Entrevista a Mariona Lozano y Alícia Adserà, autoras del estudio ¿Por qué las mujeres no tienen los hijos que dicen querer tener?, del Observatorio Social de la Fundación La Caixa
¿Cómo valoran la evolución de la natalidad en los últimos años?
En 1991, España fue, junto a Italia, el primer país del mundo en registrar una fecundidad por debajo de los 1,3 hijos por mujer. Tres décadas más tarde, la fecundidad sigue por debajo de este umbral. Según las estimaciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), la fecundidad registrada en 2019 fue de 1,23 hijos para todas las mujeres y de 1,17 para las nacidas en España. Por cohorte de nacimiento, ninguna generación de mujeres nacida en España desde 1960 ha alcanzado los 1,4 hijos por mujer al cumplir los 40 años. La edad media en la que las mujeres españolas tienen su primer hijo se sitúa alrededor de los 32 años, la más alta de la OECD junto con Italia. A pesar de estas cifras, que sitúan a España como uno de los países más envejecidos del mundo (Naciones Unidas, 2019), las causas de su baja fecundidad han sido poco estudiadas debido, principalmente, a la escasez de datos.
¿Cuáles son los principales motivos del descenso de la natalidad?
Por un lado, los avances en el ámbito educativo y laboral de la mujer en España son incuestionables. La proporción de mujeres jóvenes con estudios universitarios supera a la de los hombres de la misma franja de edad y la participación de las mujeres en el mercado laboral ha crecido. Sin embargo, en el ámbito doméstico, la brecha de género en la dedicación a las tareas reproductivas es mayor en España que en otros países de la Europa occidental, especialmente respecto a los países escandinavos. Los hombres españoles dedican dos horas menos a las tareas domésticas que las mujeres. La diferencia aumenta hasta las tres horas en las parejas con hijos. En países como Suecia o Noruega, la diferencia es de una hora.
La baja fecundidad en España es coherente por tanto con el avance de las mujeres en la esfera productiva y estancamiento de los hombres en la reproductiva. Esta situación, y tal como han demostrado múltiples trabajos de académicos y expertos, se combina con una serie de razones materiales que también dificultan la transición a la maternidad (ej. desempleo -especialmente juvenil-, acceso a la vivienda, precariedad laboral...) y que predominan sobre todas las demás razones.
España, junto a Italia, es el país europeo con la tasa de fecundidad más baja y las mujeres tienen su primer hijo a edades más tardías. ¿A qué es debido?
A las parejas españolas les resulta difícil lograr que todo esté encauzado antes de tener descendencia. Los motivos por los que no se tiene el número de hijos que se desea varían según la edad, pero los que encabezan la lista son la coyuntura económica y el inicio tardío de la convivencia en pareja. La imposibilidad de establecerse de manera independiente fuera del hogar de los padres dificulta la planificación a largo plazo de los jóvenes.
¿Cómo se podría revertir esta situación?
En cuanto a sus preferencias reproductivas, España no es un país distinto al de resto de países de Europa. Las parejas españolas dicen querer tener alrededor de dos hijos, de igual manera que pasa en otros países europeos. Sin embargo, la sociedad española no aprovecha todo su potencial reproductivo. Los jóvenes se emancipan tardíamente de sus padres, la vida en pareja se inicia también tarde y esto acorta el tiempo que los jóvenes tienen para alcanzar sus deseos reproductivos. La precariedad laboral, el desempleo y la incertidumbre económica limitan la capacidad de estos jóvenes españoles para emanciparse. Sin políticas públicas de promoción a la emancipación y de inserción laboral de los jóvenes o, en su defecto, sin un mercado laboral dinámico, sin desempleo y con buenos salarios, los jóvenes españoles no alcanzan a edades tempranas la seguridad necesaria para tener los hijos que desean. La transición a la vida en pareja también se ve afectada por las condiciones precarias de los jóvenes. Al empezar a tener hijos a edades tardías, los problemas para concebir se incrementan de manera muy rápida ya a partir de mediados de los 30 años.
