“Que un edificio sea eficiente energéticamente no implica que también sea saludable para sus habitantes"
Entrevista a Sonia Hernández, arquitecta especializada en arquitectura sana y bioconstrucción
La salud es uno de los factores clave que entra con fuerza en el nuevo paradigma constructivo. No solo hay que construir bajo criterios medioambientales, sino que apostar por materiales menos nocivos para nuestra salud permite reducir enfermedades tanto transmisibles como no transmisibles en la actualidad. Esta es un de las premisas de la arquitecta especializada en arquitectura sana y bioconstrucción, Sonia Hernández-Montaño, quien nos desgrana en la siguiente entrevista el importante papel que tiene la sociedad civil para que el cambio sea una realidad.
¿En qué consiste la arquitectura saludable?
La arquitectura saludable es una aproximación que va más allá de la sostenibilidad. La sostenibilidad en arquitectura está principalmente centrada en el consumo energético de los edificios, aunque ahora se está ampliando a todo el ciclo de vida de los materiales. Pero, realmente, la salud abarca todas las condiciones del diseño que impactan sobre el bienestar físico, mental y social de las personas y, al final, esos impactos también recaen sobre el medio ambiente.
Dicho esto, en estos momentos no se incide suficientemente sobre los criterios de diseño arquitectónico que impactan positivamente sobre la salud, aunque sí que está empezando a despertar una conciencia social en cómo materiales, mobiliario, tejidos, la forma de construir… nos está afectando sobre nuestra salud, pero todavía queda un largo recorrido.
Por un lado, tenemos evidencia, conocimiento y ejemplos de cómo construir atendiendo a criterios de salud, pero esta mirada no está generalizada y debe introducirse de manera coherente en la industria, la administración, el sector técnico y también como sensibilización social.
En este sentido, ¿se podría entender que el futuro de la construcción no solamente está formado por arquitectos, constructores y promotores, sino que podrían entrar otros agentes como médicos e investigadores?
Desde luego que sí. Por ponerte algunos ejemplos, recientemente he estado en la jornada de Planet Health Innovation y en un par de congresos en el Colegio de Médicos de Barcelona, donde principalmente asistían personas del sector sanitario, pero a las que también acudimos algunos arquitectos, ya que cada vez desde los dos sectores se empiezan a establecer lazos de unión. Con esta intención, recientemente, formo parte de la junta de la Sociedad Catalana de Salud Ambiental, en la que estoy rodeada de mujeres (sí, la mayor parte de las integrantes son mujeres) del sector de la salud (médicos, investigadoras, biólogas...) y lo curioso es que ven la arquitectura como una gran estrategia de prevención en salud. Por lo tanto, creo que hemos de empezar a romper esos tópicos y entender las profesiones de forma más transversal, porque también hay que contar con economistas, juristas… Nos falta esta cultura transversal que ahora es más necesaria que nunca.
En el sector de la rehabilitación, que es donde realmente hay un parque inmobiliario importante en nuestro país, es donde se debería incidir más en términos de salud y sostenibilidad. Bajo su punto de vista, ¿cuáles serían las áreas de actuación para tener una vivienda más saludable?
Aquí se abre un importante debate. Por un lado, está la necesidad de rehabilitar el parque inmobiliario existente, no solo desde un punto de vista de eficiencia energética. Es verdad que la reducción del consumo energético es una parte importante de la ecuación, pero se tendría que entender desde el concepto de la salubridad, que le da más amplitud. Ahí sí que se requiere una buena diagnosis del edificio que realmente defina cuáles son las deficiencias más graves que tiene y, probablemente, lo más importante no es ponerle un SATE o cambiarle las ventanas porque podría empeorar aspectos de calidad ambiental interior.
La diagnosis en rehabilitación es clave. Quizá estamos fallando en no consumir todos los fondos Next Generation, pero si introducimos beneficios en salud abriríamos la sensibilización a la necesidad de rehabilitar y podrían aumentar las intervenciones.
¿Cómo podemos mejorar? Hay muchos criterios en nuestras viviendas que manifiestan deficiencias, sobre todo en aspectos generales de salubridad por el uso de materiales tóxicos que están en contacto con el aire, de humedades, falta de ventilación o por determinadas tipologías edificatorias que han quedado obsoletas. Pero también se manifiesta en aspectos sociales como la accesibilidad. Es cierto que tenemos las ITE, pero no es suficiente. Con los coches, todas las personas asumen que de manera periódica han de pasar por la ITV. Con los edificios no acaba de arraigar esa cultura de velar por su mantenimiento entendiendo que nos reporta beneficios en bienestar y salud; quizás porque tenemos muchas presiones sociales con la separación horizontal, con la comunidad de propietarios... y esto conlleva a conflictos sociales. En general, muchas personas están desvinculadas del cuidado de su entorno físico: no saben cuándo y cómo deben ventilar, qué características de bombillas deben comprar para distintos usos... sin ser conscientes que esta decisión puede incidir directamente sobre su salud, a nivel de sistema respiratorio, hormonal...
