personal en algo que realmente me apasionaba y, efectivamente, continúa siendo una aventura año tras año. Me gusta que sea así, me esfuerzo en que mi proyecto no pierda un ápice de la incertidumbre natural de hacer vino”. Aunque su historia, hasta que emprendió el proyecto, no estaba relacionada con el vino, sí lo estaba con el campo: “Mi infancia proviene de las comarcas de la Segarra (Lleida) y Anoia (Barcelona), donde sus viñedos fueron devastados por la filoxera y la agricultura se reconvirtió al cereal. Recuerdo de niño ir a cosechar el trigo en una finca que llamábamos ‘La Vinya’ en recuerdo de lo que algún día fue. En mi casa había antiguos depósitos de cerámica donde hacía muchos años se había hecho vino y ya no servían para nada, pero su presencia era clara en el recuerdo de todos. Cuando en 1993 descubrí el Priorat, me encontré con una gente que había replantado algunas hectáreas de viña en una orografía mucho más dificultosa que la que yo había vivido. Eso me cautivó, y el hecho de que el Priorat, en ese momento, parecía parado en el tiempo, me llevó a revivir un ambiente que me recordaba a mi infancia. Conforme lo fui conociendo, el paisaje mágico y telúrico y, en algunos puntos, tan radical, me enganchó. Luego, evidentemente, estaban esos jóvenes viticultores luchando contra la adversidad, pero con una pasión que no había visto en ningún sitio. Ya no podía renunciar al Priorat”, explica. De esta forma, el primer proyecto de Josep Grau fue en 2003 en Capçanes, en el Montsant, comprando su primera viña “en la búsqueda de la Garnacha que a mí tanto me gustaba”. Atraído por el magnetismo del Priorat y con la vocación de hacer vinos de clase mundial, Grau adquirió en 2016 una casa del siglo XVII en Gratallops y seis hectáreas de viñas divididas en cuatro parcelas, con las que puso en marcha un nuevo proyecto para elaborar vinos fundamentados en la finura y la delicadeza, un estilo que es marca de la casa. Así, su bodega “empezó en la más absoluta modestia”, dice Grau, “y poco a poco ha ido desarrollándose con la misma filosofía del primer día: respeto máximo por la uva que procede de nuestras parcelas, pero con el aprendizaje que he ido adquiriendo año tras año”, añade. LA GARNACHA, LA JOYA DE LA CORONA Precisamente la Garnacha es la uva por excelencia de sus vinos porque “es la variedad que me lo aporta todo”, afirma convencido. ¿Por qué motivos? “En primer lugar, estoy en un territorio privilegiado para ella, como lo demuestran los siglos que lleva cultivándose. La diversidad de suelos hace que pueda tener diferentes caras de la Garnacha al mismo tiempo: los suelos de pizarra, arcilla, calcáreos o de granito me aportan riqueza y conocimiento año tras año, diferentes perfiles. Es una variedad muy sensible al clima, las producciones en una finca pueden oscilar hasta un 50% de un año a otro. Luego, tengo el riesgo en el control de la madurez, el reto de mantener el fruto en un punto que me aportará floralidad, fruta y mineralidad como ninguna variedad podría reflejar en este lugar. Ya en la bodega, sin tocar nada, ella sola irá mostrando todos los atributos de un suelo y una añada como pocas variedades conseguirían”. En este sentido, para cultivar sus uvas, Grau se decanta por la viticultura ecológica “desde el primer día” y hace un tiempo está “empezando a reconvertir viñedos en biodinámica”. Paso a El Priorat es uno de los lugares más especiales del mundo: no solo por su paisaje mágico y misterioso, sino por la calidad de sus vinos. 55 PEQUEÑAS BODEGAS
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