Tierras Vacuno_TV6

SALUD 28 de agentes atenuados o inactivados, a la construcción de vectores virales recombinantes, por ejemplo. Estos avances se han puesto de relevancia recientemente en las nuevas vacunas frente al SARS-CoV2, destacando entre los desafíos a los que nos enfrentamos en el contexto de la salud global. La eficacia de las estrategias de inmunización depende de múltiples factores incluyendo el tipo de patógeno, el acervo genético del individuo, la vía de administración, la presencia de adyuvantes, etc. Tradicionalmente la producción de anticuerpos se ha considerado un indicador principal de la inmunogenicidad vacunal, sin embargo, hoy en día conocemos que, al menos en el caso de patógenos intracelulares, se deben evaluar parámetros inmunológicos relacionados con la respuesta celular y/o aquéllos que estimen el nivel de protección Las vacunas vivas son las más antiguas, contienen el patógeno vivo que se ha atenuado de manera natural o artificial, por lo que la respuesta será similar a la infección natural, pero evitando la aparición de la enfermedad. La respuesta que generan es en general de alta intensidad y durabilidad, pero no están indicadas en individuos inmunodeprimidos ya que, aunque baja, los patógenos atenuados tienen capacidad de replicación y de causar infección en un ambiente inmunológico favorable. Las vacunas proteicas inactivadas por calor o con agentes químicos representan una manera de evitar estos problemas de seguridad, inactivando totalmente el patógeno. De esta manera, no causan enfermedad en los individuos inoculados independientemente de su estado inmunológico. Sin embargo, son poco inmunogénicas y necesitan de adyuvantes y protocolos intensivos para ofrecer buenos resultados, ya que inducen respuestas menos intensas y de menor duración. Nuevas tecnologías como el ADN recombinante han permitido el diseño de vacunas en forma de subunidades, que no contienen el patógeno entero si no que incluyen una o más proteínas, focalizando la respuesta inmunitaria en antígenos específicos. El avance en técnicas de transfección y genética reversa ha permitido el desarrollo de vacunas basadas en partículas parecidas a los virus (VLPs) que consisten en macroestructuras proteicas autoensamblantes que simulan la forma de un virus, pero sin capacidad replicativa, ya que no contienen genoma. La respuesta inmunitaria es muy similar a la observada tras la infección natural ofreciendo perfiles de eficacia y seguridad óptimos. La biología sintética ha permitido la manipulación del material genético para su empleo como vacunas ADN/ ARN, que proporcionan las instrucciones necesarias para la síntesis interna de las proteínas virales o bacterianas frente a las que se quiere dirigir la respuesta. Son una opción eficaz, barata y muy adaptable a diferentes patógenos, siendo una de las más prometedoras para su desarrollo en el futuro. Una manera de dirigir de manera eficiente esa información al interior de las células es mediante el empleo de vectores virales/bacterianos, aprovechando sus capacidades infectivas y de ocultación al sistema inmunitario. Como en el caso de las vacunas genéticas, esta es una tecnología nueva en la que también se basan algunas de las vacunas de la COVID-19 por primera vez, en medicina humana. INTERFERENCIA CON LA INMUNIDAD MATERNA Los diferentes tipos de placenta determinan estructuras y procesos inmunológicos de distinta índole. En animales con placentación endoteliocorial (la mayoría de los carnívoros) el paso de anticuerpos al feto se permite durante la gestación, al igual que en los de placentación hemocorial (la mayoría de primates, incluyendo los humanos). Sin embargo, en los de placentación epiteliocorial (porcinos y algunos rumiantes) la circulación fetal se mantiene separada de la materna por lo que obtienen la inmunidad, a través de la ingestión de calostro, siendo el factor más importante en las primeras horas de vida en la protección de las crías. Mediante la absorción intestinal de las inmunoglobulinas (anticuerpos), factores de crecimiento, citoquinas, células, etc., se asegura por un lado la tolerancia a la microbiota normal y los alimentos; y por otro la adquisición de protección frente a las infecciones que haya padecido la madre. Sin embargo, la presencia de anticuerpos en el suero de los neonatos puede tener efectos en la capacidad de los lechones para generar respuesta frente a una eventual infección o inmunización. Clásicamente se ha considerado que los neonatos presentan un sistema inmunitario inmaduro, incapaz de generar una respuesta protectora. Sin embargo, los últimos hallazgos indican que tan solo la respuesta de anticuerpos estaría inhibida en animales encalostrados, cuando se emplean formulaciones clásicas (vacunas vivas e inactivadas). Los anticuerpos maternales, del tipo IgG mayoritariamente, pueden interceptar los antígenos proteicos presentes en el inóculo vacunal, neutralizándolo por completo. Por ello, las vacunas genéticas o las aplicadas en zonas donde la concentración de IgGs maternas es baja, por ejemplo, las mucosas, podemos conseguir superar la barrera inmunitaria que suponen los anticuerpos maternos. Otros estudios indican que la respuesta debida a los linfocitos T (CD4 y CD8) es activa y efectiva, incluso en animales recién nacidos, confirmando que tan solo la síntesis de anticuerpos se encuentra inhibida. Por todo ello, la visión actual de la vacunación de neonatos debe ser reconsiderada teniendo en cuenta la respuesta inmunitaria en su conjunto (humoral y celular), nuevas formulaciones vacunales y vías de administración que eviten su interacción con IgGs maternas. n C M Y CM MY CY CMY K

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