Responsabilidad y responsabilidades

Es indignante que los dirigentes de los principales partidos políticos sigan tirándose los trastos a la cabeza anteponiendo sus mezquinos intereses electorales a los intereses de los ciudadanos a quienes supuestamente representan. Es indecente que en el Parlamento tengamos que asistir a debates políticos de vuelo gallináceo centrados en si hay que llamar rescate o línea de crédito preferencial al dinero que hemos tenido que pedir para tapar el agujero de la banca. Es inmoral que unos y otros, cuando están en la oposición, tengan como único objetivo dañar al adversario sin importarles el perjuicio que causan a la credibilidad, ya no de los políticos, sino de las propias instituciones democráticas ante los ciudadanos y ante el resto del mundo. Y, por otra parte, es ridículo que nuestros principales líderes empresariales elaboren informes triunfalistas sobre la salud de la economía española con el loable objetivo de elevar la moral, pero que causan puro sonrojo. Es la hora de la responsabilidad y no de las frivolidades.

Hace treinta y cinco años España atravesaba una crisis económica, distinta de la actual, pero también de enorme gravedad. La inflación anual había llegado a rebasar el 45%, el precio del petróleo pasó en un año de 1,63 a 14 dólares y, como hoy, el endeudamiento de las empresas adquiría proporciones alarmantes. En aquella tesitura, el 25 de octubre de 1977, todos los partidos políticos con representación parlamentaria, las organizaciones empresariales y algunos sindicatos, firmaron los llamados Pactos de la Moncloa, un conjunto de medidas de profundo calado que permitió a España salir de la crisis y consolidar la incipiente democracia. Aquellos, como estos, eran momentos de excepción y los dirigentes de entonces, desde Manuel Fraga a Santiago Carrillo, actuaron con la responsabilidad que el devenir de la historia les exigía. ¿Es mucho pedir a nuestros actuales dirigentes que actúen con el mismo sentido de Estado y altura de miras en estos momentos cruciales?

Los empresarios, particularmente los de empresas pequeñas y medianas, suelen acabar en la ruina cuando han tomado decisiones erróneas o no han sabido tomar las convenientes para sacar su empresa adelante. Y los ciudadanos de a pie, si no pueden devolver el crédito o pagar la hipoteca, son embargados sin miramientos. Incluso los políticos, hasta cierto punto, depuran su ineptitud o sus desaciertos en las urnas, aunque en algún país, como ha sido el caso de Islandia, un presidente ha sido llevado a los tribunales. Pero ¿qué pasa con los directivos de las cajas y bancos cuya imprudencia, cuya actitud negligente, cuya falta de previsión y de prevención, nos ha llevado hasta el desastre? ¿Es aceptable que todos ellos hayan podido salir de rositas y disfruten ahora de sus obscenas indemnizaciones, sin haber asumido responsabilidad alguna? Y, más allá de los banqueros, ¿qué hay de los grandes empresarios cuyos impagos han causado el enorme agujero de los bancos?, ¿quiénes son, cuánto deben, qué garantías se les exigieron, por qué no están en la ruina…?

España necesita una catarsis de moralidad que impida que una situación como la actual vuelva a producirse. Y eso pasa por exigir mucha mayor responsabilidad a nuestros dirigentes y llegar hasta el fondo en la depuración de las responsabilidades con quienes han sido los principales causantes del desastre financiero. Sólo a partir de entonces podremos empezar a salir de la crisis, que es económica pero también de valores éticos. Todo lo demás son parches.