¿Cuáles considera que son los principales factores que provocan una mayor brecha entre la fecundidad deseada y la lograda?
Una circunstancia que determina directamente la baja fecundidad es un alto porcentaje de mujeres sin hijos. En España, aproximadamente el 19% de las mujeres de más de 45 años no tienen hijos. El porcentaje está por encima de la media europea, pero por debajo de los de países como Italia, el Reino Unido y los Países Bajos, que se acercan más al 20%. El resto de los factores mediadores de la brecha apuntan directamente a lo que se tarda en alcanzar la estabilidad en distintas esferas de la vida: marcharse del domicilio de los padres, encontrar un empleo estable y formar una pareja estable. Estos obstáculos a los que se enfrentan las mujeres acaban teniendo como consecuencia una menor fecundidad, que obedece en parte a que, con el retraso de la maternidad, disminuyen tanto la fecundidad como el tiempo que les queda a las mujeres para concebir un hijo.
¿Cómo se podría mejorar la natalidad con políticas desde el Gobierno?
La frustración de los proyectos reproductivos de las españolas y los españoles no puede entenderse sin la falta de apoyo real a la conciliación de la vida familiar y laboral, sin un decidido apoyo a la promoción de jóvenes y mujeres, y con una política en general basada en la extensión de la desregularización y la inseguridad. El desempleo, el trabajo precario, el acceso a la vivienda, la consolidación laboral, las largas jornadas, los bajos salarios y las escasas políticas públicas no ayudan a la reproducción. Si a todo esto le añadimos que la mayor parte del coste de la reproducción recae sobre las mujeres, la infecundidad está servida.
Mirando al exterior, ¿qué países considera que implementan una buena política de mejora de la natalidad?
En comparación con otros países de Europa, en España el apoyo a los adultos jóvenes con hijos es limitado. Por ejemplo, en el 2015, los países nórdicos y Francia gastaron el doble que España en prestaciones familiares (en porcentaje del PIB) a través del sector público. Además, los horarios laborales en España suelen implicar pasar muchas horas en el lugar de trabajo, en momentos en que los niños están en casa. Asimismo, en países nórdicos, muchas mujeres acceden al empleo a través del sector público que ofrece seguridad laboral y bajas de maternidad generosas, aunque con salarios más bajos que en el sector privado y con carreras laborales de promoción más limitada.
La proporción de empresas españolas que ofrecen políticas de conciliación familiar, es decir, la posibilidad de acumular horas para obtener días libres (jornadas completas o medias jornadas) y modificar el inicio y el final de la jornada laboral, está entre las más bajas de la Unión Europea y muy por debajo de la media del 50%. Mientras que en países como Dinamarca, Austria y Suecia más del 75% de las empresas privadas ofrecen conciliación, en España solo lo hacen aproximadamente el 35%. Esta circunstancia probablemente guarda relación con la estructura de la economía española, con una gran proporción de pequeñas empresas que no tienen capacidad económica suficiente para ofrecer ese tipo de ayudas.
No queremos defender políticas de natalidad, sino promover las condiciones materiales que posibiliten a las parejas tener el número de hijos deseados.
¿Cuáles son y serán las principales consecuencias del descenso de la natalidad para la sociedad en general?
Sabemos que no existe una actitud contraria a tener hijos y que más bien el retraso obedece a la dificultad de reunir las condiciones familiares y materiales que hagan viable la maternidad. Una dificultad que obliga a retrasar la decisión hacia unas edades en las que la fertilidad entra en rendimientos decrecientes, truncando los proyectos reproductivos de mujeres y hombres.
En unas generaciones cada vez más longevas, el tiempo destinado a la reproducción se estrecha, compitiendo además con el tiempo caracterizado por el afianzamiento de las carreras profesionales.
