.
Al principio muchos fuimos negacionistas, minimizando la situación. Después apareció de golpe la fase del miedo, iniciada la semana previa al confinamiento y que puede resumirse con el reiterado tema de la compra de papel de váter. Esta y otras conductas poco reflexionadas, estaban motivadas por la angustia, que es el estado afectivo que aparece como reacción ante un hecho desconocido, que puede darse al futuro (o no).
A partir de la segunda semana, se mezclan las siguientes fases: tanto quién tiene momentos de abatimiento y deja de hacer actividades (fase depresión), quien sufre estallidos de ira por no poder controlar los acontecimientos, como quienes se adaptan a la nueva situación, puesto que para mucha gente su vida ha cambiado poco, o tienen alta capacidad de resiliencia. En la mayoría de los casos se vive una montaña rusa emocional. Estas emociones tienen que asumirse, dejarlas fluir, aceptarlas y reconocerlas, en una gestión anímica que parece guiada por un malabarista.
La adaptación será gradual. Es muy difícil consolidar hábitos cuando las circunstancias cambian de forma imprevista. ¿Alguien se imaginaba hace un mes, el miedo que mucha gente se profesa al cruzarse al supermercado?
El día siguiente.
Qué sucederá cuando todo esto termine? Pues de entrada, al ser un fin gradual, no habrá una explosión del consumo, a pesar de que viviremos unos primeros días muy positivos.
Tampoco parece que tenga que haber un cambio repentino en el sistema de consumo. Durante estos días habremos adquirido ciertos hábitos como un desbordado consumo de pantallas, compras de alimentación más planificadas, descenso altísimo de productos como ropa o tecnología o cambios que pueden perdurar más, como son los aprendizajes inter-generacionales que se dan a los hogares: tanto de los más jóvenes que recuperan hábitos de los adultos; como, sobre todo, de los mayores, que se habitúan al comercio electrónico gracias a sus hijos.
Cuando termine el confinamiento la mayoría de estos hábitos no perdurarán, porque se intentará que la vida sea cómo antes. Por lo tanto, se volverá a comer con poco tiempo, se recuperará la presencialidad en el trabajo, o volveremos a sentir como imprescindibles ciertas compras que ahora parecían superfluas. Tal como ocurrió con la crisis del 2008, se mantendrán sólo los hábitos que nos aporten un claro beneficio. Para algunos será consolidar ciertas compras electrónicas, pero por otros puede ser un replanteamiento de sus necesidades y su escala de valores, apostando por conductas post-materialistas.
¿Qué podemos aprender?
No toda crisis es una oportunidad, pero todas nos pueden servir para aprender, ya que necesitamos estar preparados para el final del tsunami y no tiene nada que ver si lo hemos podido surfear o nos ha pasado por encima.
Así, lo que seguro que habremos ganado será un tiempo para hacer una cosa que el sistema capitalista no nos tiene acostumbrados: pararnos e incluso, poder estar en babia. Y este acto radical de no hacer nada, puede servir para pensar mucho.
Por lo tanto, a pesar de que imagino que cuando todo esto acabe, la mayor parte de los agentes que conforman la sociedad de consumo intentará que todo siga igual, crecerá el número de ciudadanos a quienes valores que se han repetido mucho estos días, como son la solidaridad, la desaceleración, la proximidad o la sostenibilidad, los acabarán traduciendo en actos de consumo y esto comporta un capitalismo más consciente, con las personas en el centro de todo proceso.
*Albert Vinyals i Ros.
Doctor en psicologia (UAB). Docent des de 2007 a Escodi sobre psicología del consumidor i neuromarketing