INTRODUCCIÓN Los productos fitosanitarios siguen siendo la primera opción de los agricultores para proteger sus cultivos. Prueba de ello es que el uso mundial de estos productos casi se ha duplicado en los últimos 30 años (FAO, 2020), a pesar de los esfuerzos para su reducción implementados en Europa hace ya unos años. Su uso varía en función de la región y el cultivo. Un ejemplo claro lo tenemos en el viñedo en Europa, donde el uso medio de productos fitosanitarios se estima en unos 12-14 kg/ ha. Los viñedos se encuentran entre los cultivos europeos que más productos emplean para su control fitosanitario, y muy especialmente para el control de las enfermedades fúngicas (Chen et al., 2022). Sin embargo, las aplicaciones de productos fitosanitarios pueden tener un impacto significativo en la contaminación ambiental, la seguridad de los operadores y el balance económico de la explotación. Definitivamente, los tratamientos fitosanitarios tradicionales pueden realizarse de forma más eficiente para alcanzar sus objetivos, sin afectar al entorno. Reducir las pérdidas fuera del objetivo a tratar manteniendo al mismo tiempo el control de plagas y enfermedades en árboles frutales y viñedos es un desafío clave en la agricultura europea. Independientemente de las últimas decisiones políticas europeas, el espíritu de la Estrategia 'De la granja a la mesa' del Pacto Verde Europeo (CE, 2019 y 2020) enfatiza la importancia de abordar estas cuestiones, lo que justifica los esfuerzos en investigación, teniendo en cuenta que los agricultores siempre se beneficiarán si pueden reducir las pérdidas de producto manteniendo el control biológico sobre plagas y enfermedades. Por consiguiente, es una oportunidad de mejora del sector que no se debe desaprovechar. El proceso de aplicación de fitosanitarios en cultivos como los frutales y la viña, los llamados cultivos leñosos o '3D', comporta una serie de factores o elementos que lo hacen ciertamente complejo (Grella et al., 2017). Esos factores se pueden dividir en dos grupos principales. El primero se refiere a la tecnología de pulverización, como el espectro de gotas (Campos et al., 2023), la dosis de aplicación (Gil y Escolà, 2009), la cantidad de aire utilizado (Salcedo et al., 2019) y las propiedades de la formulación de los propios productos (Salcedo et al., 2024). El segundo involucra la estructura de la vegetación, que afecta a la distribución del producto depositado. De hecho, las características de la vegetación determinan críticamente el volumen de caldo óptimo y la calidad de la pulverización. Tradicionalmente, la masa vegetal a tratar se ha considerado homogénea, lo que lleva a una aplicación uniforme de producto. Pero existe una variabilidad, en términos de tamaño y densidad de biomasa, que puede justificar un ajuste de las dosis en cada zona de la plantación. Cuanto más grande sea la masa foliar, mayores serán las posibilidades de retención de gotas, aunque por otro lado las partículas pulverizadas tienen más dificultad para penetrar en la copa. Las técnicas actuales para la determinación de la dosis óptima, como la medida de la pared (LWA, del inglés Leaf Wall Area) o el volumen de la masa vegetal a tratar (TRV, del inglés Tree Row Volume) (Gil et al., 2020), se suelen utilizar para aplicaciones de dosis constante, sin incluir las variaciones geométricas dentro de las filas o los espacios entre las vides. Los modos de pulverización variable (VRA, del inglés Variable Rate Application) pueden implementarse a partir de sensores embarcados para la lectura directa de la vegetación, o bien a partir de mapas de prescripción (Figura 1). Por un lado, se utilizan Figura 1. Dos modalidades de aplicación variable: utilización de sensores embarcados y aplicación en tiempo real (on-line) o aplicación en base a mapas de prescripción previos (off-line). AGRICULTURA DIGITAL 45
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