64 PEQUEÑAS BODEGAS no ven muy claro que la plantación de algunas uvas foráneas o la recuperación de variedades sea una línea de negocio rentable: “Creo que cada uva tiene su espació y adaptación. No hay que perder la identidad de cada zona, pero sí hay que adaptarse. El mundo es grande, lleno de zonas y variedades distintas, y es precioso poder conocerlo y catarlo. Si hacemos de todo en todas partes, es posible que esa magia se pierda. Pero, insisto, es importante adaptarse. Por ejemplo, en nuestro caso, la Garnacha funciona demaravilla pero el Cabernet Sauvignon no, por lo que no puedo obligarme a trabajar con cosas que no funcionan, por mucho que lo demande el mercado. Tenemos que adaptarnos a nuestro suelo y nuestro clima, utilizando las variedades que pertocan. ¿Para qué voy a plantar Chardonnay? No tiene sentido”, remarca Siscu. En esta línea, aunque entiende que haya trabajos de investigación que caractericen nuevas variedades o recuperen las autóctonas, el bodeguero no cree en llevar estas variedades “por bandera”: “Me parece complicado que se descubran tantas variedades distintas y tan rápido, no es una parte del I+D que me emocione, pero lo respeto”. La enóloga, por su lado, lo tiene más claro: “Creo que, al final, todo se basa en una pregunta: ¿por qué los viticultores dejaron de plantar X variedad en X zona? Tal vez fue por las enfermedades, porque al dueño le interesaba, por demandas comerciales… O, tal vez, porque realmente no funcionaban. Si bien es cierto que ahora tenemos más conocimiento y tecnología y hay variedades que en el pasado no resultaban y ahora sí, seguimos necesitandomuchos años de investigación para que realmente se elaboren vinos de calidad”. Y al hablar de bodegas que “hacen bandera” de ciertos movimientos, aparece la ecología de por medio: “Sí, hay bodegas que utilizan la etiqueta ‘ecológico’ de una forma incorrecta, pero el mayor problema es otro: la burocracia. Todo ha quedado antiguo, igual que sucede con las Denominaciones de Origen. Actualmente han dejado de ser tan importantes por el mismo motivo, la burocracia. Sus normativas se han quedado desfasadas, ya no responden a las necesidades reales ni de las bodegas ni de los consumidores”, afirma Siscu, a lo que Mireia añade: “Priorizan normativas analíticas, como pueden ser la acidez, cuando esto ya no funciona así. Puedes elaborar un vino horrible con la acidez que la DO te demanda pero, ¿qué sentido tiene eso hoy en día? Deberíamos mirar el contenido de las botellas, que sea bueno y sano, y olvidar si los vinos tienen o no sulfitos o un pH más o menos alto”. LA DIGNIDAD DEL CAMPO Y EL VALOR DEL TRABAJO “La comunicación es clave para hacer entender al consumidor qué es el vino y qué valor tiene, al igual que el enoturismo, que se ha convertido en una forma de acercar el campo a todo el mundo”, asevera Siscu. “Es importante que el consumidor conozca el esfuerzo que hay detrás de las botellas para que entienda por qué es importante que el viticultor reciba un precio justo por sus uvas. Es intolerable que a un payés que ha dedicado tantos meses a su campo le paguen las uvas a 0,60 cm/kg. Cuando una botella cuesta 5 €, pagarle al viticultor la uva a 1,50 €/kg es más que rentable para la bodega y dignifica la labor del campo, algo que ahora mismo no sucede. Como persona que ha crecido en la viña, entiendo su frustración y les animo a seguir reivindicando un precio justo porque su profesión es de las pocas en las que cuando has entregado tu trabajo, te dicen cuánto vale. La labor de un viticultor no es pedir caridad, es trabajar con dignidad”. Y es que el precio de la uva es un problema que lleva empeorando años y que preocupa tanto a Siscu como a Mireia, quien considera que el problema es aúnmás profundo: “Creo que tenemos un problema de apreciación y es que no nos hemos sabido valorar como merecemos como sector. Hay muchos vinos por 2 € y la gente los compra. ¿A cuánto se ha pagado esa uva si ese es el precio final del vino? Se supone que las DO deberían protegernos de esto y no lo hacen, por lo que está claro que no hemos hecho las cosas bien”. Por eso es importante, más allá de la biodinámica en el campo, empezar a regenerar la cultura en la que vivimos y trabajamos: desde el viticultor, pasando por la bodega y hasta llegar al consumidor. ¿Cómo? “A través de la comunicación”, afirman los dos convencidos. “El precio no es un indicativo de la calidad del vino, lo es su contenido”, remata Siscu. En 2019 se introdujeron métodos biodinámicos.
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