Surge otro dilema que es ¿de quién es competencia? ¿De los arquitectos? ¿De la administración? Yo diría que toda la cadena de valor del sector de la construcción puede aportar desde su labor en visibilizar la importancia que tienen los distintos criterios de diseño sobre la salud de las personas y, de esa manera, también la sociedad se empodera de cuidar su entorno construido.
¿Nos podría hacer una aproximación sobre qué materiales deberían estar ‘prohibidos’ en nuestros hogares?
Hay distintos materiales que ya sabemos que son tóxicos desde hace mucho tiempo y, aun así, los seguimos teniendo en muchos edificios, por ejemplo, el amianto. Está previsto en Cataluña la publicación de una ley para la retirada del amianto, impulsada por una directiva europea. Así que se están moviendo cosas en este sentido, pero el sector no siempre es consciente de su gran impacto. No solo con materiales como el amianto, sino con las tuberías o pinturas con presencia de plomo, materiales que generan altas concentraciones de compuestos orgánicos volátiles que las personas respiran o entran en contacto dérmico, provocando diversas patologías de salud. Otro de los temas de debate está en los plásticos, por un lado por ser derivados del petróleo y por otro por todos los aditivos que integran, ya que muchos de ellos son bioacumulativos y tienen capacidad disruptora endocrina. Cada vez se tienen más evidencias de su impacto sobre la salud y el medio ambiente. Desde Europa ya se está alertando sobre el uso de determinados plastificantes y retardantes de llama muy presentes en materiales sintéticos, por lo tanto es importante tomar conciencia e ir reduciendo su uso, o encontrar alternativas que no tengan esa toxicidad. Tampoco hemos de olvidar otros productos que no son materiales de construcción, pero empleamos en el día a día, como los productos de limpieza, ambientadores... que son fuentes de emisión de compuestos volátiles, pero también con otras muchas sustancias químicas. Muchas veces no somos del todo conscientes de la contaminación que se genera en los espacios interiores por el hecho de que es aparentemente imperceptible.
En este sentido, ¿podría comentar la dicotomía que existe actualmente entre la eficiencia energética y la certificación de edificios con la salud? Existe una cierta obsesión por mejorar la letra de eficiencia energética, sin atender que puede perjudicar nuestra salud, así que, ¿sostenibilidad y salubridad pueden entrar en conflicto?
No debería entrar en conflicto, pero una mirada unilateral de eficiencia energética sí que podría generar problemas. Es decir, supongamos que tenemos un edificio de viviendas de los años 50 que tiene una certificación energética muy mala y tiene una fachada norte con ventanas que no cierran del todo bien, que también generan problemas acústicos. Si propongo sustituir las carpinterías por unas más estancas y le añado un SATE de poliestireno (el más económico), aparentemente habré conseguido mejorar la eficiencia, pero tengo muchos números de que aparezcan problemas de condensación, debido a la falta de transpirabilidad del muro y a la pérdida de microventilación, repercutiendo negativamente en la calidad del aire interior. La presencia de humedades tiene un impacto sobre el sistema respiratorio e inmunológico, por lo tanto tendré que analizar diversas propuestas que mejoren la eficiencia del edificio, pero que mejoren (o no emperoren) la calidad del ambiente interior. ¿Cuáles pueden ser algunas de esas estrategias? Pues analizando bien la física de la construcción, eligiendo sistemas de aislamiento térmico abiertos a la difusión de vapor de agua, o trabajando a través de la inercia térmica (no todo es aislar). La inercia térmica es un factor a tener muy en cuenta en una gran parte del territorio. Y esa es otra clave: las soluciones no pueden ser globales, sino que se debe analizar caso por caso. De ahí la necesidad de hacer una buena diagnosis del edificio, permitiendo entender cómo funciona y establecer mejoras que incorporen beneficios en sostenibilidad, bienestar y salud.
¿La profesión está preparada? Porque nos basamos en normas comunitarias en las cuales existe una serie de especificaciones y no sé si el profesional está preparado o tiene la pedagogía suficiente para valorar caso particular en particular.
Es cierto que la rehabilitación siempre ha sido un patito feo y que incluso en las escuelas de arquitectura no siempre ha existido una buena sensibilización ni ha sido la temática principal a nivel formativo básico (aunque afortunadamente va cambiando).