La demografía española actual (baja natalidad + alta esperanza de vida + llegada a la jubilación de las generaciones del baby boom español) no es muy buena para sostener un sistema de pensiones de reparto como el que tenemos. Los sistemas de bienestar, en su forma actual, están sustentados en estructuras demográficas de tipo piramidal donde hay una base fuerte de población activa que sustenta la población dependiente. Actualmente, esta pirámide tiene forma romboide, más que de pirámide. Los números del INE nos dicen que, si ahora tenemos una tasa de dependencia de alrededor del 35%, es decir que cada pensionista está sostenido por tres trabajadores y medio, hacia 2050 esto puede llegar a ser incluso del 60%. A mediados de siglo tendremos menos de dos trabajadores por pensionista y esto hace muy difícil que mantengamos las pensiones a los niveles que están actualmente.
Ante el panorama actual, no podemos decir que el Estado del Bienestar está en peligro en el sentido que desaparezca, pero con toda seguridad habrá un cambio (en financiación y en beneficios) y el sistema del futuro será muy distinto a como lo conocemos ahora. También es importante entender cómo hemos llegado aquí. España es un país muy particular respecto su demografía, porque tiene una de las esperanzas de vida más altas del mundo, y una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo. Obviamente, esto ha sido un proceso que no se ha dado de la noche a la mañana, hace al menos 30 años que la fecundidad es muy baja, y sin embargo no parece haber alarmado mucho a nuestros políticos mientras teníamos una gran masa de trabajadores de las generaciones del baby boom insertados en el mercado laboral. Es ahora, cuando estas generaciones más llenas están jubilándose que nos planteamos el problema, cuando era evidente que íbamos en esta dirección.
Finalmente, es importante señalar que el problema no es tanto la falta de trabajadores, como la baja productividad del sistema económico español. España tiene un mercado laboral que está muy sesgado hacia sectores de baja productividad y poco valor añadido, como el caso de la construcción, y hay muy poca inversión en I+D. Actualmente, tenemos las generaciones jóvenes más formadas de la historia, pero son generaciones que han sufrido la crisis de 2008, donde el paro juvenil llegó hasta el 50%, y ahora la crisis causada por las restricciones de la pandemia. Además, estos jóvenes tienen un mercado laboral muy temporal, y salarios muy bajos, con lo que sus contribuciones son muy bajas también. Con lo cual, es cierto que la demografía no resulta muy buena para sostener el sistema de pensiones actuales, pero no es la culpable, sino que la falta de acción política y las condiciones estructurales del mercado de trabajo español agravan mayormente el problema.
Asimismo, el cambio de la composición de la población también conllevará cambios en las necesidades de atender a gente más mayor, tal vez facilitando la extensión de la vida laboral y en general su contribución a la sociedad de manera completa.
¿Desean añadir algún comentario más?
La baja natalidad no es el problema. El mantenimiento del estado de bienestar se puede lograr con más productividad, inmigración y/o vidas laborales más largas. El problema es la brecha entre la fecundidad deseada y la fecundidad observada, porque apunta a un déficit de bienestar individual y social.
Como sociedad, deberíamos plantearnos la asignación de recursos en nuestras vidas e incorporar la crianza de los hijos en las primeras edades como un pilar más del Estado de Bienestar, sabiendo, como sabemos, que nos enfrentamos a la creciente frustración de los proyectos reproductivos de una parte considerable de la ciudadanía. El ajuste de los proyectos reproductivos y de las exigencias profesionales de hombres y mujeres se ha convertido en la cuadratura del círculo de nuestras sociedades. La transición familiar basada en la asunción de valores de género igualitarios necesita del apoyo institucional. Nos hemos acostumbrado a cargar en las espaldas de las mujeres y de las jóvenes generaciones las responsabilidades de la reproducción, apremiándolas con el conocido reloj biológico y, sin embargo, ese minutero marca las horas de nuestra sociedad en su conjunto y mide, nada más y nada menos, que la distancia que nos separa de una sociedad más justa e igualitaria, de la que todos somos responsables. Empezando por nuestras instituciones. La Demografía tiene mucho que decir sobre este proceso que condiciona vidas privadas y evoluciones colectivas que nos empujan a decisiones públicas, pero para poder responder a este reto es necesaria la voluntad institucional de producir más y mejores datos sobre la infecundidad en España.