Mercado Central
En los modernos e impersonales supermercados experimentamos el contrasentido de la soledad en multitud. Afortunadamente aun existen mercados centrales antiguos, como el clásico de Valencia, inaugurado por Alfonso XIII en 1928.
"La Columna" de Francisco Ponce de Horticultura-167, marzo 2003.
Cada día hay mas supermercados, grandes e impersonales, a los que acudimos ávidos de llenar el carro de la compra. A buen seguro pagaremos con una tarjeta de vivos colores, que además nos parece mágica; hasta primeros de mes que es cuando se revela y aguijonea en nuestra cuenta corriente, haciéndonos un "roto" nada "corriente". Por otro lado, en estos establecimientos, uno piensa en el contrasentido de la soledad en multitud, ¡tanta gente junta que se ignora entre sí!
En muchas ciudades, afortunadamente, aún existen los mercados centrales, y el de Valencia es un clásico. De origen árabe, fue inaugurado con su actual imagen a principios del año 1928 por el rey Alfonso XIII, y construido por D. Alejandro Soler March y Francisco Guardia Vidal.
Visitar este histórico centro mercantil es sumergirse en la explosión fecunda de los colores de las frutas y la verdura, un placer para la vista y para el gusto, y también un regalo para el olfato.
¿Qué quieres reina?, son voces que llaman al comprador desde los puuestos de hortalizas. Allí se muestra la tentación para la cocina y el buen comer. Pimientos, lechugas, calabacines, pepinos y sobre todo tomates se amontonan en desafiante pirámide ante el público.
Las paradas de las especias impregnan el ambiente con sus mercaderías de finos aromas que evocan exóticas costas y lejanos horizontes, de donde provienen el clavo y la canela, el pimentón de Murcia, el azafrán de la Mancha, el hinojo y la guindilla del Valle de Ayora entre otros muchos. En los palcos de embutidos, carnes y charcutería, con más de veinticinco variedades de quesos, los paladares más caprichosos se complacen. Los incondicionales de Neptuno tienen recinto independiente. El pescado y el marisco lucen su brillante color sobre el lecho de hielo picado con un sutil toque en ramilletes de perejil esparcido.
El mercado central, es un lugar de encuentro con el pueblo, donde todavía se utilizan rituales y costumbres. La comunicación es espontánea, fluida y animada, se habla del tiempo, acontecimientos o vivencias personales, con afabilidad y total naturalidad. Los productos no los regalan, ¡claro está!, pero como pagas al día, el susto es menor.
De verdad, si pasan por Valencia, piérdanse una mañana por las galerías y calles de este emblemático edificio, para sentir el pálpito del mercado central, ¡se lo recomiendo!