Sí que es cierto que a nivel profesional existe esa especialización y yo no creo que haya falta de conocimiento. Lo que sí encuentro es que los técnicos, y hablo en general, estamos un poco agotados del exceso de burocracia y de sumatorio de normativas. Muchas veces la dificultad en un proyecto no es de diseño o técnica, sino es el enfrentamiento a cada vez más justificaciones burocráticas con ayuntamientos y distintas administraciones reguladoras. Conseguir una licencia de rehabilitación es una carrera de obstáculos y el proceso quita muchísima energía. Todo este tiempo invertido en papeleo se podría invertir en reflexionar e investigar sobre qué necesita cada edificio. Encuentro que la vía legal en la que se tienen que justificar las cosas es demasiado compleja y, a la vez, limitante.
También está la dificultad cuando se quieren conseguir fondos Next Generation, pero al final hay que destinar muchas horas a un proyecto, así que creo que en general la profesión puede estar preparada, porque realmente a nivel formativo básico nos hayan enseñado a resolver problemas complejos.
¿Los nuevos sistemas constructivos pueden alinearse con la salud arquitectónica?
Últimamente la industrialización se vende como un objetivo, aunque creo que es un medio por el cual poder conseguir mayor calidad, agilizar procesos, pero no necesariamente indica que el producto final sea mejor o peor. Así que es una parte del control de procesos, pero tiene que haber una reflexión en paralelo de qué es lo que estoy construyendo. Es decir, cuál es el resultado final. Por supuesto se puede mejorar en temas de salud industrializando, pero tiene que haber esta lectura en el proceso, porque la industrialización ahora mismo puede que solo cumpla la parte de sostenibilidad. Por ejemplo, un edificio industrializado que esté lleno de plástico hay que valorar si es la mejor solución, igual que el análisis de una estructura metálica o de hormigón armado. No quiero estigmatizar, pero hay que estudiar cada caso en particular por situación geográfica, materiales empleados…
La bioconstrucción y otras tendencias reflejan que diversos sistemas constructivos del pasado facilitaban mejor calidad arquitectónica. No hay que entenderlo desde un punto de vista romántico ni ser negacionistas de la tecnología, ni de las nuevas oportunidades existentes en el sector, pero sí hay que repensar qué estamos haciendo y ofrecer soluciones que sean óptimas en la mayor integración de objetivos. En bioconstrucción también hay I+D+i y puede haberlo mucho más. Por ejemplo, ahora hay algunos sistemas prefabricados en tierra que antes eran manuales, se innova con fibras vegetales… así que la industrialización debería ir de la mano de la bioarquitectura, para realmente dar respuesta a los todos los retos a los que nos enfrentamos.
En bioarquitectura la madera tiene una incidencia tanto en nueva construcción como en proyectos de rehabilitación. ¿Qué opinión le merece?
La madera es un sistema constructivo y un material maravilloso, pero que tiene sus limitaciones como cualquier otro material natural, así que tenemos que entender su naturaleza. Ahora parece que la madera se ha puesto de moda porque es más sostenible y se ven proyectos que tal cual cambian un sistema constructivo de hormigón armado por uno de madera, construyendo de la misma manera. Esto no es entender cómo se construye con madera, porque yo no puedo cambiar simplemente a nivel de cálculo un material por otro. No funciona así. Yo tengo que entender la madera y sus propiedades para diseñar pensando en qué y cómo lo voy a usar, conociendo sus limitaciones físicas y demás. Esto no lo hemos valorado y ponemos a la madera como respuesta a muchos de los retos que tenemos y esta mirada es un despropósito. Además de atender a su propia naturaleza, hay que evaluar el resto de materiales que forman parte del sistema constructivo y cómo funciona el diseño global.
En vuestro caso, el camino a seguir es a nivel pedagógico e informar a la sociedad de cuáles son los riesgos que ahora mismo la arquitectura y el empleo de determinados materiales, tanto en la construcción como en la decoración e incluso en la limpieza, pueden afectar a nuestra salud.
