TradeSport - TQ329

145 A FONDO - TENNIS Al tenis le sucede como a otros muchos segmentos que, habiendo alcanzado su madurez, han aprendido a vivir de otra forma. Disfrutando de esa madurez y, sobre todo, sabiendo muy bien cuáles son sus límites. Por debajo y, sobre todo, por arriba. Y cuando conoces esos límites, cuando has sido capaz de aceptar hasta dónde puedes llegar, los riesgos se minimizan. Y eso no significa, ni mucho menos, que estés estancado: significa, básicamente, que sabes muy bien cuánto y cómo puedes y debes crecer. Y llegar a esa madurez, a ese “autoconocimiento" sirve, sobre todo, para no cometer errores. Y disfrutar de lo que se tiene. Y así está el tenis. De su evolución en las últimas décadas no hay mucho que decir. Como al esquí, al tenis se le pusieron unos límites poco objetivos, para ser suaves. Se esperó más de él de lo que en realidad podía dar. El problema nunca fue que no se jugase, fue que se jugaba mucho menos de lo que algunos habían pronosticado. Y así es complejo hacer balance de su desarrollo. Durante muchos años, aunque estuvo lejos de las previsiones, se mantuvo muy regular, con crecimientos progresivos que, sobre todo, mantenían cierta relación con los éxitos de los tenistas españoles. Aunque nunca fue un deporte de masas. Ha sido, es y será, un deporte de club. De familia. De tradición. Y con este perfil es tan complejo dar saltos cuantitativos… como pegarse un buen susto. Esta regularidad histórica no le sirvió, sin embargo, para afrontar con calma el boom del pádel. Al tenis le entraron los miedos, y muchos, cuando el pádel empezó a despegar en serio. Cuando los clubes, queriendo aprovechar ese boom, empezaron a cambiar pistas de tenis por pistas de pádel. Lógico, porque la demanda era la que era, pero mucho menos alarmante, para el tenis, de lo que parecía. Algunos, excesivamente eufóricos por el efecto pádel, se atrevieron a enterrar el tenis, pero nada más lejos de la realidad. Lo que estaba pasando es que el tenis se estaba redimensionando. Adaptándose a su realidad, que probablemente estaba un poco “hinchada” hasta entonces, con muchas más pistas de las que seguramente eran necesarias. Y los clubes, buscando dar respuesta a esa demanda creciente del pádel y, sobre todo, conscientes de su rentabilidad, sacrificaron pistas de tenis para dar espacio al pádel. De ser el hermano mayor, el tenis pasó a ser un actor secundario, como si de repente el único deporte de raqueta fuera el pádel. Y no hubiera nada más allá de esas cuatro paredes. Pero eso era solo una sensación. El tenis no se estaba muriendo. Ni siquiera había perdido su encanto. Y por mucho que se hablase del pádel, por mucho que las pistas de uno fueran a la baja y las del otro crecieran exponencialmente, los fieles del tenis no dejaron de serlo. Ni siquiera los que probaron el pádel. Quienes jugaban a tenis antes del boom del pádel, lo siguieron haciendo luego. Quizás alternándolo con el pádel, pero muy pocos de los que jugaban a tenis dejaron de hacerlo para pasarse 100% al pádel. Muy pocos o ninguno.

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