La táctica de 'mosquear'
Existe un espécimen pululando con importante implantación entre los ejecutivos de grandes empresas, que ignoro si ha sido ya catalogado debidamente en algún glosario. Su peculiaridad más llamativa consiste en poner en práctica la táctica del “mosqueo”... cuando ello conviene a sus intereses.
"La Columna" de Francisco Ponce de Horticultura - 180, octubre 2004.
Existe un espécimen pululando con importante implantación entre los ejecutivos de grandes empresas, que ignoro si ha sido ya catalogado debidamente en algún glosario. Su peculiaridad más llamativa consiste en poner en práctica la táctica del “mosqueo”... cuando ello conviene a sus intereses. Suelen ser personas envueltas en un halo de aparente actividad y su hábitat predilecto es estar siempre reunido.
Cuando uno intenta ponerse en contacto con ellos, las secretarias –siguiendo las instrucciones de sus jefes- dice que están muy ocupados y te piden tu teléfono, el asunto a tratar y se despiden con un “no se preocupe: en breve le llamará”.
Pero aquí comienza el problema, pues la llamada sobre el tema planteado no llega. Entonces efectúas un segundo, un tercer intento..., con idéntico resultado.
El individuo, deliberadamente, pretende que te irrites y abandones. Está convencido de que tarde o temprano, por mucho control que uno tenga, terminarás por entrar en su terreno, perderás los papeles e inexorablemente te pondrás a su mismo nivel, convirtiéndote por unos instantes en un tipo explosivo e insultante. Si esto llega a suceder, el “mosqueador” rebosa de gozo al escuchar el tono de cabreo y desesperación de su oponente y sabe de inmediato que estas perdiendo autoridad moral para echarle en cara su falta de educación y ética profesional.
¿Cómo actuar ante esto? Con inteligencia, con calma, no entrando jamás en su juego y perseverando en nuestro propósito por encima de sus despóticas formas. No existe mejor respuesta que una insistente media sonrisa y tener clara la idea de que un excelente antídoto contra su conducta no es otro que el hecho de que el sujeto en cuestión detecte que su impertinente desprecio no te alcanza porque tu estás por encima de él, en una dimensión ética más elevada.
Nuestra conclusión final sería: insistir, no desesperar, que su actitud no te lleve a abandonar el objetivo que en un determinado momento originó la primera llamada. Luego esperar - aunque presumo que es mucho esperar- que elementos de tan escaso calado moral se den cuenta en algún momento de su estupidez y rectifiquen a mejor conducta.