La lengua y el lenguaje
Existe un abismo entre el lenguaje de quienes analizan lo que dicen y el de las personas que se enfrentan a la realidad, utilizando como único bagaje de expresión el cosechado en la escuela de la vida.
"La Columna" de Francisco Ponce de Horticultura - 169, junio 2003.
Este podría haber sido un titular diferente. Pongo por caso que hubiese sido solo: La Lengua. Estoy bastante seguro que hubiera suscitado interpretaciones del concepto pícaras o con doble intención, asegurándome criticas y algún posible reconocimiento sobre la audacia. Todo esto viene a cuento como introducción al comentario sobre algunas formas de expresión.
Una vez escuché discutir a una pareja, él profesor de universidad, ella licenciada en derecho. Él le reprochaba a ella: Siempre piensas y actúas como mujer y eso te limita. Y ella a él: eres un egoísta, me quieres porque me necesitas. Por aquel entonces, pensé que los dos tenían razón. Ahora que ninguno, ¡Absurda retórica!, ¿Cómo iba a actuar ella como un camionero búlgaro?
En cuanto al querer, el amor no es algo solo metafísico y eterno, y para nada ajeno al día a día, con sus atenciones y conductas. Amamos a las personas porque las necesitamos y necesitamos a las personas que amamos.
Existe un abismo entre el lenguaje de quienes analizan lo que dicen y el de las personas que se enfrentan a la realidad, utilizando como único bagaje de expresión el cosechado en la escuela de la vida. No hace mucho, sentado ante la televisión, presencié a una psicóloga, muy fina, preguntando en un coloquio a una experimentada cuarentona: "En su relación interpersonal, su compañero ¿respetaba su identidad? ¿Satisfacía su sexualidad?" La valiente mujer respondió: "No, durante cuatro años no probé "el chorizo" ¿me entiende usted?" La psicóloga ni sonrió, su delicada estructura verbal se derrumbó hecha añicos. Preguntaba por identidades y relaciones amorosas y le respondían con embutidos. Fue una especie de combate apasionante. El lenguaje más técnico y sofisticado, frente al más callejero y socarrón.
Uno sabe que es de derecho decir o escribir lo que se piensa, utilizando el lenguaje que prefiera, pero en ocasiones, una incontinencia en la palabrería produce un efecto no deseado. En mi opinión, las palabras deben meditarse, porque una vez manifestadas y sacadas de la nada, donde habitan, ya no hay manera de rescatarlas para el olvido. Esto es de gran valor y a tener muy en cuenta para nuestras relaciones profesionales, laborales hacia nuestros subalternos y con especial acento en las de amistad y familia.