Un directivo eficaz
La frase “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” ya no tiene vigencia aplicada al directivo actual, pues son muchos los que están formando equipo a su lado y le observan constantemente.
"La Columna" de Francisco Ponce de Horticultura Internacional - 46, noviembre 2004.
La frase “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” ya no tiene vigencia aplicada al directivo actual, pues son muchos los que están formando equipo a su lado y le observan constantemente.
Si quiere ser líder, un avezado director sabe cuán importante es compartir sus experiencias, hablar con entusiasmo de la trayectoria acumulada, contar cómo resolvió aquel asunto difícil... Cuando narra sus estrategias reviste sus palabras de intensa pasión y cierto romanticismo. En alguna oportunidad se permite un punto de exageración, pero sin incurrir jamás en una vanidad ridícula.
Su mente debe ser libre para poder volar por los cielos de la creatividad, pero a su vez estar comprometida con los objetivos, duros y realistas, la mayoría de las veces.
Está obligado a dar ejemplo con su manera de hacer. En su camino, libremente escogido, debe, entre otras cosas, levantarse a horas que no le gustan, viajar constantemente a cualquier lugar que se precise para conocer la realidad del mercado, la situación y movimientos de la competencia, las necesidades del utilizador final, hablar con gente que le expondrá quejas, escucharlos con espíritu receptivo, solucionar las dificultades y cuando éstas se resuelvan, comunicarlo a los interesados agradeciendo las observaciones recibidas.
Tiene que cocer en el horno diversos ingredientes: intereses de empresa, justicia con los empleados, calidad de productos, trato honesto con los clientes y proveedores, toda la sutileza del mundo (sin recurrir al engaño)... para sacar ese apetecido pastel de los buenos resultados.
Puede que algún pastel no salga totalmente de su agrado, pero una trayectoria no se mide por un solo pastel, sino por el resultado de muchas hornadas.
La comunicación siempre ha de ser abierta, sin secretismos, pues si defiende sus ideas públicamente, tendrá, necesariamente, que esforzarse para actuar de acuerdo con ellas.
Es posible que actitudes así despierten entre algún mediocre lo que Julián Marías llamaba “rencor ante la excelencia”. Pero estoy seguro que esta forma de ser y vivir merece la pena.