ENOLOGÍA impresionante entre destilaciones, valoraciones y medidas en los colorímetros, o espectrofotómetros en el mejor de los casos. Aquello era una compañía de danza ilustre, con los movimientos perfectamente aceitados, pero siempre al borde de una caída que estropeara la performance. Subirana venía de Francia con una premisa: automatizar los procesos en el laboratorio. No era el primero en pensarlo, pero sí fue de los primeros en adaptar una visión que tuvieron décadas antes varios científicos e ingenieros del mundo hospitalario. Es lo que hoy se conoce como innovación aplicada: trasladar los conocimientos de otra área a un nuevo nicho no relacionado directamente con el anterior. Así, en 1986 crea Tecnología Difusión Ibérica, más conocida por sus siglas: TDI. En aquellos momentos existía un debate entre los dos métodos de automatización más extendidos en laboratorios de hospitales alrededor del mundo. En 1959, Hans Baruch concibió en Estados Unidos el primer analizador químico automático discreto, el Robot Chemist. Un par de años antes, el Dr. Leonard Skeggs, sentó las bases del AutoAnalyzer, un analizador por flujo continuo que fue fabricado inicialmente por la compañía Technicon. Las diferencias entre uno y otro método radicaban fundamentalmente en cómo las muestras y los reactivos eran procesados y cómo la reacción química se llevaba a cabo. Los analizadores de flujo continuo se caracterizan porque la reacción química se lleva a cabo en la misma línea de conducción de muestras y reactivos, permitiendo por un lado la ejecución de diversas operaciones (mezcla, reacción, destilación, enfriamiento, calentamiento, separación por destilación y/o diálisis, etc.), pero limitando la velocidad de testeo a como máximo unas decenas de muestras a la hora. Presentaba varios inconvenientes para su aplicación masiva en bodegas, como: requerimiento de un amplio espacio en la mesada, problemas de fugas por la gran cantidad de circuitos necesarios, limitaciones a un reducido número de análisis ya que cada parámetro requería de un canal propio para la determinación, necesaria presencia del personal a cargo del equipo, etc. Pronto fue fácil darse cuenta que esta tecnología no sería adecuada para todas las bodegas, no sólo por su alto precio sino también por su poca adaptabilidad. Aún así, TDI fue pionera en la comercialización de estos equipos en enología durante los primeros 5-6 años de su historia. Sin embargo, en 1992 y a la vista de las dificultades encontradas, TDI comienza a investigar la posibilidad de utilizar los analizadores químicos discretos, también denominados secuenciales. En estos equipos, la reacción química entre muestras y reactivos se lleva a cabo en un sitio especialmente diseñado: la cubeta de reacción. En ella, se mezclan muestras y reactivos en la proporción necesaria y se dejan durante un cierto tiempo. De esta manera, la diversidad de parámetros a analizar viene limitada únicamente por el número de reactivos que es posible cargar en el analizador y la velocidad de muestreo depende del número de cubetas de reacción que tenga el equipo. Ya en 1994, TDI introduce al mercado español el primer analizador químico secuencial: el VPI. Con las limitaciones propias de la época permitió a los laboratorios de las bodegas realizar análisis rápidos, precisos y económicos sin que fuesen necesarias grandes inversiones. Posteriormente, vinieron otros analizadores como el Lisa 200 en 1995, el Enochem en 1997 pensado para bodegas medianas y el Jolly en 1999, un semiautomático pensado para las bodegas más pequeñas. Analizador Lisa 200. 33
RkJQdWJsaXNoZXIy Njg1MjYx