La hondura del mar, la viveza de la arena y la generosidad del fuego. Esos fueron los tres dones que recibió Carmen cuando nació en el barrio barcelonés del Somorrostro. ¡Y vaya que los utilizó! Los mezcló y con ellos hizo magia.
Carmen Amaya, la pequeña gitana, empezó a bailar flamenco descalza en la playa, frente al mar Mediterráneo. Su sueño era acompañar a su padre que tocaba la guitarra en todos los cafés y teatros de Barcelona. Un día, por fin, lo hizo, y ese día toda su vida cambió.
Y es que la magia del mar, de la arena y del fuego hacía mover sus pies con un ímpetu y una belleza que nunca se habían visto. Carmen Amaya zapateaba como nadie lo había hecho.
Sedujo a toda España. Cautivó a todo el continente americano, desde Argentina hasta los Estados Unidos: ¡hasta el mismísimo Presidente Roosevelt quiso verla bailar! Con menos de 30 años, Carmen se convirtió en una estrella mundial del flamenco.
Bailó y viajó a lo largo de toda su vida, con el mar en el corazón. Gracias a su empeño y su talento, hizo del flamenco un arte reconocido en el mundo entero, que hoy en día seguimos disfrutando con mucha emoción. ¡Tacatá!