47 A FONDO - PÁDEL El COVID fue un buen aliado para el pádel, pero no fue la chispa que encendió la mecha. Dio un salto espectacular tras el encierro, eso es innegable, pero antes ya llevaba unos años relativamente buenos, sobre todo los 2 o 3 anteriores a la pandemia. El trabajo que se había hecho antes empezaba a dar sus frutos y el pádel dejaba atrás, por fin, esa imagen de deporte secundario. Y elitista. La internacionalización apenas acababa de arrancar, pero en nuestro país, el carácter social y la accesibilidad de este deporte ya estaba seduciendo a cada vez más gente. A mucha. Y las ventas así lo constataban. Y llegó la pandemia. Y el encierro. Y cuando las puertas se abrieron, cuando pudimos empezar a disfrutar de salir de nuestras casas, el pádel explotó. Por esas dos mismas razones por las que ya se estaba consolidando como una de las grandes sorpresas de la última década: por que era muy fácil jugar -y divertirse- y, sobre todo, porque tenía un componente social que, después de casi 3 meses encerrados, era oro puro. Deporte y salud mental, un cocktail ganador. El pádel, en ese contexto, se 'desmadró'. La locura fue absoluta, especialmente viniendo de donde veníamos, y claro, a más gente jugando, más gente demandando pala. Y el mercado no estaba preparado para esa explosión de la demanda. Porque nadie, absolutamente nadie, se la esperaba. Y pasó lo que pasó: que la demanda, rápidamente, desbordó la oferta. Y no había palas para todos. Y se perdían oportunidades. Y encima las fábricas seguían cerradas o trabajando a mitad de gas por la pandemia. Nadie, en su sano, juicio, hubiera imaginado, en 2019, que un año el gran problema del pádel sería la falta de palas. El desfase entre la demanda y la oferta fue un problema. Y gordo. Pero peor fue la solución. Las marcas, con los almacenes vacíos y conscientes de que se habían perdido miles de oportunidades, se pasaron de frenada con la producción.
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