En mi caso particular, desde hace un tiempo elegí dejar los proyectos propios para dedicar el despacho al asesoramiento en arquitectura sana. Es decir, asesoramos tanto a otros arquitectos para introducir estos criterios en sus proyectos, como a constructoras o promotoras que quieren que en su ADN también se aprecie este cambio. Pero insisto en que debe haber una coherencia y no de golpe ser sostenible o saludable, entendiendo la lógica de las cosas para que pueda llegar más profundamente este cambio. También colaboramos con fabricantes de materiales que necesitan entender mejor su material y ver hacia dónde podrían evolucionar. También hay una parte de sensibilización, de divulgación y de docencia, porque también dirijo el Posgrado de Arquitectura Saludable y Bioconstrucción en la Escuela Sert, soy tutora del Máster en Construcción del Instituto Español de Bioconstrucción y también participo en otras formaciones, sobre todo a nivel de máster y posgrado, para introducir estas variables de salud. A nivel de grado es muy difícil porque los planes de estudios en estos momentos no lo consideran, aunque estamos ahí peleando. Y con el Colegio de Arquitectos de Cataluña también colaboro de forma estrecha para visibilizar, ya que hay una parte del colectivo, de los propios arquitectos, que tenemos esta sensibilidad y estos conocimientos que la arquitectura es una herramienta de salud pública.
¿A nivel europeo estáis trabajando para que estos factores de salud también se incluyan en las prescripciones de construcción comunitarias?
Precisamente desde AUS Agrupación de Arquitectura y Sostenibilidad del Colegio de Arquitectos de Cataluña) hace ya unos años que trabajamos de manera muy activa en sensibilizar a los arquitectos sobre este gran cambio que va a venir con la transposición de la EPBD. Por este motivo, llevamos a cabo distintas jornadas sobre este proceso de descarbonización y actuamos de lobby como vertebrador entre el cambio normativo que va a suceder y también tiene que ser el momento de poder reflexionar sobre algunos aspectos de nuestro propio Código Técnico que no acaban de encajar. Mi aportación a la junta precisamente es de la introducir todas estas variables sobre los impactos en salud en este cambio de paradigma.
En este movimiento no estáis solos, no sé si existe interacción con otras organizaciones afines tanto a nivel nacional como internacional.
En otros países van por adelantado, pero podemos tomarlo como ejemplo y para introducir algunos de estos criterios de salud que estamos comentando. De hecho, en la página web de AUS hay un apartado donde están las distintas publicaciones que precisamente presentamos hace unos meses, donde estaba expuesto, por ejemplo, estas hojas de ruta europeas o las del sector industrial. A nivel de España intentamos hacer palanca entre administraciones y el sector privado. Estamos también colaborando con el ITEC, para implementa una herramienta que ayude a visibilizar las emisiones de CO2 de los proyectos a través del proceso de visado. Con todos estos agentes de cambio se pretende remar en la misma dirección.
De este modo, también se focaliza en que muchos parámetros del Código Técnico van en contra de la salud y que hay que apostar por conseguir pequeños logros en los hogares a nivel particular.
Al final, los cambios vienen de todos lados y si tenemos que esperar a que la administración haga el cambio llegaremos tarde. Todo lo que dependa desde el punto de vista técnico ya lo intentamos mover para sensibilizar, para divulgar, pero el mayor cambio debe venir de la sociedad. Un ejemplo, el año pasado publiqué un documento promovido por la Cámara de la Propiedad Urbana de Barcelona que tiene la finalidad de sensibilizar a los usuarios, propietarios y gestores de edificios en la rehabilitación, no solamente basada a nivel energético, sino también bajo variables de salud, para intentar aproximar ese valor que tiene la rehabilitación y para que vieran su repercusión. Así que existen otras entidades que también intentan sensibilizar, aunque es muy difícil llegar a la población. Como ocurre con la alimentación, donde se han hecho importantes cambios para informar a la sociedad como la declaración de ingredientes; en arquitectura esto todavía no sucede. Hay gente que se cuida, que hace deporte, que come de forma saludable, pero después va casa y no se ha ventilado correctamente, se llevan pautas de vida que deterioran el ambiente interior… Necesitamos líderes de opinión que lleguen al gran público.
Y con todo lo comentado, también influyen factores externos para, por ejemplo, mejorar la accesibilidad, ya que incide en el estado psicológico de personas con movilidad reducida.
Efectivamente, una capa de la arquitectura saludable es la decisión de materiales y sistemas constructivos que propician un buen bioclima y ambiente interior. Factores lumínicos, acústicos, instalaciones… todos los procesos de diseño importan. Pero también hay que valorar aspectos cognitivos, perceptivos y sociales. Diversos factores de diseño pueden influir en nuestro estado de ánimo, por eso estos aspectos piscosicales también deben tenerse en cuenta. La accesibilidad, inclusión, biofilia, género, equidad, neuroarquitectura y otros campos de conocimiento se incluyen dentro de la arquitectura saludable como capas a tener en cuenta. Cada proyecto necesitará más de una u otras, por eso debemos tener una mirada muy amplia de todos los factores que inciden sobre el bienestar y salud, para poder trabajar de manera coherente y realista con ellos.